Sobre la empatía hacia las niñas y niños que maltratan, y la atención a la vulnerabilidad del profesorado.
En un universo paralelo, donde la gravedad se mide en valores negativos y siguen volando los pterodáctilos, no sé vitaliza el vídeo del niño que sufre bullyig debido a su peso, sino las jetas de sus agresores.
Pero, en esa burbuja de espacio tiempo separada de la nuestra por branas que no se tocan, la respuesta de las redes sociales no es la previsible en un cosmos como el nuestro, regido por la constante de Planck, sino algo mucho más realista y empático con los niños —y quizás también niñas— que maltratan.
Hay un twit que pregunta:
«Madre mía. ¿Qué os llevó a dejar de sentir su dolor, cuando era tan evidente?»
Otro contesta:
«No lo sé. Pero cuando yo ejercí maltrato sobre un compañero lo hice por miedo a llevar la contraria al líder del grupo.»
Hay quien dice:
«Yo tenía muchos complejos. De alguna manera llegué a la conclusión de que, si me metía con la persona señalada, evitaba que el grupo se fijara en mis defectos.»
O quizás…
«En mi caso, me sentía tan avergonzado con mis notas y por sentirme inferior a los demás, que pensé que riéndome de él me sentiría un poco más importante, al menos en la comparación con la persona a la que habíamos hundido.»
«Yo no pude desarrollar algo de empatía hasta los 28 años, cuando conocí a una chica —es mi pareja ahora— que me supo dar el buen trato que no pudo darme mi familia. No desesperéis, chicos, por lo que escuchéis, existe un camino para reparar a pesar del sufrimiento causado.»
O, en referencia a los agresores:
«Me gustaría contactar con ellos. Yo también cause mucho daño, y me gustaría darles esperanzas de que se puede cambiar y seguir un camino precioso.»
Está muy bien solidarizarse con la víctima. Es urgente y necesario. La empatía con ella puede marcar una diferencia clave en su vida. Pero también debemos tener presente que la misma “medicina” es válida para muchos —no todos—agresores, porque hay muchas razones por las que las personas podemos dejar en suspenso nuestra empatía y acabar haciendo un profundo daño.
Como el que hemos hecho casi todas y todas —yo incluido— en algún momento de nuestra vida. Por eso, cabe ahora una pregunta:
Entonces, cuando nos comportamos como una verdadera mierda humana, más allá lo que nos dieron, ¿qué trato necesitamos?
Porque la inactividad de los profesionales que deberían proteger y ni protegen puede ser un indicador de trauma. Y el trauma se empieza a poder integrar cuando, de alguna manera, las personas logran conectar con el trato que necesitaron y no tuvieron.
Una de las cuestiones más necesarias y olvidadas en los protocolos de prevención o intervención en acoso escolar es el reconocimiento de la vulnerabilidad del profesorado como resultado de las experiencias adversas que, en muchas ocasiones, les llevaron a elegir una profesión orientada a los cuidados.
Reconocer también esta realidad nos puede dar pistas valiosas para tratar con los agresores y proteger a otras niñas y niños evitando la reproducción agravada del maltrato.
A veces, la indignación superficial es una forma de protegernos.
Pero, claro, eso sólo pasa en un universo paralelo, donde π=4, y llueven diamantes del cielo.
Nadie es del todo inocente ante descarnadas agresiones, porque revuelven y retuercen el pasado que hemos tratado de ocultar demasiado tiempo.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
Quiero exponer algunas aclaraciones que he hecho en redes sociales para clarificar mis palabras:
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Yo también he sido víctima de acoso escolar y te aseguro que conozco la rabia y el odio del que hablas. De hecho, lo sigo sintiendo hacia las personas que me causaron más daño.
Sin embargo, también puedo reconocerme puntualmente en la figura del agresor, sobre todo por haber permitido pasivamente el maltrato hacia algunos de mis compañeros.
Como muchas víctimas —y como algunos de los personajes del texto—, lo permití y lo propicié para desviar la atención y protegerme, dado que mis condiciones y mis recursos inmaduros me dificultaban o imposibilitan hacerlo de otra manera.
Sé que hay perfiles antisociales, narcisistas o psicopáticos que son muy poco (o nada) permeables al impacto de la compasión, pero también que otros muchos —como yo— hubieran respondido muy bien a una mirada comprensiva hacia las motivaciones que sustentaban su reprobable conducta.
Hablar de compasión no implica una renuncia a las sanciones. Pienso que quien hace daño debe tener consecuencias acordes a sus actos. A veces, el criterio de realidad debe imponerse de forma externa. Pero la condena moral y el castigo no están reñidos con una comprensión profunda de los motivos que dan lugar al maltrato, dado que sólo así puede estimularse la empatía que de verdad puede tener un impacto terapéutico.
Como educador familiar, durante muchos años, me costo atender a perfiles de chicas y chicos que acosan a sus compañeras y compañeros. Se despertaba en mi un profundo miedo y una profunda repulsa. Pero ahora, tras el debido trabajo personal, he podido comprobar que muchos de los agresores son niños heridos y que sus circunstancias tampoco diferían demasiado de las mías. Con ese nuevo criterio me he podido acercar mejor a ellas y ellos, y observar en primera persona el impacto que tiene el #buen_trato en sus vidas, y en las vidas de las personas a las que han dejado de maltratar o han evitado agredir porque disponen de una mirada más comprensiva hacia sí mismos.
Por eso este pequeño escrito. Porque siempre, en estas circunstancias, se nos olvida —y nos conviene olvidar— que detrás de las agresiones hay carencia de recursos, soledad y un malestar emocional profundo.
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Pero igual hay otra pregunta que es clave: ¿qué necesita el que tiene la obligación de proteger y está bloqueado, para actuar? ¿Y para tener la seguridad de que está haciendo lo correcto? Creo que a muchos programas contra el bullying les cuesta aceptar que en la base del problema está la vulnerabilidad del profesorado.
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Gorka, soy muy fan tuya. Te sigo mucho y me encantas siempre pero en esto no estoy de acuerdo. Hoy en día soy una profesional de lo social y no es causalidad, hace mucho años fui una niña que sufrió bullying durante 6 años. De mayor tuve que hacer mucha terapia, la última no hace mucho, a pesar de mi edad. El bullying deja una secuelas brutales, muy graves, que pueden llevar a la víctima a la ruina mental y social de por vida. Haciendo un enorme esfuerzo puedo ponerme en la piel de los observadores a los que en el fondo yo también considero víctimas, pero a los ostigadores, es decir, aquellos que ejercen el acoso para ganar liderazgo, a esos ni agua. No me imagino diciéndole a una víctima de violencia de género que empatice con su acosador después de que le haya destrozado la vida. Cada niño que se suicida víctima de acoso escolar es un mazazo, un sinsentido y puñetero crimen donde un centro escolar ha mirado para otro lado durante muchísimo tiempo.
Lo siento pero no me sale de forma natural empatizar con los agresores y sinceramente, no creo que sea sano. Me sale más empatizar con las familias de las víctimas, con la impotencia que sienten al no poder hacer nada mientras la salud mental de la persona a la que más quiere se va a la mierda por el capricho de uno, dos o tres crios que se sintieron inseguros o inferiores o que, como ocurre en muchos casos, más de los que nos gustaría, el problema es que no tienen ningún respeto por la vida, ni valores, ni principios porque nadie se los ha enseñado.
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Hola, compañera. Tan solo me gustaría aclarar una cosa. Yo en ningún caso pediría a la víctima que empatice con los agresores, pero si a las figuras profesionales que tienen el deber y la responsabilidad de hacer lo posible para que no se repita este tipo de maltrato.
Estoy de acuerdo con que hay perfiles que no responden a la compasión, pero otros muchos si, y es una de las pocas formas que tenemos de restaurar su capacidad empática.
Por último decirte que lamento de corazón lo que has vivido. Sé lo mal que se pasa porque yo también he estado en el mismo lugar.
Abrazo grande.
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