“Has cambiado”: frases destructivas 

[…] Cuando alguien recibe esa frase por parte de personas a las que quiere, y de quienes depende para sentirse seguro, se produce un cortocircuito en la relación. Vamos, que se interrumpe. Porque, recibir eso es como que te digan oye, colega, eres una persona diferente. No te reconozco. Por eso, donde antes existía seguridad y refugio, ahora aparece un vacío imposible de gestionar, caso como se hubiera producido una expulsión simbólica. Pum, fuera de aquí. […] 

Hay una frase que constituye el núcleo de muchas narrativas que hacen sufrir a las niñas, niños, adolescentes y sus familias: “has cambiado”.  

Has cambiado parece una frase baladí. De hecho, es una de las primeras cosas que naturalmente nos vienen a la mente cuando aparece un síntoma en la infancia o la adolescencia, especialmente si se trata de lo que habitualmente se conoce como un problema o trastorno de la conducta. Porque, claro, antes la chica o el chico no hacía esas cosas. Es lógico, ya no es como era, ha cambiado.  

Sin embargo, tenemos que poner un banderín rojo a esta expresión porque habitualmente provoca un malestar tremendo a todo el mundo, pero especialmente a las mentes en desarrollo.  

A ver si logro explicarme.  

Cuando alguien recibe esa frase por parte de personas a las que quiere y de quienes depende para sentirse seguro, se produce un cortocircuito en la relación. Vamos, que se interrumpe. Porque, recibir eso es como que te digan oye, colega, eres una persona diferente. No te reconozco. Por eso, donde antes existía seguridad y refugio, ahora aparece un vacío imposible de gestionar, caso como se hubiera producido una expulsión simbólica.  

Pum, fuera de aquí.  

Además, esta frase a menudo comunica implícitamente un reproche (“y me gustabas más antes de cambiar”) y un mandato (“debes volver a ser como antes para ser aceptada o aceptado”). Un mandato que las pequeñas o los pequeños en estas circunstancias no podrán cumplir porque, aunque su familia no pueda verlo, existen buenos motivos para que tengan ese comportamiento y/o sencillamente su sistema nervioso no tiene botón de “reset” para olvidar lo que ha pasado y reestablecerse de fábrica.  

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Esas niñas, niños y adolescentes se encuentran, entonces, frente a una demanda imposible de gestionar y ante una amenaza de expulsión implícita. No es de extrañar que, en muchas ocasiones, se protejan alejándose de su familia y priorizando la relación con su grupo de iguales que, en caso de que se hayan creído la milonga de que “han cambiado” y “se han vuelto malos”, probablemente sea con lo más macarra, pandillero y chungo que encuentren por ahí. Porque, cuando la identidad está inmadura, uno sólo puede verse reconocido en la imagen que su familia proyecta sobre él.  

Me viene a la cabeza ahora la conversación con un padre musulmán con quien trabajé hace muchos años. Me decía que su hijo había cambiado y que ahora sólo le interesaba fumar porros y hacer el mal. Preguntándole por qué creía que había cambiado, lo atribuía al consumo de hachís. Sin embargo, explorando más allá, descubrimos que todo había empezado poco después de que él se marchara, junto con el hermano mayor, a trabajar a otra cuidad.  

Ojo ahí.  

Viendo las cosas más pausadamente, pudimos ver en qué lugar quedó este chaval. Siendo el segundo de 8 hermanos, le tocó ser el protector de la familia. Un rol que sabía que no podía ejercer bien. Así se lo habían hecho saber años y años de comparaciones con ese hermano mayor que sí que cumplía a la perfección las expectativas de su padre, y con quien no podía compararse ni por carácter, ni por experiencia —no se le había preparado para ese rol—, ni por la diferencia de edad.  

Esa sobreexigencia le llevó a refugiarse ocasionalmente en las drogas blandas. Algo muy frecuente en chicas y chicos sobreexcitados e hipervigilantes que necesitan ayuda para deprimir su sistema nervioso autónomo y central. Pero, cuando la familia se enteró, fue la confirmación de que había cambiado y elegido el camino equivocado, en un país en el que las tentaciones estaban a pie de calle, traicionando los valores de su religión. La respuesta de la madre fue intentar e intentar que cambiara, a través de los sermones y el victimismo, llegando incluso a sufrir lo que a mí me parecía una depresión. Mientras, el padre y el hermano estaban en la lejanía, esperando la siguiente liada de nuestro amigo, saltándole al cuello para reprenderle por la vergüenza de toda la familia y el estado de una madre —como muchas inmigrantes sometida, sin red de apoyo, aislada y perdida culturalmente— que había perdido la capacidad de cuidar de los otros 6.  

«No podemos perder a ninguno de nuestros hijos», me dijeron, dando a entender que nuestro protagonista estaba en un lugar al que no podían llegar, y donde no le podían proteger. «Desde que cambió nada es igual».  

La situación llegó a unos límites (fracaso escolar, consumos, delincuencia, agresiones, atentados contra la autoridad, etc.) que el padre regresó a casa, vara de avellano en mano, dejando un trabajo por el que ganaba bien.  

Verás tú la que se lía. Pensé.  

Pero se dio la circunstancia de que padre e hijo se fueron a visitar a su familia en su país de origen. Y que el viaje —muy agitado a un lugar asediado por la guerra— les fue bastante bien. El chico, que era un superviviente, se mostró fuerte, valiente y solícito para ayudar a los demás, reaccionando en los momentos críticos especialmente bien. Justo tal y como me lo habían descrito en el centro de educación complementaría al que asistía, lo que me hizo confiar en que había un filón ahí.  

—Creo que ya está todo bien —me dijo a la vuelta el padre—. Él ha cambiado, y tengo la confianza de que se quede así.  

—No estoy del todo de acuerdo contigo —respondí.  

Se quedó mirándome con curiosidad.  

—Yo creo que tu hijo nunca se marchó. Siempre estuvo allí. Lo que pasa es que sólo podíamos ver al chico que se protege —fijé la mirada— de la ausencia de su padre, de la mirada de su madre, de los reproches de su hermano, y de ver cómo cada cosa que hace confirma que no es suficientemente bueno para los demás. Pero él siempre estuvo allí, agachado, entre la hierba, esperando a sentirse suficientemente seguro como para salir.  

Se le humedecieron los ojos.  

—Sería bonito descubrir qué pasó durante vuestro viaje, para que pudiera salir.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

Un comentario en ““Has cambiado”: frases destructivas 

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