Empezar bien el día 

[…] —Me gustaría que alguien posara su mano con fuerza justo aquí, donde me duele —confiesa la niña, y sus ojos se llenan de lágrimas. […] 

Conozco un colegio que SÍ SE ORGANIZA según la idea de que “el principal objetivo de toda educación debería ser que el sistema nervioso del alumnado sea su aliado, en vez de su enemigo”.  

Por ejemplo, ayer mismo me comentaba un profesor que, todos los días, a primera hora y de manera PRIORITARIA sobre cualquier aprendizaje y cualquier materia, sienta a todos sus alumnos en un corro, en el suelo. Para ello, tienen unos cojines especiales, super cómodos, en los que las niñas, niños y adolescentes —que sí, que esto lo hacen en todas las etapas escolares— pueden sentarse, recostarse, tumbarse o ponerse en la postura que les resulte más cómoda, viéndose todas y todos la cara.  

No hay un tiempo predefinido para esto. Se le dedica el tiempo QUE HAGA FALTA. Una hora o el día entero.  

La cosa es que el personal docente invita, todos los días, a primera hora, a sus alumnas y alumnos a relajarse y sentirse, practicando unos días un poco de yoga, otros días ejercicios de relajación y otras técnicas de respiración consciente, según las necesidades del grupo. Llegados a ese punto en el que uno se puede mirar a sí mismo y SENTIR EL ESTADO DEL PROPIO CUERPO, les preguntan qué zona del cuerpo sienten más activa, y les invitan a poner toda su atención en ella, mimándola y escuchándola para tratar de dilucidar qué es lo que necesita o pide.  

El profesor que dirige la actividad participa también en la misma, porque entiende que, para dar clase y atender las necesidades del alumnado, lo primero es que él se sienta bien y, sobre todo, esté REGULADO EMOCIONALMENTE.  

Esto no se hace así, a lo loco, sino que se intercalan, de manera transversal, clases de PSICOEDUCACIÓN en las que se explica cómo funciona el sistema nervioso central y autónomo, y la importancia de los cuidados y el autocuidado en la regulación emocional.  

Terminada la actividad, que rara vez dura menos de 30 minutos, se pregunta a los participantes si sienten que se encuentran suficientemente bien como para dar comienzo a las clases, y todo el mundo puede responder con libertad lo que quiera:  

—Jo, profe, yo no lo he conseguido todavía —dijo, ayer, una alumna.  

—Está bien. A veces no podemos regularnos nosotros solos —contestó el profesor—. ¿Te apetece contarnos dónde está la sensación que te sigue molestando? 

La alumna se echó la mano a la parte central del pecho.  

—¿Es muy intensa? 

—Me molesta mucho.  

El profesor se levantó, entonces, despacito, y tomó unas cartas que tenía preparadas en un armario cercano.  

—Ya sabes de qué van estas cartas. Si quieres, conectada con esa sensación, puedes elegir qué necesita tu cuerpo para encontrarse un poco mejor. Necesitamos saberlo para darte el apoyo que queremos darte y necesitas.  

El resto del grupo la mira con curiosidad, sin juicio hacia su estado. Mientras, la alumna toma las cartas y las revisa con cuidado.  

Elige una en la que un gatito duerme sobre el pecho de un niño con los ojos muy abiertos.  

—¿Qué significa esta carta para ti ahora, Clara? 

—Me gustaría que alguien posara su mano con fuerza justo aquí, donde me duele —confiesa la niña, y sus ojos se llenan de lágrimas.  

El grupo se estremece. Un compañero, Carlos, se levanta y le da un abrazo espontáneo. La niña, entonces, rompe a llorar con angustia. El grupo tolera su llanto, pero algunos de sus compañeros no se pueden refrenar y pasan a darle una palmada en la espalda, decirle unas palabras de ánimo o darle un abrazo.  

Hay quien se emociona también y llora. Por Clara y por sus propias cosas.  

—¿Y crees que alguno de nosotros puede darte lo que necesitas? 

—No lo sé… igual Bea. 

—¿Quieres recibir esos cuidados aquí o en la sala de los cuidados? 

—Aquí —responde la niña, pensando en que le gusta sentir que el grupo también le cuida.  

Bea se levanta y acude a cuidar a su amiga, sin que nadie le diga nada. Clara se emociona de nuevo, pero esta vez de manera más serena y sosegada.  

—Mira, Bea, me voy a tumbar y me gustaría que me colocaras la mano aquí, con fuerza —le pide Clara a su amiga—, prometo no tenerte mucho tiempo.  

—El que haga falta, Clara —responde Bea, orgullosa de poder cuidar de su amiga.  

Os cuento todo esto para que sepáis que es posible. Que hay colegios que ya los están poniendo en práctica. Que hay entidades que priorizan a sus alumnas y alumnos respecto al currículum oficial y la burocracia. Que saben que lo primero es que se sientan, se escuchen y se cuiden de la forma que mejor los sienta. Y que saben que, para que el aprendizaje se produzca, es muy importante que las chicas y chicos se sientan parte de una manada que respeta, escucha y cuida.  

Nada es imposible.  

Nada es imposible si uno MIENTE.  

Porque, tristemente, todo lo que he contado es fantasía. Una simple y llana mentira.  

No conozco ningún lugar así, ni nada parecido.  

Pero eso no lo hace imposible, ni irreal, ni una burda fantasía.  


Lecturas recomendadas:  

GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta 

LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017). Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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