Los éxitos eclipsan el sufrimiento y las renuncias que deben afrontar.
«No quiero que mi hija triunfe en la escuela».
Tal cual. Así de clarinete.
Vale, tampoco quiero que fracase y se sienta una estúpida y, si las cosas van mal, le echaré un cable. Pero, en mi experiencia profesional, los síntomas relacionados con el fracaso escolar, a menudo, son más saludables que los asociados al éxito escolar.
Ser el la primera o el primero de la clase también es un síntoma de que las cosas en casa, probablemente —nótese este “probablemente”, que siempre hay alguien al que se le escapa—, no van del todo bien.
¡Hala lo que ha dicho!
A fin de cuentas, a las niñas y los niños que fracasan se les ve. Suele haber alguna figura adulta que se preocupa porque las cosas no van bien. Y entre toda la gente que hay alrededor, suelen encontrar a alguien en quien depositar su dolor.
Eso no pasa con las y los trinfadores. A menudo, han puesto todos sus esfuerzos y esperanzas en los estudios y en sobresalir frente a sus compañeras y compañeros y, como mucho, reciben halagos y premios. Pero normalmente nadie se da cuenta de lo que tienen que pasar.
Porque, amigas y amigos, ser “de los mejores” —ey, que he puesto comillas, no os vayáis a enfadar— tiene un costo brutal. Bru-tal.
Tiene un costo relacionado con el ESFUERZO. Con una inteligencia media hay que esforzarse un montón; pero con una inteligencia superior, quizás más. Porque las niñas y los niños con altas capacidades sufren especialmente para adaptarse a un contexto escolar que sigue premiando, por encima de otras cosas, vomitar el contenido del currículum sobre el papel.
Relacionado con la LIBERTAD. Las niñas y niños exitosos llegan a asociar éxito y sumisión. Porque para estar ahí, donde sienten que deben estar, deben aceptar, sin cuestionarse, que ése sistema de referencias, procesos y valores, es lo mejor. Y ese sintemita, que es la escuela, no es más que una reproducción de andar por casa del neoliberalismo más brutal, en el que unas personas compiten contra otras para obtener beneficio, dejando cadáveres a los costados a los que nadie mira ni quiere mirar.
Relacionado con el APRENDIZAJE. Aprender no tiene nada —digo nada— que ver con la reproducción de contenidos. Aprender es incorporar los contenidos (conceptuales, procedimentales o actitudinales) a los propios esquemas personales, o adaptar el contexto para que cuadre con ellos. Es decir que, para que exista aprendizaje, debe darse un proceso de traducción (Ranciére, 2010) en el que el contenido se modifique y se reproduzca de manera diferencial. Entender algo es eso: evocarlo o exponerlo en un lenguaje que nos resulte familiar. Por eso, reproducir el contenido tal y como lo ha expuesto el profesor, es sintomático de que ese conocimiento está de paso y no va a durar.
Relacionado con la SOCIABILIDAD. Lo que es evidente es que las niñas y niños enfocados al éxito deben restringir sus relaciones sociales, o que, a menudo, reciben burlas por parte de otros que envidian su condición. Pero lo que, a menudo, no se ve es que estas personas suelen sentirse profundamente solas, además estar permanentemente estresadas para “demostrar” que tienen valor y sostener el control. Esto les coloca, frente a sus iguales y otras personas, en una situación complicada, en la que pueden alternarse conductas relacionadas con la autosuficiencia y menosprecio, a la vergüenza más brutal. Sencillamente, no se puede ser bueno en todo, y esto es una drama para las pequeñas y pequeños que basan su autoestima en triunfar.
Relacionado con el MUNDO EMOCIONAL. Cabe preguntarse, también, cómo es la relación de estas niñas y estos niños con otras necesidades más mundanas. Yo que sé, del tipo perder un rato el tiempo mirando a las musarañas, o jugando a la “play”. ¿Lo pueden disfrutar? Digo disfrutarlo en plan bien, poniendo toda su mente y su atención en ello, sin nada que pueda perturbar su disfrute. Mucho me temo que no porque, en su sistema de valores, se requiere resultados, eficacia y certificados para sentir que las cosas van bien.
Relacionado con el FUTURO. Estas niñas y estos niños viven en una mentira que les ha vendido el mundo adulto. Y es que la escuela es la única garantía para que, en el futuro, las cosas van a ir bien. Pero la realidad es que la escuela no ofrece, a fecha de hoy, ninguna seguridad. De hecho, a menudo parece que ese éxito correlaciona más con la flexibilidad o la capacidad de adaptación, que con unas buenas notas durante todo el currículo escolar. Así que nada, oye, que después de tanto curro, la hostia va a ser buena contra el mercado laboral.
Relacionado con la IDENTIDAD. ¿Quién soy yo? No es ningún secreto: las niñas y los niños se identifican con aquello que hacen bien. Lo sano, es que haya muchas cosas que sientan que hagan bien en las que, quizás, no son los mejores, pero se les ve. Uno puede ser bueno en el fútbol, en matemáticas, cuidando las plantas, con los videojuegos, o cuidando de su hermana pequeña. Así, poco a poco, se va contruyendo la identidad, gracias a miradas que devuelven valor. Sin embargo, para las niñas y los niños que destacan predominantemente en una tarea, toda su vida se organiza para estar en esa isla bien, dado que al rededor sólo existe un mar negro de peligros que amenaza con tragarlos. Y si la isla se hunde, desaparecen, se acabó.
Relacionado con la SALUD MENTAL. Todo ello, nos lleva a reflexionar cobre cuáles son las bases seguras de estas niñas y niños, esto es, aquellas cosas, relaciones, actividades o personas, que sustentan su seguridad y en cuya ausencia, todo su mundo se tambalea, lanzándoles fuera de la ventana de tolerancia y de su salud mental. Porque estas niñas y niños juegan una partida a una carta y, si no les sonríe mucho la suerte, es una apuesta que puede fallar.
A ver, que todo junto se ve mejor. Sólo piensa en algo en lo que tú podrías todo tu esfuerzo, y sacrificarías tu libertad, aprendizaje, red social, emociones, futuro, identidad y al menos parte de tu salud mental; que quizás así —sólo así— podrás intuir un poco por lo que estas niñas y niños están pasando y tienen que pasar.
En resumen. Debemos dejar de pensar y sentir a los mejores de la clase como un ejemplo a seguir y acercarnos a su realidad, aceptando que estar ahí posicionados, en plan guay, no es tan bueno como aparece, sino otro SÍNTOMA de que las cosas pueden ir un poquito regular.
Yo, como padre, lo tengo claro. Quiero que mi hija de el valor justo a la escuela, sin olvidarse de que hay otras muchas cosas que le conectan más con la vida y le hacen sentir bien.
Como se oye por ahí, en bajito: «que salgan de la escuela con más curiosidad que deberes». Venga, eso sí. Pero una curiosidad que se satisfaga en la vida, y en la escuela sólo en la medida de que también les permita eso: vivir.
¿Me he vuelto loco?
A saber…
Referencias:
BARUDY, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato familiar. Barcelona: Paidós Ibérica
GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta
MORA, F. (2013). Neuroeducación. Madrid: Alianza Editorial
RANCIÈRE, J. (2010). El maestro ignorante. 5 lecciones sobre emancipación intelectual (edición revisada). Barcelona: Laertes Educación
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com