El educador maleducado

Un educador familiar siempre trata dos casos: las personas a quienes acompaña, y su propio niño herido.

Hay una idea clave en mi ponencia de ayer. 

Que una educadora o un educador familiar — terapeuta, docente, o cualquier figura cuya función sea acompañar a las personas que sufren— siempre trabaja, al menos, con dos casos: las personas con las que se encuentra y ella o él mismo, es decir, su niña o niño herido. 

Gracias, Anabel.

El contacto con el trauma genera, siempre, actitudes protectoras. Y estas actitudes van a condicionar —entre otras cosas— cuál es nuestra actitud, dónde situamos el foco de atención, qué información podemos procesar, y hasta qué punto podemos estar presentes en la experiencia de los demás. 

Por eso, es importante estar presente tanto en el dolor de las personas que tenemos en frente, como en nuestro propio dolor, cuidando del mismo a través de actitudes de buen trato. Porque ese estar presente en lo que nos pasa tratándolo con respeto y cariño, va a ser lo que nos va a permitir confiar en el buen trato que necesitan las personas a quienes acompañamos, más allá de nuestros sesudos análisis y consejos. 

El mejor indicador de estar bien situados en una intervención educativa familiar es sentir curiosidad y deseos de compartir nuestra propia vulnerabilidad, poniéndola al servicio de las personas que sufren, para que puedan empezar a mentalizar —mente, corazón y tripas— la propia relación de ayuda. 

Con el añadido de dejar de estar solas, y empezar a formar parte de un equipo. Que eso es lo que regula el miedo. 

Este cuidarnos e ir conformando un espacio seguro, amable, tranquilo, es lo que va a permitir aflorar los recursos de las personas y familias que sufren, a menudo perdidas en un laberinto de soluciones, recursos, dolor, estrategias protectoras, y decisiones que no acaben de llevarles al destino que desean y necesitan. 

Porque lo que no saben muchas familias que crían y educan a niñas y niños afectados por experiencias traumáticas, a menudo complejas, es que cuentan con muchos experiencias y recursos de #buen_trato, en los que pueden confiar para cuidar, estar presentes, y sostener el formidable sufrimiento de sus hijos e hijas. Lo que pasa es que, con tanto dolor, no pueden acceder a ellos. 

Cuando el educador se sitúa así, con una curiosidad honesta hacia una realidad que desconoce, sin importarle la posición que ocupa en dicha relación, empiezan a aflorar, poco a poco pero sin descanso, pequeñas experiencias gratas de alivio, orgullo, calma, alegría, agradecimiento y esperanza, que impregnan y seducen al cuerpo

Son estas experiencias, importantes, cercanas pero olvidadas, las que van a permitir a las personas y familias volver a confiar en que pueden ofrecer algo bueno que, puede no estar el los libros, pero conecta profundamente con lo que necesitan recuperar y vivir de cerca. 

¿Te atreves a recuperar lo bueno?


En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

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Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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