Aliados y enemigos | cuando la familia amenaza con excluir

Hay familias cuyos problemas se resuelven, sobre todo, a través de alianzas y presiones. […]

Hay familias cuyos problemas se resuelven, sobre todo, a través de alianzas y presiones.

Cuando aparece un problema, se identifica rápidamente al supuesto responsable, y el resto de personas que componen el sistema se alían para ejercer presión sobre él, y llevarle a actuar correctamente.

Detrás de este funcionamiento hay buenas intenciones, pero también historias saturadas por el trauma, a menudo, complejo.

De hecho, con mucha frecuencia, son el resultado de modelos operatorios internos desorganizados, en las que las personas activan diferentes partes protectoras para enfrentar las dificultades, pero estas partes difícilmente se comunican entre sí. No hay coherencia interna.

Estas familias sostienen una estructura relacional cambiante y compleja, donde quedan implícitos algunos significados. Por ejemplo:

El mundo se divide entre aliados y enemigos.

Si se forma parte del grupo de aliados, se siente la seguridad a través del sentimiento de pertenencia; pero, si se forma parte de los enemigos, la consecuencia es la exclusión o, lo que es lo mismo, la expulsión del sistema.

No se puede confiar en las relaciones. Quien ayer era un enemigo, hoy puede causar un profundo daño.

Se vive con la permanente amenaza, explícita o implícita, de ser el CHIVO EXPIATORIO del dolor de la familia, y con el miedo de SER DEVORADODESTRUIDO para gratificar el resto.

La experiencia personal es de un profundo sufrimiento. Se integran figuras de apego en las que la persona a quien se quiere, y quien tiene la responsabilidad de proteger, se convierte en una amenaza.

El mundo es percibido como un lugar que, además de hostil, es profundamente impredecible.

Amor y sufrimiento van siempre de la mano, condicionando las expectativas que se depositan sobre las demás personas, y lo que es peor, la respuesta —caótica y ambivalente— que se da ante la inseguridad o a los problemas.

La respuesta de los demás viene, así, a retroalimentar esas expectativas. Porque, cuando más se activa el sistema de protección o apego de las personas afectadas, más tiende el entorno, si es sano, a huir de ellas; o si es perverso, a ahondar en la herida. Y cuanto más sangra esa herida, más caóticas son sus actitudes y su respuesta.

Las niñas y niños que se han criado en este tipo de familias carecen de bases seguras. No sienten que las relaciones puedan permanecer y, cuando son designados como “el problema”, es frecuente que el resto de los miembros de la familia les ataque donde más duele, es decir, en esas pequeñas cosas en las que han podido encontrar algo de seguridad y que, a menudo, se relacionan con sus síntomas o lo que el resto del mundo ve como un problema.

Lo peor de todo es que viven sin un relato que les sirva de criterio de realidad. Lo que sostiene una determinada alianza, no vale cuando las coaliciones o tiangulaciones cambian.

Todo este estrés, unido a la falta de criterio de realidad, hace a estas chicas o chicos especialmente vulnerables a trastornos psicóticos, es decir, a confundir su mundo interior con la realidad externa, o a crearse una experiencia paralela que les de seguridad.

Tengo una hipótesis que, si queréis, me podéis refutar.

Y es que, en estos contextos relacionales, cuando el propio rol ha cristalizado como chivo expiatorio, la VIOLENCIA es el MEJOR AJUSTE que se puede esperar.

Hablamos de contextos en los que prácticamente no existe la mentalización, las relaciones generan inseguridad, el mundo se percibe como peligroso y hostil, y las figuras con la función de proteger suelen causar un enorme sufrimiento.

En esas condiciones, la violencia se vuelve un requisito para sostener cierta SALUD MENTAL. Es decir, para dar cierta coherencia al individuo y protegerle de toda la locura que, de una un otra manera, impregna a todo el sistema familia.

Nosotras y nosotras, como educadores familiares, tenemos muy difícil intervenir en estos contextos relacionales. Nuestro éxito o fracaso dependerá en gran medida, de la capacidad de la familia para rescatar experiencias de regulación y corregulación emocional en positivo, de la coherencia de las respuestas que se den entre ellas y ellos, y de su capacidad para reconocer y visualizar la mente de los demás.

Mi consejo es que dejemos de lado lo evidente: las incoherencias, las alianzas, la ausencia de criterio de realidad, etc. Y que nos centremos en crear y sostener una vinculación segura con los diferentes miembros, que les permita disfrutar de una respuesta cálida, empática y coherente, activen lo que activen para protegerse. Así, con tiempo y esmero, mentalizando lo que ocurre ENTRE NOSOTRAS o NOSOTROS, se puede ir creando y disfrutando cierta seguridad.

Nuestra tentación, sobre todo, si solemos jugar el rol de “salvadores” puede ser intervenir sólo con el CHIVO EXPIATORIO. La familia nos lo pondrá en bandeja, en plan “¡rehabilítale!”, y ella o él estará encantado de recibir la mirada validante y comprensiva que entre los suyos no puede tener. Sin embargo, debemos ser conscientes de que, crear una alianza con ella o él, puede resultar profundamente perjudicial, entre otras cosas, porque alimentaremos el conflicto, y le acabaremos dejando sola o sólo al final.

Lo mejor suele ser contextualizar muy bien nuestro trabajo para que, desde un primer momento, la familia entienda por qué se va a intervenir sobre las ALIANZAS FUERTES, que puede ser la pareja, coaliciones con los hijos, o el sistema fraternal. Y que, quizás, cambiemos nuestro foco de atención en función de los movimientos que haga la familia, para trabajar siempre con quienes tienen mayor influencia y capacidad de decisión.

La idea de fondo es ir estimulando la CAPACIDAD DE MENTALIZACIÓN que las personas puedan tener, enriqueciendo ese discurso de buenos y malos (aliados y enemigos), con los efectos que el sufrimiento y el miedo (a la expulsión, a ser el enemigo, a ser señalado como el malo) pueden generar.

Y ahí, justo ahí, es donde hay una experiencia de sufrimiento compartida y donde está todo el alivio que todas y todos ellos se merecen y pueden necesitar.

¿Se ve? ¿Estás de acuerdo?

Te escucho si quieres aportar.

Gracias.


Referencias: 

BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Barcelona: Gedisa

BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Fichas de trabajo. Barcelona: Gedisa

MINUCHIN, S. et FISHMAN, H. (1984). Técnicas de terapia familiar. Buenos Aires: Paidós

MINUCHIN, S. (1998). Calidoscopio familiar. Barcelona: Paidós

NARDONE, G. (2015). Ayudar a los padres a ayudar a los hijos: problemas y soluciones para el ciclo de la vida. Barcelona: Herder

NARDONE, G. (2009). Psicosoluciones. Barcelona: Herder

NARDONE, G.; GIANNOTTI, E.y ROCHI, R. (2012) Modelos de Familia. Conocer y resolver los problemas entre padres e hijos. Barcelona: Herder

En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Gorka Saitua

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

6 comentarios en “Aliados y enemigos | cuando la familia amenaza con excluir

  1. Anónimo

    Puede que sea todo un error lo que voy a decir…pero leyéndote me pareció que lo primero (fundamental, base, pilar) es explicarles a los miembros que lo necesiten, que en algunos no hay coherencia interna, ¿y esto por qué?. Creo (con un alto porcentaje de estar equivocándome) que parte del sufrimiento se va a rebajar sabiendo que «no están locos»: lo que sucede a veces, no tiene coherencia. Se va a rebajar el sufrimiento sabiendo que hay personas que tienen respuestas caóticas, desligadas de lo que está ocurriendo, fuera de una coherencia con la realidad, y no son conscientes. Sí ligadas a experiencias propias, traumas (probablemente complejos, probablemente los padres) que ni ellos mismos son conscientes y desconocen el origen. Que por más que quieran a cada uno de esos miembros (sea padre, madre, abuele’, hermane’, tíe’) excede a sus capacidades, o más bien no está en su mano, «curarles» o «cambiarles». Poseen unas experiencias diferentes, algunas estrategias que son tesoros de las que se puede aprender, y que probablemente no se aprenderían en otra familia.

    Entiendo que dar esta información (toda o parte) no solo alivia (que ya es mucho), sino que da control sobre la propia experiencia (Da cierta coherencia que ayuda a la percepción de seguridad interna).

    Cuando a eso se le haya dedicado el tiempo que sea, totalmente de acuerdo con estimular la capacidad de mentalizar (sin lo anterior sería para algunos imposible), intervenir con quienes tienen influencia y capacidad de decisión, pero sin miedo: cuidando las propias paranoias que nos puedan nacer acerca de la familia.

    Nada está escrito, y el ser humano supera cualquier intento de encorsetarlo en un «destino» o «comportamiento».

    ¿Éxito o fracaso profesional?. Más bien el honor de acompañar por un tiempo más corto o más largo a otro ser humano.

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