[…] De repente, imaginé que mi abuelo colocaba una mano sobre mi pecho. Que, de alguna manera mágica, esa mano atravesaba mi piel y se posaba directamente en esa “bola” que sentía dentro. Pude sentir que la amasaba con cuidado, y que me susurraba al oído que no me merecía pasar por eso. […]
Hace tres o cuatro días, por la noche, sentí mucha presión en la zona central del pecho.
Era como si me hubiera comiendo una gran bola de pan, y se me hubiera quedado atascada en el esternón.
El día había sido intenso. Amara no había podido echar siesta, y había estado muy intensa. Yo estaba muy cansado.
Cuando, por fin, se durmió, me quedé un rato mirando el móvil, tratando de distraerme.
De repente, me encontré con esta viñeta.
Me explotó una enorme tristeza, y se me saltaron las lágrimas. Pero, hice “scroll”, y continué viendo mierdas.
No quería sentir eso.
Sin embargo, la sensación en el pecho se había hecho más evidente y, cuanto más trataba de distraerme, peor me ponía por dentro. Se me embotó la cabeza y sentí que tenía “visión de túnel”. Los músculos se me pusieron tensos, y el corazón, pum pum, a toda pastilla.
Un asco.
Decidí, entonces, que —aunque me fastidiara— tenía que hacer algo con lo que sentía. Al menos, si quería poder dormir y no volverme loco.
Retrocedí, y recuperé la viñeta.
Ahora sí, estaba decidido a transitar la emoción y cuidarme.
Me quedé parado, mirándola. Y la tristeza me volvió a revolver por dentro.
¿Qué me quería decir?
Me dije que estaba seguro. Que nada podía pasarme y que era un buen momento. Observé con curiosidad, dejándome sentir esa emoción en el cuerpo.
Vino a mi mente la imagen de mi abuelo. Una persona de la que me despedí mal, y cuyo duelo no pude transitar adecuadamente debido, sobre todo, a un enorme sentimiento de culpa.
Sí, muy intenso.
No es de extrañar que rompiera a llorar. Y que estuviera un rato así, vomitando lágrimas y diciéndole que le quería y que lo siento.
A ratos, cesaba el llanto. Pero volvía a ver la viñeta, y me desgarraba el alma.
Estuve un buen rato así. Quizás una hora.
De repente, imaginé que mi abuelo colocaba una mano sobre mi pecho. Que, de alguna manera mágica, esa mano atravesaba mi piel y se posaba directamente en esa “bola” que sentía dentro. Pude sentir que la amasaba con cuidado, y que me susurraba al oído que no me merecía pasar por eso.
Lloré un buen rato más, pero esta vez acompañado. Disfrutando de sus cuidados.
Cuando dejé de llorar, le di las gracias por todo lo que me había dado a mí, explicándole cómo se lo estaba regalando yo también a Amara.
Esa noche, dormí babeando la almohada, a pierna suelta.
Éste es el poder regulador y sanador de los buenos tratos.
¿Se ve?
Referencias: BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2009). Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa CYRULNIK. B. (2003). El murmullo de los fantasmas. Barcelona: Gedisa GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta PORGES, S.W. (2017) Guía de bolsillo de la teoría polivagal: el poder transformador de sentirse seguro. Barcelona: Eleftheria
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com