Vergüenza, culpa, y otras cosas de comer 

Confundimos a menudo vergüenza y culpa. Y eso nos limita nuestra capacidad para valorar e intervenir. 

Me ha resultado especialmente clarificadora la diferencia entre VERGÜENZA y CULPA, que he leído en el libro de Daniel A. Hughes titulado Construir los Vínculos del Apego (Eleftheria, 2020).  

Entiendo que, para el autor, la VERGÜENZA es ese sentimiento generalizado de no ser valioso, y por tanto, de merecer el maltrato o el rechazo, que —en los casos más graves— queda codificado en la etapa preverbal y presimbólica del desarrollo, esto es, entre los 0 y los 3 años.  

* No debemos confundir vergüenza con timidez, que es el sentimiento de ser abrumado por la mirada de otros, pero que no necesariamente contiene una devaluación de una o uno mismo.  

Conocí a un chico que, por aquel entonces, tenía 14 años. Estaba dominado por la vergüenza, hasta el punto de que era incapaz de ir a clase, porque cualquier interacción con sus iguales le hacía recordar que no era valioso y que no merecía la pena.  

Era el menor de dos hermanos, y se había criado con un padre y una madre que tenían fuertes discusiones. Su hermano mayor había estado siempre alineado con su madre, en contra de su padre. Sin embargo, él siempre había deseado el afecto de ambos progenitores pero, al estar perpetuamente expuesto a un conflicto de lealtades, cualquier movimiento era interpretado como una “traición” hacia alguna de las figuras adultas encargadas de cuidarlo.  

Es decir que, hiciera lo que hiciera, recibía la mirada de que “no era suficientemente bueno”, además de la amenaza —sutil pero brutal— de ser expulsado si actuaba como un “traidor” a sus respectivas causas.  

Ya sabéis, «si no estás conmigo, estás contra mí, así que apártate de mi lado». 

Jamás escuché de su boca una sola palabra cuestionando lo que su madre o su padre habían hecho, por muy evidentes y descarados que fueran sus errores. 

Era como si hubiera preferido odiarse a sí mismo para preservar las migajas de seguridad que todavía podían proporcionarle su madre y su padre. 

No deja de ser curioso que su síntoma —el absentismo escolar— llevará a sus padres a dejar de lado el conflicto entre ellos para asistir a un hijo al que percibían como profundamente dañado.  

Por CULPA, entiendo algo diferente. Para mí, sería algo parecido al sentimiento asociado al hecho de haber obrado mal, que contiene el remordimiento, o el deseo de reparar el daño o hacer las cosas mejor. Esa culpa sería más fluida o flexible que la vergüenza, y no implicaría el BLOQUEO ESTRUCTURAL que conlleva esta última.  

Conocí, también, a otro chico al que, en una ocasión, pude preguntar qué creía que había llevado a sus padres a divorciarse. A lo que me respondió escuetamente «lo de la play». Le pregunté a qué se refería con eso, y me dijo que recordaba un suceso en el que él había reñido con su madre porque quería seguir jugando a la videoconsola, e inmediatamente sus padres habían discutido, habiéndose ido su padre al día siguiente de casa.  

Contármelo, le sirvió para reconocer que su relato tenía lagunas y fallas, y para reconstruir su historia ahora, con un cerebro más maduro.  

La culpa remitió, surgiendo entonces un profundo deseo de aclarar el suceso con las personas a quienes seguía queriendo, con bastante curiosidad y sin apenas rabia. 

No habría sido tan fácil con la vergüenza. 

Entiendo que, en algunos casos, ambas emociones pueden estar relacionadas y retroalimentarse en un niño, una niña, una persona adolescente o una persona adulta. Porque las personas dañadas por esa vergüenza de base pueden seguir abrumados por ella, sobre todo, cuando sienten que obran haciéndose a sí mismas o a los demás, entrando en una espiral de autodevañuación de la que difícilmente pueden salir, si no cuentan con experiencias de buenos tratos reparadoras sostenidas en el tiempo.  

«No eres bueno ni válido.» 

«No mereces el cariño de nadie.» 

«Ves, todo lo haces mal. Tienes que exigirte mucho más.» 

«Has vuelto a fracasar; nunca llegarás a ser valioso.» 

«Humíllate y trátate como te mereces para reparar.» 

Y así todo el rato. 

Visto el lado protector de esta dinámica circular, en muchos casos podría ser un mecanismo para que la rabia de la persona vulnerada se dirija hacia sí misma, a fin de preservar los escasos vínculos que pueden proporcionarle seguridad. 

Imaginad ahora una cuerda. De un lado tiran la vergüenza, la culpa y la necesidad de pertenecer; y del otro, la autocrítica, la autoexigencia y la necesidad de sentirse valer. Cuanto más tiran de un lado, más tiran del otro. Las partes en conflicto piensan que están compitiendo. Que cuando ellas ganen, todo irá mejor. 

Sin embargo, en el fondo, todas intentan proteger, porque si una suelta la cuerda, la otra se pega un morrazo del copón.  

Ese es el origen de gran parte sufrimiento de muchas de las personas a quienes acompañamos. De cómo nos relacionemos nosotras y nosotros, los profesionales, con esas partes que compiten o están en conflicto, dependerá, en gran parte, el éxito de la intervención familiar. 

¿Lo ves como yo? 

¿Cómo llevas tú este conflicto interno? 

Te escucho. 

Referencias: 

GONZÁLEZ, A. (2017). No soy yo. Entendiendo el trauma complejo, el apego, y la disociación: una guía para pacientes y profesionales. Editado por Amazon.

GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta.

SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria

WALLIN, D. (2012). El apego en psicoterapia. Bilbao: Descleé de Brouwer

SILBERG, J.S. (2019). El niño superviviente: curar el trauma del desarrollo y la disociación. Bilbao: Desclée de Brouwer

En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

 

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