Veneno para la crianza respetuosa: el exceso de negociación 

Una de las cosas que más factura pasa a los padres y madres que optamos por una crianza respetuosa, es abusar del recurso de la negociación.

Es uno de los problemas que más nos afecta a las familias que apostamos por una crianza consciente y respetuosa; y que, de no reconocerlo a tiempo, puede pasar mucha factura a la relación con nuestros hijos e hijas.

Las familias más vulnerables son aquellas que no se han formado lo suficiente. Que se apuntan al carro de tratar bien a sus peques, sin conocer cómo funciona el cerebro infantil.

Poco ayuda la tendencia de las redes sociales a potenciar los extremismos. A fin de cuentas, todas las personas que creamos contenido, deseamos el “click” y el comentario y, para ello, a menudo recurrimos a exagerar el mensaje para crear debate, captar la atención y fidelizar seguidores. Yo, incluido.

Me refiero a nuestra tendencia a evitar el conflicto, y a abusar de la negociación como recurso para enfrentar las dificultades con nuestras hijas e hijos.

Vaya por delante que no tengo nada en contra de ese recurso; pero es importante tomar conciencia de las consecuencias que su abuso puede tener a nivel relacional, y en el cerebro de la niña o el niño.

Pongo un ejemplo para ilustrar lo que digo.

Begoña tiene 6 años, y como a casi todas las criaturas de su edad, le llaman mucho la atención las tablets y los teléfonos móviles, quizás porque observa a sus mayores usarlos y porque siente que atesoran funciones y posibilidades mágicas y asombrosas.  

Sus madre y su padre se han informado del peligro que entrañan estos cacharros. Y los sienten como lo que son: veneno para la función ejecutiva de su hija.  

Pero también saben de otro veneno “muy malo” —nótense las comillas—, que es comprometer la relación con ella a través del autoritarismo. 

Como no quieren que use el móvil, y sienten que no deben imponer su criterio, hablan y negocian con ella para llegar a un acuerdo que, al final, se materializa en que ella puede usar el móvil una vez durante una hora al día, y ellos se comprometen, a cambio, a prepararle todos los viernes la cena que ella desea. Correcto ¿No?

Pues depende. Si se trata de una solución puntual, perfecto. Aplaudo con las manos y los pies. Pero si se trata de una tendencia, un patrón, o la solución que la familia articula con mucha frecuencia para llegar al equilibrio, ojo, que podemos estar equivocándonos de camino.

Situémonos en el lugar de Begoña, y de su cerebro en desarrollo. Y tratemos de describir cómo puede afectarle eso.

Lo primero que nos debemos preguntar es qué pasa cuando un niño o una niña tiene, o casi tiene, el mismo poder que los adultos.

Lo más evidente es que asume una responsabilidad que no está preparada o preparado para tener. Y eso tiene dos consecuencias a corto y medio plazo: cansa e introduce demasiado estrés.

Otra consecuencia más preocupante a largo plazo, tiene que ver con la sensación sentida de seguridad. Porque ningún marino es capaz de relajarse y marcar un rumbo en un mar que no se puede predecir.

Las niñas y los niños necesitan normas claras para integrar los fundamentos y principios de la moralidad. Hasta casi los 12 años, ser bueno y sentirse bien con uno mismo —su autoestima— depende, en gran medida, de ser capaz de seguir las directrices que marcan sus mayores. Cuando esas normas son volátiles, y cambian afectadas por su voluntad o su criterio, se enfrentan a un problema irresoluble, a sabes: quiero ser bueno, y no sé qué hacer.

Suele ocurrir también que este modelo de crianza, que llamaremos con reservas “permisivo-negociador”, es sumamente agotador para los adultos porque, cada dificultad y cada problema, introducen mucho esfuerzo y tensión. Y lo que es peor, muchísima inseguridad, porque lo que vale un día deja de ser válido al siguiente, por lo que estos padres y madres viven en la eterna duda de si lo están haciendo bien. Y eso es un horror.

Paradójicamente, los padres y madres que actúan así obtienen en sus hijos el efecto contrario al que desean. Durante la infancia y la adolescencia suelen mostrarse más nerviosos que otros niños o niñas, menos autorregulados, más inseguros, y tienden a evitar el diálogo con las personas adultas de dentro y fuera de casa. El motivo es que, para ellos, el diálogo acaba siendo una fuente de estrés y compromisos, y no de seguridad.

Es habitual que relación entre los mayores (padre y madre, madre y madre, padre y padre, u otros modelos de organización familiar) se acabe resintiendo. Porque la pareja enfrentada a estos niveles de estrés, tenderá a polarizar su posición, haciendo valer cada persona adulta sus partes protectoras. Ello suele derivar en una serie de conflictos que, si bien parecen diferencias de opiniones y pareceres, en el fondo tienen que ver con los respectivos modelos de apego adulto y protección. Y cuando hay diferencias graves de pareceres y se quiere evitar un conflicto ¿qué se activa? Pues, con mucha frecuencia, estrategias de manipulación.

Esto dificulta más si cabe las cosas para el niño, niña o adolescente porque, a esa inseguridad y ese estrés de los que ya hemos hablado, se añade un conflicto de lealtades. Porque si bien propone u opta por una decisión acorde con lo que necesita su padre, difícilmente contentará a su madre. Y si es al revés, también saldrá perdiendo. Es aquí cuando suelen aparecer los síntomas oposicionistas graves, o incluso la agresividad, que en última instancia es una forma de asumir el control y dictar las normas que se necesitan, y expresar desde la rabia todo su malestar.

No es de extrañar que estos adultos, saturados por la situación, recurran a grupos de apoyo para madres y padres de su misma ideología o tendencia, en los que se refuerza como positiva su disposición hacia el diálogo y su afán negociador. Y en estos espacios suelen encontrar nuevas “soluciones” a sus dificultades que, si bien pueden servir para salir del paso, acaban cristalizando más el problema, porque a menudo no atienden las causas últimas del mismo que, a menudo, se relacionan con las partes protectoras que se activan en ellos cuando aparece el conflicto.

Pero la solución no es NUNCA el autoritarismo, como dirían muchos falsos gurús de las redes sociales y los medios de comunicación. Eso sólo serviría para interpelar y hacer más fuertes a esas partes protectoras de los adultos (el justo, el salvador, el negociador, etc.) y del niño o la niña, que sentirían amenazados todos sus esfuerzos para dar al sistema una mínima seguridad. Sino en tomar más conciencia de las mismas, sus orígenes y su función, para que el propio “yo esencial” pueda pensar y sentir, libre de ataduras, cómo le habría gustado sentirse y cómo le habría gustado que actuarán las personas adultas que lo cuidaron en los momentos de máxima vulnerabilidad.

Sólo estabilizando estos sistemas internos, y sintiendo el nuevo camino como propio, podrán empezar a dar a su hijo o hija una verdadera seguridad que sea sostenible en el tiempo.

Puede ser que Begoña, la niña de nuestro ejemplo, no esté tanto buscando salirse con la suya y jugar con la tablet, como pidiendo una contención, una predictibilidad y una seguridad que sus padres, todavía, no le pueden o no le saben proporcionar.

A fin de cuentas, todas y todos somos, en parte, niñas y niños heridos que, sin quererlo, y muchas veces sin saberlo, hieren a los demás.

Lo bueno de las personas que apostamos por una crianza consciente y respetuosa es que solemos estar dispuestas a explorar nuevos caminos, profundizar en lo que nuestras actitudes y acciones implican y, si hace falta, a cambiar.


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia, es la teoría sistémica estructural-narrativa, y la teoría del apego. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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