Castañas de las malas | sobre el disfrute de volver a lo pequeño 

Nos llenamos las manos y los bolsillos de castañas. Pero eran amargas: de las malas… 

Hace más o menos un mes, Amara y yo descubrimos que cerca de casa hay muchos castaños.

Ese día nos lo pasamos pipa. Yo flipando con el descubrimiento, y ella ayudándome a recolectar las castañas.

Recuerdo su cara de absoluta ilusión y felicidad cuando descubrió ella sola uno de los frutos. Estaba pletórica.

Nos fuimos con los bolsillos y las manos llenas a casa. Agachándonos cada 20 segundos a recoger las castañas que nos desbordaban por todos lados.

Al llegar a casa, cogimos una de las castañas y la metí en el microondas. Quería cocinarla para comerla en el momento, y compartir con Mariña y Amara el resultado de la recolección.

Cuando la abrí, me llamó la atención su textura. Demasiado arenosa. Y cuando la probé, me dí cuenta de que era sumamente amarga. Caí en la cuenta, entonces, de que hay castañas buenas y malas. Pregunté a Google y, en efecto, eran todas de las malas.

Mierda cochina.

Pensé en tirarlas, pero en al final me eché para atrás. Imagino que me dio un poco de pena que el esfuerzo de nuestro paseo se fuera a la basura.

Al día siguiente, Mariña me dijo que Amara se había pasado gran parte de la mañana jugando con las castañas. Moviéndolas de un recipiente a otro, y lanzándolas por el salón y recuperándolas del suelo.

Ese mismo día, salimos otra vez ella y yo por la ruta de los castaños. No por nada, sino porque nos pilla de paso a casa. En un momento en el que yo estaba distraído, ella empezó al suelo, debajo de los árboles.

—Ah! Ah! Aaaah! —decía, mientras tiraba de mi mano.

Estaba claro lo que quería. Buscar más tesoros. Así que repetimos la actividad, y nos encontramos con otras tantas castañas, algunas fuera y otras más difíciles de recoger, porque estaban recubiertas de su funda de pinchos.

La cosa es que nos lo estamos pasando pipa con las castañas de marras. Encontrándolas, pasándolas de un sitio a otro, escondiéndolas, encontrándolas, tirándolas y guardándolas en su sitio. Y su ilusión y sus ganas no han perdido un ápice de su impulso.


 ¿Por qué cuento esto?

Porque mi mente adulta rápidamente había desechado las castañas porque “las castañas se comen” y “si no se comen, no tienen ningún valor”.

Amara me ha enseñado, una vez más, que las cosas más interesantes o valiosas no tienen por qué comerse, servir o costar dinero.

Que tengo que estar más pendiente de lo que ella señale, para deconstruirme y hacerme fuerte por dentro.

Ahora siento que me gustan más las castañas malas, que las buenas.

Y que no necesitamos alimento para disfrutar y querernos.

Gracias, chiquitina, de nuevo.


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia, es la teoría sistémica estructural-narrativa, y la teoría del apego. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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