NO MIENTE. Que no. No está tratando de manipular. No se está dando cuenta del daño que hace ni de las contradicciones de su discurso o de su actitud. Está funcionando por partes. Y esas partes apenas se comunican entre sí ¿qué vamos a hacer?
—Es lo mejor para ellas, Gorka —hablaba con mucha seguridad y firmeza—. Necesitan darse cuenta de lo que vale un peine, de las cosas que tienen aquí y de lo que estoy haciendo por ellas.
Hablaba de que iba a mandar a sus hijas a su país de origen, con un padre a quien apenas conocían, y sin posibilidad de vuelta porque, al carecer ella de permiso de residencia, era imposible una posterior reagrupación familiar.
—¿Me permites que diga una frase y observemos cómo impacta en tu cuerpo? —le pregunté.
—Vale.
—De acuerdo. Déjame que la piense un momento, que tengo que medir bien mis palabras… —dije, creando una larga pausa para captar toda su atención.
—Ya está —seguí—. Escucha, por favor, y presta atención a las sensaciones que te transmite tu cuerpo: «son mis hijas quienes han decidido ir, y a mí no me queda más remedio que aceptar su criterio».
Se quedó un poco bloqueada.
—¿Qué te devuelve el cuerpo?
—No sé… es como una electricidad muy fría —respondió—. Me has dejado sorprendida.
—Me gustaría mucho hacerte una devolución sobre lo que yo he vivido —añadí con precaución— ¿Puedo?
—Sí —parecía conectada conmigo, en la emoción y tranquila.
—Hace apenas 3 minutos —señalé—, tú misma me has dicho esa frase que ahora te ha impactado. Con las mismas palabras. Y me lo has dicho sintiéndolo, creyéndolo, y sin que pareciera que tenías dudas.
Lo había notado en su cuerpo. Fue como un pequeño espasmo. Como el impacto de una piedra en el pecho. Antes, una mujer serena, empática, preocupada por el bienestar de sus hijas: la princesa buena. Luego, una mujer seca, autoritaria y afectada por el odio: la bruja del cuento.
El detonante no estaba en el contexto, ni en los matices de la relación conmigo, sino en su mundo interno. Algo le llevó a pensar [y sentir] que su hija mayor le había mentido, y eso activó en ella una parte protectora directamente conectada con el trauma: el abuso sexual intrafamiliar, tapado y negado por su propia madre.
En su mente —me imagino—, su hija pasó de repente a ser tan amenazante como su progenitora, y se activaron los recursos que en su día tuvo que poner en marcha para sobrevivir y no perder contacto con la realidad: tomar por la fuerza el timón de la nave, y arremeter con furia contra ella.
Algo había que hacer con eso.
Contrastarle desde el plano cognitivo no era una opción. Sentir que yo percibía la contradicción en su forma de actuar no le habría aportado nada, salvo un potente sentimiento de culpa, y más machaque contra sí misma.
Darle pautas o consejos habría sido una burrada. Cuando existe disociación estructural, una parte puede aceptar y poner en práctica lo que decimos, mientras que la parte protectora puede funcionar en paralelo, sin captar el mensaje.
Callarme y no decir nada, chungo. Perderíamos una oportunidad excelente y probablemente le haría más daño: https://educacion-familiar.com/2019/05/21/ignorar-la-herida/
¿Qué hacer entonces?
Lo primero, aceptar que era una oportunidad excelente. Porque ella se estaba sintiendo cómoda, segura y contenida conmigo, y porque la disociación se había activado sin demasiada carga emocional. Y porque yo me estaba sintiendo integrado en la conversación con ella, resonando con lo que sentía y capacidad de prestar con atención plena a las señales que su cuerpo podía emitir, y a lo que pasaba en mi propio mundo interno.
Lo segundo, invitarle a prestar atención a lo que estaba pasando, integrando preguntas que tenían que ver con su mente (pensar), con el corazón (sentir) y con las tripas (el cuerpo), cuidando de ella para que se mantenga en un estado de atención plena, y dentro de su ventana de tolerancia.
Lo tercero, aceptar que todo ejercicio de metacognición es —al menos en parte—, una invitación a la mentalización. Es decir, que pensar en cómo funciona nuestra propia mente, nos acerca a hacer una mejor interpretación no sólo de la mente de los demás, sino del impacto que nuestros propios procesos mentales pueden tener en ellos o ellas.
Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, es evidente que al situarse la madre como una observadora de sí misma, y tomar conciencia de cómo su cuerpo se activa ante lo que ve, puede tomar más conciencia del impacto que su funcionamiento tiene en sus hijas, sin contrastarle directamente con su ejercicio maternal, ni disparar sus defensas.
Lo cuarto, proponerle representar a través del dibujo las partes en juego, chequeando y cuidando sus tiempos y sensaciones para que pueda mantener los niveles de integración vertical (conexión cerebro superior-inferior) y horizontal (conexión cerebro derecho-izquierdo) necesarios.
Y por último, desde el terreno más simbólico, y en el contexto representacional de las imágenes que ella misma ha creado, invitarle a que comience un diálogo entre esas partes que muchas veces funcionan por separado ¿Cómo se siente esta parte cuando mira a la otra? ¿Qué le podría agradecer? ¿Qué movimiento podría hacer para que sienta que tiene valor?¿Cómo imaginas que eso afectaría a la otra parte? Eso sí, al ritmo que ella necesite, y cediéndole el “mando a distancia” del control, para que pueda usar el “play”, el “pause” cuando quiera, y rebobinar a su gusto.
¿Se os ocurre una forma mejor de hacerlo? Estoy abierto a las nuevas ideas.
Gracias, compañeras/os.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com