El síntoma como forma de honrar el buen trato 

[…] Estas alumnas y alumnos son especialmente incómodos, porque con su congelamiento, huida o resistencia son un recordatorio de que las cosas podrían ser y deberían ser de otra manera. Por eso, en muchas ocasiones, las instituciones se resisten tanto a tratar de dar sentido a su síntoma: compromete el equilibrio que satisface las necesidades de los profesionales precisamente en ese lugar y contexto. […]

Aquel día decidí que iba a tocar los c*****s. 

El auditorio estaba lleno. La mayor parte de las y los asistentes eran docentes. Así que no se me ocurrió nada mejor que empezar haciendo referencia a una de las violencias que, como colectivo, padecen: la brutal burocracia sin sentido que les asfixia y les impide atender al alumnado como se merece. 

Aplausos. Conexión visual. Expresiones de satisfacción: «por fin alguien lo dice, y además en un congreso ¡p**o amo!»

Pa mí, que no se esperaban el giro que venía: 

Porque lo siguiente fue decirles que ese mismo tipo de sensaciones —exáctamente las mismas— las tienen también muchas y muchos de sus alumnos, y son coherentes con el tipo de violencia que ejercen contra ellos: la misma, repito, la misma que sufren ellos por parte de las administraciones públicas. 

Porque muchas chavalas y muchos chavales sienten que la escuela, también, es un nicho de burocracia sin sentido en el que se les obliga desde una posición de poder a hacer y repetir tareas que, no sólo son desagradables o generan sufrimiento, sino que, además, matan la creatividad, la motivación y seguramente la estética y el buen gusto. 

Y esa imposición desde el poder y, muchas veces, desde la conciencia de que podríamos estar dedicando el tiempo a algo más interesante y/o bonito, es una forma de violencia, mal que le pese a este maldito contexto. 

Que sí, que te lo compro, que, a veces, a la infancia y adolescencia les conviene enfrentarse a actividades que les generan repulsa, rechazo, desinterés o asco. Que tienen que estar preparados para la vida de mierda que les va a tocar, como empleados en un banco. Que van a tener —con gran probabilidad— un jefe gilipollas, tareas inaguantables, y una vida de mierda que tratarán de soportar viendo porno, yendo al bar y al fútbol; y que conviene que, desde temprano, se vayan haciendo a la idea de cómo es el mundo. 

O no, porque también necesitamos gente a la que le dé asco todo eso, desee y sienta que puede cambiarlo. 

Pero eso no implica, para nada, que las escuelas —como los servicios sociales y el sistema sanitario— no sean instituciones violentas. Y que las profesoras y profesores, como cualquier persona, no puedan detectar con claridad las violencias que ejercen hasta que no se revelen los posibles isomorfismos: es decir, el sufrimiento que ellas y ellos mismos padecen como consecuencia de las violencias similares que también están sufriendo en carne propia. 

Porque si la violencia no nos traspasa, es posible que la minimicemos, colocándonos del lado del privilegio. 

Que las escuelas sean instituciones violentas no quita ningún mérito a las personas que, día a día, tratan lo mejor que saben y pueden al alumnado. Pero, también, les impone un peaje, porque denunciar estas prácticas, rechazarlas o hacer las cosas de manera diferente en un contexto que legitima esta forma de actuar, tiene un precio: la hostilidad, el ostracismo o campañas de difamación por parte de la dirección o, lo que es peor, de las compañeras y compañeros. 

Hasta el punto que recibir este trato por parte quien tolera todo esto es, posiblemente, el indicador más fiable para identificar a las personas que luchan activamente contra las violencias del contexto. 

¡Toma moreno!

Pues bien, en estos contextos hay niñas, niños y adolescentes que, por su alta sensibilidad, son como luces de emergencia que palpitan y suenan cuando se producen estas violencias. Me refiero a las alumnas y alumnas que, por el motivo que sea, tienen una alta sensibilidad (cognitiva, afectiva, relacional) hacia ellas. Una sensibilidad que puede venirles de serie, o que está mediada por el trauma, pero que, en todo caso, les obliga a protegerse especialmente cuando aparecen determinados indicios, o cuando esas violencias aparecen. 

Estas alumnas y alumnos son especialmente incómodos, porque con su congelamiento, huida o resistencia son un recordatorio de que las cosas podrían ser y deberían ser de otra manera. Por eso, en muchas ocasiones, las instituciones se resisten tanto a tratar de dar sentido a su síntoma: compromete el equilibrio que satisface las necesidades de los profesionales precisamente en ese lugar y contexto. Y por eso, quizás, exista una tendencia tan acusada a atribuir este tipo de respuestas a un problema del chaval o de la chavala, de la familia, o del escarabajo pelotero que pasaba por ahí, antes de reconocer que en las instituciones escolares existe, enraizado hasta el tuétano, un problema relacionado con la  violencia. 

Y ahora os hago una pregunta, en la que va implícita toda la maldad del mundo: en estos casos, ¿qué suelen decir las escuelas sobre los chavales y qué demanda hacen hacia las familias?

Seguro que hemos llegado a algo parecido: que la chavala o el chaval tiene un problema, y que tiene que esforzarse más, y que hay que poner límites a su comportamiento. Lo que lleva implícita la idea de que la familia es demasiado laxa o sobreprotectora. 

¿A que sí?

Vale, que sí, que no siempre es así. Pero no me digáis que no es un patrón, colegas. 

En la quiniela, pleno al quince. Fijo. 

La faena es que las familias, poco a poco, gota a gota, suelen acabar creyéndose ese mensaje. Y, aunque les pesa —y pesa muchísimo—, acaban sintiendo que hay algo malo en ellas; cosa que, por otro lado, se corresponde con la experiencia que las mismas escuelas les han provocado con su demanda perversa: a fin de cuentas, es verdad que no pueden hacer nada contra el síntoma, pero, ¡ojo!, no por incapacidad, sino porque el maldito síntoma (la huida, la agresividad o el congelamiento) se produce fuera de su ámbito de actuación, en otro contexto. 

Y esa sensación de impotencia y culpa necesariamente afecta a las relaciones familiares, a menudo de manera profunda, convirtiendo un problema no resuelto en el tema de vida de las personas afectadas. Tal es el poder invasivo de la maldita impotencia, que se extiende como una mancha de aceite, estropeándolo todo. 

Ya va siendo hora de que todas las figuras profesionales y, especialmente, las de las escuelas, aceptemos que la sintomatología que las niñas, niños ya adolescentes expresan en clase no se corresponde necesariamente —ni mucho menos— con la negligencia, el maltrato o el abuso familiar; sino que, a veces, es la consecuencia natural de que la infancia sensible y bientratada se enfrente a un contexto artificial, excesivamente estructurado, inseguro y violento, en el que además se consideran sus esfuerzos para resistirse, sostener su dignidad o hacer justicia como problemas que requieren de una “solución” inmediata, porque habla mal de ellas y ellos, y de los suyos. 

Anda y que os den por c**o. 

El síntoma que se expresa en la escuela puede ser, y muchas veces es, una forma de HONRAR el buen trato de la familia. 

Porque una o uno sólo se resiste cuando sabe que algo mejor es posible. Cuando se sabe merecedor de un buen trato, y de una mirada más comprensiva y digna. 

Pero vosotras y vosotras, que os removéis en la silla como si tuvieses enterobius vermicularis en el ojete, no estáis preparados todavía para esta conversación. 

Seguro. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

Un comentario en “El síntoma como forma de honrar el buen trato 

  1. Avatar de dependabletotally2bba8b2dc5 dependabletotally2bba8b2dc5

    Madre mía la temperatura emocional q creo detectar detrás del escrito me es tan familiar…totalmente de acuerdo y totalmente verdad, por desgracia puedo dar fe como profesional de la educación de q esto es así especialmente con el alumnado con dificultades de adaptación al sistema sea por los motivos q sean, eso si en todos ellos los motivos nunca estan en el chaval aunq siempre se pone el foco en ellos. Muy difícil desesperante lidiar con esto. Creo q, y no solo en la escuela hay una tendencia a definir el problema q me acontece y externalizar la solución. Poner la solución en el otro, en otros contextos sin entender q parte de eso tiene q ver con uno. Vamos echar balones fuera o buscar chivos expiatorios q se dice. Una inutilidad pero…q nos deja muy tranquilos, no doy yo son ellos así q puedo estar tranquilo q no hay nada q yo deba hacer. Q cambien los demás. Ufff agotador

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