El inútil que nunca lo fue: consecuencias de un divorcio conflictivo

[…] Carlos fue, en consecuencia, un niño demasiado protegido. Aunque ya no tenía problemas de corazón ni de columna —los médicos le habían dado el alta, destacando que estaba sano—, su familia no pudo pasar página. Sencillamente, no era posible con esos niveles de conflicto donde sólo cabían reproches y, si me apuras, cierta competición para determinar quién ganaba la carrera por ser el mejor progenitor y el más querido por los niños. […]

Carlos nació enfermo. No sólo fue un bebé prematuro, sino que, además, tuvo un problema coronario que le obligó a ser operado de urgencia a pocas horas de nacer. Además, cuando cumplió los 3 años, le diagnosticaron una enfermedad grave que afectaba a su columna vertebral, y por la que corría el riesgo de quedarse paralizado.

Además, al poco de nacer, su madre se quedó repentinamente embarazada sin haberlo querido. Como había tenido una reciente aventura con otro hombre, el embarazo desató los peores miedos en el padre de Carlos, su actual marido. Unos miedos que cobraron la forma de fuertes reproches que, al rato, se convirtieron en violentas discusiones, en las que uno le echaba en cara a ella principalmente su traición a la familia, y ella a él que nunca había estado a la altura de la familia.m

Se configuró así una nueva realidad familiar muy distinta a la que había habido hasta ahora que tuvo repercusiones especialmente graves para el protagonista de nuestra historia, ya sabes, Carlos. Porque si bien ambos progenitores deseaban cuidar y proteger a un niño especialmente vulnerable, también estaban en un GRAVE CONFLICTO que les impedía comunicarse entre ellos. Una crisis que se prolongó muchos años en el tiempo, hasta que finalmente la pareja se divorció, cuando Carlos tenía casi 10 años.

Carlos fue, en consecuencia, un niño demasiado protegido. Aunque ya no tenía problemas de corazón ni de columna —los médicos le habían dado el alta, destacando que estaba sano—, su familia NO PUDO PASAR PÁGINA y aceptar que el niño estaba sano. Sencillamente, no era posible con esos niveles de hostilidad y violencia verbal donde sólo cabían reproches y, si me apuras, cierta competición para determinar quién ganaba la carrera por ser el mejor progenitor y el más querido por los niños.

Así que esa hiperprotección hacia Carlos, que fue necesaria e imprescindible en los inicios, se mantuvo en el tiempo, como si estuviera perpetuamente afectado por una enfermedad por la que corría riesgo su vida. Pero no por negligencia de sus padres, no señor, como se dijo, sino porque NO ES POSIBLE superar, transitar o transcender una crisis cuando el odio distancia a las personas que deben guiar y dirigir ese barco.

A los 6 años, Carlos sufre acoso escolar por parte de otros niños mayores. Le obligan a llevarles juguetes y regalárselos. Carlos no dice nada en casa durante casi un año, hasta que se descubre el pastel porque la familia se percata que desaparecen cosas de la casa, y se pilla a los chungos haciendo daño al crío.

Sobre los 7 años, se hizo una valoración escolar a ese niño que se mostraba especialmente inhibido, y que sacaba tan malas notas. Los resultados de los tests de inteligencia concluyeron que estaba bastante por debajo de la media de su edad, lo que se comunicó a su familia. Pero este diagnóstico no cayó en un terreno vacío, sino en un contexto relacional en el que la premisa era que “había que hacer las cosas por él porque, si no, algo grave podía pasarle”, reafirmando la SOBREPROTECCIÓN excesiva sobre el niño.

Cuando Carlos tenía 9 años, sus padres se separaron tras varios episodios graves, durante los que los niños estuvieron presentes. Esto obligó a los servicios sociales a intervenir para proteger a los niños, separándolos provisionalmente de su familia, hasta que la situación se calmara. Los niños pasaron un año y pico en un centro de acogida, recibiendo también ayuda terapéutica, mientras se apoyaba a la familia con las dificultades que pudieron aceptar, hasta que finalmente regresaron a casa. Una casa ahora dividida en dos, porque sus progenitores estaban separados, pero con la paz que seguramente siempre habían anhelado.

Entonces, tanto el padre como la madre, reportan que vuelven a estar preocupados por Carlos. Esta vez, al parecer, la cosa no tiene tanto que ver con sus enfermedades, sino con la ACTITUD que tiene hacia su hermana pequeña: se muestra muy autoritario con ella e incluso dañino en sus comentarios. Ésta parece ser la común y principal demanda.

Hablando con la terapeuta que sigue atendido al niño y con el centro de acogida donde residió bastante tiempo, se observa que hay DISCREPANCIAS MUY IMPORTANTES entre la imagen que tiene la familia sobre él y la que tienen los profesionales que le han conocido. Carlos no parece ser el niño inhibido y con dificultades cognitivas del que habla la familia, sino mucho más competente en todos los sentidos.

A ver, ¿qué está pasando aquí?

Que alguien me aclare esto.

Se habla con el centro escolar y se descubre que la valoración de Carlos se hizo en un momento crítico: su madre y su padre estaban en un momento crítico —hasta el punto de haber registro de alguna intervención policial— y él estaba sufriendo el acoso escolar que todavía no se había descubierto. No sería extraño pensar que estuviera anclado en un estado VAGAL DORSAL (Inhibición, bloqueo o colapso) con severas repercusiones en el desempeño de un niño, ya de por sí, acostumbrado a que le hagan las cosas y le invaliden por ello.

¿Cómo enfrenta el reto de un test de inteligencia alguien que se siente inferior, incompetente y especialmente vulnerable frente al resto? Un niño que no ha aprendido a esforzarse porque nadie se lo ha pedido ni le ha recompensado casi nunca por ello.

¿Cómo se pretende comparar el rendimiento de un niño afectado por el estrés tóxico, con el de otros que llevan una vida tranquila? ¿Es justo eso?

Me respondo yo mismo: no lo creo.

Dejando el diagnóstico en suspenso hasta que hablen los expertos —yo no sé nada de eso—, el síntoma del niño va teniendo más sentido. Porque, ¿qué puede hacer un niño que se siente incapaz para sentirse ESPECIAL, COMPETENTE Y PODEROSO, como es debido? Efectivamente, machacar a alguien más vulnerable para destacarse frente a él o, en su caso, ella, su hermana.

Porque, hostias, no hay alternativa con la que se ha montado.

Con el añadido de que eso no compromete el equilibrio de su familia. Su madre y su padre pueden seguir cuidando de él, que es lo que, hasta la fecha les ha mantenido juntos y, en bastantes ocasiones, renunciando a su conflicto. Y él, sin saberlo, sigue evadiendo la responsabilidad —“a mí no me pidáis nada, que yo no puedo”— que, como sabéis, es una de las motivaciones más profundas del ser humano, especialmente cuando se nos obliga a gestionar o estar en medio de un conflicto.

«El niño está bien, no está sufriendo. Tan sólo es especial.»

«Nadie le está haciendo daño. No se entera de lo que pasa entre nosotros.»

«Todos se solucionará mágicamente cuando acceda a una formación adaptada a sus necesidades especiales.»

Sin entender —de momento, coño, de momento— que, tras la separación y el retorno de los chavales a casa, estamos en un MOMENTO CRUCIAL para superar los problemas entre los adultos y pasar esa página que tenía que haberse pasado hace años, asumiendo, quizás, que todo lo que preocupó ya ha pasado. Reconociendo el valor que Carlos tiene más allá de lo que le tocó pasar y que, sin duda, le ha dejado marcado.

Pero asumiendo —coño, que esto es importante— que a Carlos NO LE HAN INVALIDADO SUS PADRES, sino la influencia natural de su conflicto.

Recordad este ejemplo —tú también, mi odiado juez Calatayud y toda la tropa de maltratadores que han pasado por “Hermano Mayor”— cada vez que reprochéis a un padre o a una madre ser demasiado sobreprotector con sus hijos.

Mirad la que hubierais liado aquí, cabrones.

Sí, que no pasa nada por darle al coco un poquito.


* Todos los artículos de este blog se escriben con especial cuidado para que no se pueda identificar a las y los protagonistas.


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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