[…] Pero la tragedia de la narrativa del héroe es, amigas y amigos, que pese a todo su esfuerzo y los logros, nunca, repito, nunca, sentirá que se ha restablecido esa dignidad perdida con la herida primaria. Porque esa herida está en otro lugar y otro tiempo al que no se puede acceder. […]
La putada de ser un #héroe es que tu tumba servirá principalmente para alimentar la rabia y la angustia contra un enemigo común. Lo bueno es que también servirá como motivación para conservar o reestablecer la dignidad.
Lo cojonudo es que mucho depende de ti.
Muchas de las chicas y —sobre todo— los chicos con quienes trabajamos viven subyugados por la #narrativa_del_heroísmo. Es como si toda su historia se configurará en torno a una serie de elementos que sólo les permite ver, percibir y experimentar parte de la realidad.
El relato suele partir de una ofensa. Una ofensa tan severa que hace peligrar hasta los cimientos de la propia identidad. Una ofensa que despierta una notable angustia, que se traduce en un esfuerzo vital y radical para adquirir las destrezas y capacidades que les permita emprender una empresa imposible.
Una empresa que se inicia con el mito del viaje, a saber, la partida del lugar seguro, en soledad, por un camino oscuro, del que uno no sabe si volverá. Un camino de lucha y, a la vez, de exploración.
Un camino que alberga multitud de peligros, muchas veces, imposibles de prever o anticipar. Guerreros que salen de la oscuridad, cadáveres que emergen de la tierra y monstruos con caracteres espectrales nunca antes vistos ni imaginados por los libros que deberían revelar los más profundos misterios y el saber.
Un viaje que refuerza al héroe y lo transforma en algo mejor. Coño, que altera su esencia, dándole otro lugar en el mundo como sujeto activo y con valor frente a sus iguales más y mejor acomodados. Porque él ha bajado por propia voluntad a los malditos infiernos y a fuerza de arriesgarlo todo, ha podido regresar.
Olé tus huevos, campeón.
Pero la tragedia de la narrativa del héroe es, amigas y amigos, que pese a todo su esfuerzo y los logros, nunca, repito, nunca, sentirá que se ha restablecido esa dignidad perdida con la herida primaria. Porque esa herida está en otro lugar y otro tiempo al que no se puede acceder.
Por eso, las chicas y chicos seducidos por la narrativa del héroe emprenden, una y otra vez, los caminos del riesgo. Buscando espectros, fantasmas y demonios con los que medirse y disfrutar de una chispa de orgullo que no dejan entrar porque no se lo creen.
Dopamina para no dormir.
No se creen que, efectivamente, han evolucionado, se han desarrollado y se han constituido a otro nivel. Un nivel que no tenían entonces, cuando fueron ultrajados y ahora sí.
Por eso, a veces, necesitan la ayuda de una bruja o un brujo buenos, que sepan ver su valor más allá del fragor de la batalla, cuando bajen la espada y estén en condiciones de escuchar.
Escuchar que han cambiado. Que realmente cuentan con recursos que, cuando alguien les abrió las tripas, no podían ni imaginar.
Necesitan una mirada benévola y bien ajustada para dejarlo entrar, creérselo y hacerlo suyo, porque sólo desde esa realidad —haciendo sentido su poder— podrán regresar al pasado y cuidar de la niña o del niño ultrajado que espera con ojos vidriosos ese trato y esa reparación.
Una niña o un niño que necesita que ese epitafio también le honre a él.
Tú que conoces a chicas y chicos así…
¿Se ve?
Gorka Saitua | educacion-familiar.com