[…] Por eso, no cabe ningún atisbo de revuelta en las estructuras subcontratadas. Hay que crear alternativas que sirvan de contrapoder legítimo: que contengan a trabajadores y trabajadoras de diferentes lugares, unidos por ciertos valores y una visión. Porque la única forma de ser libres es transcender las estructuras —en este caso organizativas— que permiten a los poderes categorizarnos y así ejercer el control. […]
Quizás os descoloque lo que voy a decir, pero una de las peores formas de VIOLENCIA que sufren muchas y muchos profesionales del tercer sector es la SUPRESIÓN DE LA INACTIVIDAD.
Ya lo sé, ahora habrá quien piense que soy un vago y un jeta.
Pues que sepas, amiga o amigo mío, que eres parte del problema si piensas así. Hala, a cascarla a Ampuero.
Tendemos a considerar la inactividad como lo contrario de la actividad. Y es que, claro, la etimología no ayuda en nada. Pero, si lo piensas un poco, no se trata de conceptos tan opuestos. De hecho, es la inactividad, es decir, ese estar en el mundo sin obligaciones, sin objetivos, y sin pretender nada, lo permite dar orden y sentido a la actividad. La inactividad no es un mero descanso de la actividad laboral, sino una vía para restaurar la confianza en uno mismo y, de paso, en la propia labor.
El problema es que la inactividad —lo que muchas y muchos jefes llaman tocárselos a dos manos— tiene un componente subversivo. Para muchas personas, permanecer el tiempo adecuado inactivas, les puede llevar a conectar con la injusticia, corporalizarla, y sentir una intensa motivación por hacer algo para ir más allá, hacia un horizonte cuyo sol es, precisamente, esa vida contemplativa o inactividad.
En consecuencia, mantener a las y los trabajadores perpetuamente ocupados, agotados y paradójicamente orgullosos de su esfuerzo, es una forma de control estructural.
Fomentar la actividad, entendida como esa predisposición a hacer algo en base a unos objetivos (impuestos o autoimpuestos), es la mejor forma de RESTRINGIR LOS VÍNCULOS que pueden hacer de CONTRAPODER, porque la actividad —tal y como la estamos concibiendo aquí— es una invitación tácita al INDIVIDUALISMO: es aceptar la carrera para ver quien llega antes a los méritos, es decir, aceptar el juego de pisar cabezas para hacerse ver.
Es en la inactividad, cuando las personas pueden poner la atención en otras personas. Considerar su sufrimiento y el propio, conectar desde la VULNERABILIDAD, que es una de las formas más elevadas de sentirse y dejarse sentir. Pero conectar con eso es necesario, qué coño, imprescindible, CONTEMPLAR y CONTEMPLARNOS sin pretensiones de ningún tipo, disponiendo del tiempo necesario para estar ahí y estar así. Y las condiciones para ellos solo emergen de la inactividad.
Una inactividad que no permiten las instituciones ni empresas para las que trabajamos, en las que se premia a los sujetos más activos, productivos, aunque lo que hayan hecho carezca absolutamente de valor. Ése es uno de los sentidos de la BUROCRACIA, amigas y amigos: mantener ocupados a las trabajadoras y trabajadores, aunque su trabajo carezca de sentido o valor. Agotarnos con actividades absurdas para que no tengamos tiempo de sentir otra necesidad aparte de la de descansar.
Y es ahí, colegas, donde aparece el sentido perverso de la inactividad. La inactividad como fragilidad: como descanso o vagancia, es decir, a la sombra del concepto sublimado de actividad. Como una sombra o una némesis de lo que “debería ser”, sin valor per se.
Pero esta agenda oculta en el tercer sector —que también afecta a muchas y muchos funcionarios que, lejos de lo que la sociedad entiende, se parten los huevos igual que yo—, no sólo tiene consecuencias letales para las trabajadoras y los trabajadores (quemados, ansiosos, deprimidos, medicados, etc.), sino también para las PERSONAS A LAS QUE DEBEN ACOMPAÑAR. Porque no se puede atender al trauma cuando uno mismo está expuesto a procesos de retraumatización, en los que se pierde progresivamente la dignidad y el sentido de agencia a favor de un interés más poderoso, que se siente como inmutable o inquebrantable, porque parece que siempre ha estado allí.
Siempre no. Los servicios sociales tal y como están concebidos existimos desde hace bien poco, y eso nos coloca, pese a lo que parezca, en un LUGAR PRIVILEGIADO para cambiar lo que es injusto, es violencia y maltrato institucional, porque, a pesar de lo que nos hagan creer, el tiempo no ha legitimado ni su estructura, ni su poder.
Pero a los políticos que gobiernan las administraciones no les interesa que pensemos así. Hacerlo implica una apuesta por la innovación disruptiva, y eso hace peligrar todo su imperio. Un imperio caracterizado por la SUBCONTRATACIÓN A LO BESTIA, que deja a las trabajadoras y trabajadores en una economía precaria, sin los recursos de la protesta y de la rebeldía, dado que éstas están asociadas a la pérdida de los contratos y a la muerte por inanición.
Por eso, no cabe ningún atisbo de revuelta en las estructuras subcontratadas. Hay que crear alternativas que sirvan de contrapoder legítimo: que contengan a trabajadores y trabajadoras de diferentes lugares, unidos por ciertos valores y una visión. Porque la única forma de ser libres es transcender las estructuras —en este caso organizativas— que permiten a los poderes CATEGORIZARNOS y así EJERCER EL CONTROL.
Hace unos días lancé una propuesta para hacer algo así. Intuía que no iba a haber una respuesta contundente. Sólo levantaron las manos 5 personas, de casi 3000 que somos aquí (https://www.facebook.com/groups/educfamilia.area.profesionales). Jódete. Pero esto no es un reproche ni nada parecido. Sé en qué estado estáis. Sé que, a nada que hayáis estado currando 5 años en esto, ya estaréis seducidas y seducidos por la INDEFENSIÓN.
Es lo mismo que nos pasa cuando tenemos que reclamar algo. Se supone que somos profesionales sensibles y combativos, y mira cuántos salimos a la calle cuando hay que reclamar nuestros derechos o los de los demás. Eso sí, seducidos por el valor de la actividad. ¡Puaj!
Pero, aunque abatidos, apaleados y subyugados, nuestra historia no está escrita. Sólo hace falta agarrar la pluma y ponerse a escribir.
Y tú, ¿cómo quieres que termine?
¿Qué hostias vas a hacer?
Yo, por de pronto, me voy a juntar con esos 5 y hablar.
¿Alguien más?
¡Fuck the system!
Gorka Saitua | educacion-familiar.com