[…] Hay muchas formas de pedir ayuda fuera de la seguridad y la asertividad que nos enseñan en la escuela y en los programitas tan chulis de habilidades sociales. De hecho, lo normal es que se pida ayuda desde una postura de mierda, cuando el estrés, el cortisol, y los mil demonios del averno controlen nuestra voluntad y nuestro cuerpo. […]
Estoy seguro de que pensaron que era un gilipollas. Porque me comporté como un verdadero gilipollas.
Gilipollas.
Fue hace 6 años. Por fin habíamos cerrado un acuerdo de compra-venta de nuestra casa, que se iba a formalizar al día siguiente mediante la firma de las escrituras. La movida es que me faltaba un documento. No recuerdo cuál era, aunque creo que era fácil de conseguir, pero, allí a donde iba, sólo me ponían pegas.
Mecagoenmiputavida, que a las 14,00 h cierran todas las administraciones y tengo que tenerlo preparado para mañana.
Sea como sea, a las 13,30 h me planté frente al funcionario de turno y le expliqué lo que necesitaba. Su respuesta fue fría y contundente: no se podía obtener hoy porque el sistema se había caído. La única opción era volver a intentarlo mañana.
Coño, tío, que mañana no puedo; a las 09,00 h tengo que firmar las malditas escrituras, y todo mi futuro depende de ello. Haced algo.
¿Qué quieres que le haga si el ordenador no funciona? Vuelve mañana.
¿No podéis hacérmelo ahora, como sea, en plan casero, con un sellito, y me salváis la vida un rato?
Imposible, colega, que no soy yo, es el sistema.
Me cago en el puto sistema, y me cago en ti y en tu actitud de mierda.
Vale, no lo dije así, pero creo que transmití algo parecido con mi actitud, mi intensidad y mi desesperación; y me marché casi dando un portazo.
¡Pumba!
Estoy seguro de que ahí, justo ahí, mientras dudaba si seguir a lo suyo o llamar al segurata, lo pensó: menudo gilipollas.
Gilipollas.
Y con razón, porque es lo que mostré. No dejé lugar para las dudas.
Lo que el funcionario no vio es que, al salir de la oficina llamé a mi mujer, le conté lo que me había pasado, me culpé por hacerlo todo siempre a última hora, y acabé en una esquina, de cuclillas, con las manos cubriéndome la cara. Que me aguanté las lágrimas y que estuve jodido todo el día.
Pero, lo que fijo que ni se imagina –porque es casi imposible de imaginar– es que, mientras le cantaba las cuarenta, le mentaba a la madre y golpeaba el mobiliario –bueno, no fue exactamente así, pero pronto sabréis porqué exagero–, le estaba PIDIENDO AYUDA.
Si hubiera sabido leer entre líneas, hubiera entendido algo así como:
«No sé qué hacer necesito urgentemente ayuda y eres la única persona que me queda que puede hacer algo para sacarme de esta desesperación tan terrible. Te necesito.»
Pero es muy difícil entender y, sobre todo, sentir eso, cuando alguien está preparado para la lucha, justo enfrente.
Lo normal es pensar que es un gilipollas. Y, si es un gilipollas, que le den por culo y a paseo. Que no tengo la polla para tocar la batería, ni el coño para farolillos.
Hay muchas formas de pedir ayuda fuera de la seguridad y la asertividad que nos enseñan en la escuela y en los programitas tan chulis de habilidades sociales. De hecho, lo normal es que se pida ayuda desde una postura de mierda, cuando el estrés, el cortisol y los mil demonios del averno controlen nuestra voluntad y nuestro cuerpo.
Se puede pedir ayuda como un gilipollas, de la manera más estúpida, dando caña a la única persona que puede ayudarnos. Y la respuesta suele ser una hostia (literal o figurada) o un a tomar por culo.
Se puede pedir ayuda, también, corriendo o desapareciendo. Esperando que alguien haya visto la jugada y se acerque por un agujero a preguntarnos qué nos pasa. Y lo normal suele que la peña piense que no tenemos valor para enfrentar los problemas y nos dejen solos, cuando es justo lo contrario.
Se puede pedir ayuda desde el más puro colapso, dejándonos tragar por el fango, mientras esperamos de manera pasiva a que emerjan en nosotros superpoderes o a una salvadora o a una salvador que se haga cargo. Así quedamos como locos o victimitas frente a un público bien acomodado.
Y de otras mil maneras, claro. Que la mente humana es muy creativa cuando está sufriendo.
Es un hecho. Casi nunca se puede pedir ayuda de la forma como nos enseñan. Ni de la forma cómo deseamos.
Por eso, es tan importante que las y los profesionales conectemos con episodios como el que yo narro. En los que NOSOTROS MISMOS pedimos ayuda de la manera COMO PUDIMOS, encontrando seguramente una caca gorda a nuestro lado.
Y que trabajemos sobre la respuesta que NOS HUBIERA GUSTADO ENCONTRAR, más allá de la historia que ha quedado fijada en nuestra memoria, resolviendo lo que antes quedó inconcluso. Porque sólo así podemos confiar en que otro trato es posible, más allá del que damos al gilipollas, al cobarde, al que se hace la víctima, al que se somete, o al pasivo, que nos piden ayuda de estas formas porque TODAVÍA NO SON CAPACES DE CONFIAR del todo en nosotros.
No te jode. Pues claro.
Mira qué respuestas ha recibido.
Mira en qué condiciones andan.
Mira qué respuestas gastamos.
Pan de cada día en los servicios sociales, pero también en la escuela y en el sistema sanitario.
Porque eso es justo lo que reproducimos con las personas que sufren y a quienes acompañamos: les reprochamos y les maltratamos por pedir ayuda de la única forma como les resulta posible, y luego les reprendemos por haber perdido la confianza en nosotras y nosotros, obligándoles a ir un paso más allá en la intensidad que se gastan para hacernos partícipes de sus dificultades.
Coño, así todo el rato.
¿Es que no se ve?
Pues es que estamos ciegos de cojones o del coño.
Tenemos la inteligencia emocional de una piedra y, además, nos premiamos.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com