[…] Te lo digo yo, que he sido víctima de ése bullying que llaman de «baja intensidad» —rechazo, aislamiento, señalamiento de los defectos, bromas sin gracia, etc.— y que me ha dejado una marca que, mucho me temo, llevaré de por vida; pero que, también, para protegerme de ésa y de otras amenazas, he ejercido también como acosador, haciendo daño a las personas que consideraba más débiles o expuestas. […]
Éste es un mensaje para ti, que ejerces #acoso_escolar:
Sé que mis palabras no te van a llegar, porque el algoritmo de las redes sociales sólo me conectan con las personas que piensan como yo, y porque seguramente no te sientas una agresora o un agresor, porque no eres un malote como el de las películas.
Sin embargo, lo eres.
¡Aguanta, mecagoentodatuvida, sigue escuchando!
Lo eres para esa o esas personas a las que retiras la palabra, aíslas, sometes, te mofas, insultas, amenazas o agredes, aunque a ti te parezcan bromas o chorradas sin importancia.
Te lo digo yo, que he sido #víctima de ése bullying que llaman de «baja intensidad» —rechazo, aislamiento, señalamiento de los defectos, bromas sin gracia, etc.— y que me ha dejado una marca que, mucho me temo, llevaré de por vida; pero que, también, para protegerme de ésa y de otras amenazas, he ejercido también como #acosador, haciendo daño a las personas que consideraba más débiles o expuestas.
Así que, descuida, no voy a darte un sermón ni a ser moralista contigo.
Recuerdo con mucha vergüenza un día en que me estuve metiendo con un compañero hasta hacerle derrumbarse. Llamándole maricón, pringao, y esas cosas, hasta sacarle de quicio. Y, si ahora reviso esa parte de mi pasado, veo que me encontraba dividido: por un lado me sentía poderoso, que se lo merecía, y por otro lado me veía como una verdadera mierda.
En aquel momento resolví ese conflicto —entre mi yo «tó chulo» y mi culpa— quitando importancia a lo que había hecho y mirando para otro lado. Tenía cosas más importantes a las que atender que al llanto de alguien insignificante que no aguanta una broma.
Pero, pasado un tiempo, se dio la circunstancia de que la vida me pagó con mi misma moneda. Y entonces fui yo quien se vio aislado de mis amigos, hasta el punto de que estuve muchos días solo en el patio del colegio.
¿Te lo puedes imaginar?
Solo, aislado, bajo la mirada inquisitiva de todo el mundo. Te quieres morir en un pozo muy profundo.
Entonces pasó algo mágico. Algo que no tenía por qué pasar, y a lo que estoy profundamente agradecido.
Este mismo chico, al que yo había sometido y maltratado, se me acercó y me invitó a acoplarme a sus amigos. Y allí que fui yo, muerto de vergüenza, ahora que no podía esquivar la mirada de lo que había hecho.
En ningún momento me maltrataron. Me acogieron como uno más y me dieron cobijo.
Fueron unos pocos días. Una semana, un mes, no recuerdo, hasta que, como muchas víctimas de maltrato, me alejé para volver con quienes me estaban haciendo daño. Pero, durante ese tiempo, me prometí a mí mismo que nunca más me ocultaría de la vergüenza que suscitaba en mí lo que había hecho.
Era un maltratador, basura humana, y había que apechugar con ello.
Y apechugar significaba, desde ahora, no volver a participar del maltrato, aunque el grupo me empujara a ello.
Me gustaría decir que lo hice cojonudo, que nunca volví a caer en el mismo error, pero no es cierto. Volví a hacer daño, pero no volví a esquivar la vergüenza de hacerlo. Me quedé con las consecuencias naturales de mis actos, machacándome por dentro.
Con ello, no quiero decir que tú hagas lo mismo, amiga o amigo. Esa es mi historia y no tiene por qué parecerse a la tuya. Pero sí quiero que sepas que alguien, aunque sea un verdadero desconocido, sabe que te avergüenzas de tus actos, y que eso habla muy bien de ti, sea lo que sea lo que hayas hecho.
Porque, a pesar de lo que pueda parecer, nadie maltrata por gusto.
Para maltratar hay que dejar en suspenso la #empatía, y eso normalmente ocurre cuando uno está #sufriendo.
En mi caso, sentía que el grupo me estaba expulsando, y necesitaba —te juro que lo necesitaba de verdad— hacerme un hueco entre ellos. Sentía que no destacaba en nada, que era un tibio personaje gris, y eso me traía por la calle de la amargura. Además, tenía un montón de complejos, y sentía que atacando a los demás por su físico, su orientación sexual, sus características diferenciales o lo que sea, podía desviar la atención sobre todas esas formas de mi cuerpo que me daban asco, y que no quería que nadie mirara ni de lejos.
El maltrato es una mierda y nunca es justificable. Pero, a menudo, está sustentado en #buenos_motivos que tienen que ver con la necesidad que todos tenemos de #protegernos en el mundo particular en el que estamos inmersos.
Hay quien maltrata para hacerse visible. Quien lo hace para sostener cierto prestigio. Quien ataca para sentir que tiene algo de control sobre los acontecimientos. O quien humilla para sentirse, en comparación, más valioso. Y quien lo hace por los más variopintos motivos. Pero, siempre, siempre, hay una necesidad no resuelta detrás del daño que se hace a alguien más vulnerable.
Lo único que quiero, es que lo sepas.
Aunque todavía no conectes con tu rollo, y estés deseando que me calle para mirar a otro lado.
Aunque no tengas la suerte de que te adopten los frikis cuando caigas al suelo.
Aunque todo el mundo te diga que eres lo peor, un demonio, por lo que has hecho.
Detrás, muy al fondo, hay una necesidad sin cubrir, de la que quizás todavía no seas consciente, pero que mereces que quede satisfecha. Para descansar, para disfrutar o para lo que sea.
Porque la gente satisfecha no maltrata. No tiene motivos para ello.
Piénsalo la próxima vez que suceda. No eres una tía o un tío malo. Sólo te estás #protegiendo de una de las pocas formas que te resulta posible, en un mundo muy complejo.
¿De qué?
Ya lo irás viendo.
Porque del maltrato se sale… siempre que uno no se identifique con ello.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com