La manta mágica: la disociación explicada a niñas y niños | parte 2 

[…] Nora no sabía que contestar. Si decía la verdad, le quitarían la manta; y si mentía, estaría fallando a su confianza. Así que decidió callar e irse a su habitación sin decir nada. […] 

Al ver que no llegaba hasta el timbre, Nora sintió mucha preocupación y vergüenza. Sabía que todo era cosa de la manta mágica, pero no quería desprenderse de ella, así que decidió meterla en la mochila y hacer como que no pasaba nada.  

Aporreó con fuerza la puerta, pero nadie abría ni contestaba. Siguió golpeado con fuerza hasta que, por fin, le abrió su madre.  

—¿Por qué no tocas el timbre? —le dijo, en tono de reproche, sin percatarse de que ahora era un poco más bajita. 

Nora no sabía que contestar. Si decía la verdad, le quitarían la manta; y si mentía, estaría fallando a su confianza. Así que decidió callar e irse a su habitación sin decir nada.  

Al día siguiente, le tocaba ir al cole.  

En el cole estaba a gusto. Su profe le caía muy bien y las niñas y niños jugaban con ella. Pero había un niño que siempre estaba nervioso y que la tenía tomada con ella. Siempre le molestaba. A veces, interrumpía su juego para decir tonterías y, en ocasiones, le había hecho daño con insultos y golpes. 

Pero ahora, Nora, tenía en la mochila su manta mágica.  

«¡Estupendo! No podrías conmigo.» 

Al poco tiempo, vio por el rabillo del ojo que el niño se le acercaba, e intuyó que con malas intenciones. Cogió su mochila, sacó la manta y ¡puf! se sintió a salvo, porque nadie la veía.  

«¡Funciona!»   

Y siguió centrada en sus cosas.  

Esa semana tocaba visita al médico. No porque estuviera enferma, sino a un chequeo rutinario, en el que iban a pesarla y medirla.  

Cuando Nora se puso en la balanza, éste se alarmó muchísimo.  

—Esta niña ha perdido mucho peso —dijo con tono grave—. Es la primera vez que veo un caso en el que la medida anterior registró un valor y ahora está más bajita. Sin duda, está muy malita.  

Le recetó comer mucho y unas cuantas medicinas.  

Nora sabía que no era enfermedad, sino los efectos de la manta mágica. Pero no quiso decir nada porque sentía que, sin ella, no podía enfrentar los retos de la vida. Así que comió más y se tomó las pastillas porque no quería quedarse sin la manta ni defraudar a su Aita y su Ama, revelando su mentira.  

Pero las pastillas, lejos de mejorar su estado, hicieron que le doliera la barriguita. Era un dolor que le daba náuseas y le hacía vomitar la comida.  

—Nora ha vuelto a vomitar, ¡qué asco! —decían sus compañeras. 

—Nora huele mal —decían los chicos.  

Pero a Nora no le importaba, porque podía refugiarse en la magia de su mantita.  

Pero, poco a poco, se volvía más vulnerable y pequeñita. Y cuanto más frágil se sentía, más necesitaba refugiarse en la manta porque estaba segura de que ningún otro escondite la protegería. 

Pero, un día, ocurrió lo imposible.  

Nora se dejó la mochila en casa.  

Aquel día lo pasó fatal en el cole. Porque era visible para todos, y todo el mundo la molestaba y se reía. Pero lo peor ocurrió al volver a casa, cuando vio a su madre y a su padre con expresión muy seria.   

—¿Se puede saber qué es esto? —le dijeron con severidad, señalando la manta mágica.  

—Es… es… una manta mágica —apenas pudo responder ella.  

—¡No queremos mantas mágicas en casa! —le reprendieron— ¿Es que no ves el daño que puede hacerte? 

Su padre cogió la manta y la tiró por la ventana.  

Nora, desesperada, saltó tras ella, cayendo al vacío.  

—¡Noooohhh! 

Durante la caída, Nora logró colocarse la manta que —menos mal— amortiguó el golpe al llegar al suelo.

Cuando su padre y su madre miraron abajo, no pudieron ver nada. Nora se había vuelto invisible envuelta en su mantita.  

«Se ha marchado…», concluyeron su madre y su padre: «no nos quiere.» 

Desde entonces, Nora decidió vivir en casa con la manta puesta. Así podía estar con la gente que quería, pero sin que se percatasen de su presencia. Sin hacerles daño.  

Dormía con ellos.  

Comía con ellos.  

Y se duchaba con ellos.  

Pero ellos no sabían que estaba ahí, escondida siempre bajo su mantita.  


[Continúa…] 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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