Familias en conflicto: repartirse a las hijas e hijos para sobrevivir 

[…] Pero no estamos hablando de un reparto en sentido literal, rollo esta para mí y este para ti, sino de algo más simbólico, que se articula a través de los procesos de identificación. Entonces, vemos que a una de las hijas o hijos se le atribuyen las características del padre, y al otro las de la madre, pero de una manera caricaturesca y casi estereotipada, como si fueran un calco de la figura adulta que “les ha tocao”.  […] 

Una de las formas que tienen las parejas en conflicto para mantener el equilibrio es repartirse a las hijas e hijos.  

Pero no estamos hablando de un reparto en sentido literal, rollo esta para mí y este para ti, sino de algo más simbólico, que se articula a través de los procesos de identificación. Entonces, vemos que a una de las hijas o hijos se le atribuyen las características del padre, y al otro las de la madre, pero de una manera caricaturesca y casi estereotipada, como si fueran un calco de la figura adulta que “les ha tocao”.  

Este fenómeno tiene una serie de VENTAJAS. Se garantiza a los adultos que se odian, están en conflicto, se violentan o han roto la relación, que no van a perder al menos, a uno de sus hijos. Ya sabéis que muchos conflictos de pareja estame mediatizados por las experiencias de abandono, traición o rechazo que han sufrido las figuras adultas. Y se establece un sistema ordenado de alianzas que, nos guste o no, cumple la función de mantener la estabilidad de la familia preservando a los miembros —hasta cierto punto— de sufrir por un conflicto de lealtades. Porque, claro, si yo soy igual que mi madre y mi hermano igual que mi padre, tenemos un lugar garantizado en la complejidad de las relaciones.  

Sin embargo, estas circunstancias también conllevan un DOLOR PROFUNDO para las niñas, los niños y adolescentes que están en ese lugar. Y uno de los peores sufrimientos resulta invisible para ellas y ellos y, también, para las personas adultas que sostienen este acoplamiento. Porque, lo primero que se resiente cuando a alguien le colocan la etiqueta que dice “eres igual que tu madre”, son los PROCESOS DE DIFERENCIACIÓN, es decir, el desarrollo de la propia identidad como sujetos independientes y con criterio propio.  

Pensemos en lo que pasa con el progenitor con el que uno se identifica. Muchas veces, existe el temor a que, si uno destaca su diferencia u “otredad” puede hacer sentir a ese adulto amenazado: rechazado, traicionado o abandonado. Cosa lógica, porque el único espejo que tienen esas niñas o esos niños para mirarse es esa persona, que necesita atribuir a la pequeña o el pequeño sus características para mitigar su inseguridad de base y una autoestima dañada por eventos que —con mucha frecuencia— nada tienen que ver con el conflicto con la otra parte, ni mucho menos, con las pequeñas o pequeños.  

«No voy a hacer eso porque le va a sentar fatal.» 

«No voy a ser así, porque seré malo o careceré de valor.» 

Pero las cosas se ponen peor, si cabe, si pensamos en la relación con el progenitor “contrario”. Porque éste, en mayor o menor grado, tratará de MODIFICAR los aspectos que considera indeseables en la hija o el hijo que le recuerda el dolor que sintió [y/o sigue sintiendo] en la ruptura con la otra parte. O, lo que es peor, puede renunciar y acabar rechazando a la hija o al hijo que siente como la pareja con la que rompió. Y estos procesos son demoledores para el autoestima de las niñas y niños que viven, a la vez, con la presión de cambiar su forma de ser y de mantenerla intacta para satisfacer a la madre o el padre con el que se identifican.  

«¿Quién soy?» 

«¿A qué debo aspirar?» 

«¿“Soy bien”?» 

«¿Qué camino debo seguir?» 

Creo que ha quedado bastante claro: hagan lo que hagan, salen perdiendo, al estar atrapados en una dinámica DOBLEVINCULAR que depende de ambos progenitores y, sobre todo, de lo que está irresuelto en su pasado o entre ellos.  

Es normal, natural y adaptativo que la infancia afectada por estas estructuras familiares RENUNCIE A SU DIFERENCIACIÓN para sostener a la familia. Pero también es normal, natural y adaptativo que, llegados a determinado punto, ROMPAN con los suyos para emprender su propio camino sin el peso que tradicionalmente les ha impuesto la familia.  

Sea como sea, en ambos casos —por mimetismo o por oposición— van a tener muy complicado reconocerse a sí mismos y, con una elevada probabilidad, acaben desarrollando un “falso self” que, para que nos entendamos, es una armadura o una careta que, aunque protege, dificulta sustancialmente sentirse por dentro y dar sentido a lo que expresa el cuerpo desde la más íntima honestidad.  

Pero, lo peor de todo, es que estas niñas y niños heridos, tarde o temprano, podrán formar su propia familia, reproduciendo con sus propias hijas e hijos los patrones que tanto daño les hicieron, haciéndoles sentir también como objetos que tienen la mera función de cubrir las necesidades de unos progenitores heridos que no comprenden la importancia de los procesos de diferenciación. Porque ellos NUNCA LOS VIVIERON CON PLACER, sino como una amenaza que hay que gestionar.  

Por eso, saltarán a la mínima que su hija o su hijo diga que no, y rehusarán escucharlo sosteniendo con gusto que son seres diferentes y que, en esa diferencia, también está su valor.  

El tratamiento es jodido, no os voy a engañar. Porque hay pocas cosas más dolorosas que descubrir que a uno le han tratado como un objeto y que nunca le han visto como lo que es. Es enfrentarse al vacío más absoluto, al negro más negro, y a la caída más atroz. Una caída en la que uno se hace pedazos y se recompone, cachito a cachito, con las pizas que siente realmente suyas y dan consistencia a esa base segura de la que, lamentablemente, nunca pudo disfrutar.  

Pero, sí, se puede hacer. Y es un ACTO DE AMOR BRUTAL hacia esas personitas que crecen día tras día, sin que las podamos —ni debamos— controlar.  

Recomponerse para darles valor.  

Por lo que fueron. Por lo que son. Y por lo que serán.  

Con independencia de lo que fueron sus mayores.  

Con autonomía y en libertad.  

El planteamiento de este artículo es hipotético. Hace referencia a un ajuste familiar que es frecuente, pero NO el único posible, dado que las personas tenemos multitud de alternativas y opciones para protegernos de situaciones estresantes, peligrosas o amenazantes. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

2 comentarios en “Familias en conflicto: repartirse a las hijas e hijos para sobrevivir 

  1. Amparo Sánchez Alegre

    Has relatado, en parte, la historia de mi vida.
    No te puedes imaginar como me he identificado.
    No, mis padres no se separaron «desgraciadamente» (en mi percepción) siguen juntos a día de hoy que ya son ancianos. Tuvieron oportunidades de hacerlo y medios, y nunca quisieron/pudieron/supieron.

    En mi familia no era te pareces a tu padre, no. Era tú eres Sánchez (en mi caso) y tú eres Alegre (en el del hno que me sigue). Era ya toda la familia la que estaba implicada en el asunto.
    A mí me ha costado años de terapia y trabajo personal ver la parte de mi madre que también está en mí, y de toda esa rama de mi árbol. Por eso firmo SIEMPRE con los 2 apellidos porque me ha costado mucho asumir que soy Sánchez Y ALEGRE.

    Mi padre me utilizaba, desde muy pequeña, como confidente, me hablaba de sus cosas que no iban bien, llegó a amenazarme si me parecía a ella (como si eso pudiera elegirse), y ha seguido hasta la edad adulta con frases del tipo: «A ver si no eres como tu madre que….»

    En fin, muy complicado sí.

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