Un día de playa regular

[…] Ella estaba jugando tranquilamente y, claro, no entiende nada. Pero creo que ve la oscuridad en mis ojos y accede sin rechistar demasiado.  

¿Se quedaría también bloqueada? Ahora que lo pienso, estoy seguro de que sí. […] 

Estábamos mi hija y yo en la playa cuando, de repente, me vi un lunar con mal aspecto.  

¡Pum! Impacto en la frente y el pecho, frío en la cara, nudo en la garganta, sensación de irrealidad, respiración superficial, y el mundo que pasa a ser un lugar gris y frío.  

Me siento paralizado, bloqueado. Ya no me apetece jugar, ni estar con nadie. Sólo quiero retirarme a mi habitación, resolver lo que haya que resolver, y permanecer solo.  

—Amara, estoy con la nube gris —le digo con un hilo de voz, apagado, neutro—. Vamos a ir a casa. Creo que vas a estar mejor con Ama.  

Ella estaba jugando tranquilamente y, claro, no entiende nada. Pero creo que ve la oscuridad en mis ojos y accede sin rechistar demasiado.  

¿Se quedaría también bloqueada? Ahora que lo pienso, estoy seguro de que sí.  

La subo en hombros, y empezamos cuesta arriba el regreso a casa.  

Por el camino le explico, como puedo, que hay una cosa que me preocupa, pero que no tiene que ver con ella. Da igual, a los pocos pasos empieza a protestar y 5 minutos después estamos en casa. Ella llorando como una loca.  

Más allá del peligro del lunar —tranquilos, lo hemos mirado y parece que no es grave—, lo que sufrí es lo que llamamos un REFLEJO VAGAL DORSAL, esto es, que me sentí amenazado y sin salida. En estas condiciones, el cuerpo se desconecta de la mente, le liberan endorfinas para atenuar el dolor, y es imposible empatizar con nadie, por mucho esfuerzo que hagamos. Es una pequeña muerte en vida.  

La trampa de este estado es que podemos sentir que hemos hecho las cosas bien, a pesar de cómo nos sentimos. A fin de cuentas, oye, yo le expliqué a mi hija qué estaba pasando, que no iba a durar, y que pronto estaría mejor para disfrutar juntos. Sin embargo, lo único que le llegó fue mi estado mental y, por tanto, la sensación de estar ella también en peligro.  

Por eso llegó llorando, buscando los brazos de su madre, con el SISTEMA SIMPÁTICO a tope con la respuesta de HUIDA. Cagada de miedo.  

Normal, si su padre —100 kg de maromo— se siente amenazado y sin salida, nadie la podrá proteger de ese peligro, sea el que sea.  

Aceptemos que nuestras experiencias vagales dorsales dejan a nuestras hijas e hijos con una sensación sentida de peligro y soledad. 

La idea es ésta: nuestro estado mental siempre COMUNICA mucho más que nuestras palabras, y no hay nada que podamos hacer para impostar cómo estamos.  

De hecho, lo que vivió mi hija en la playa es una experiencia habitual para las niñas y niños con progenitores afectados por la enfermedad o el trauma. Porque, cuando un miembro de la familia sufre un REFLEJO VAGAL DORSAL, y cae en la hipoactivación, lo habitual es que haya otro u otros que respondan HIPERACTIVÁNDOSE para hacerse cargo del peligro. No sólo es un mecanismo natural, sino adaptativo: cuando alguien cae, no queda más que se haga cargo del peligro.  

El problema es que esto es fácil de entender cuando media una enfermedad, nos ataca un oso, o nos encontramos con un lunar de mierda, pero es más difícil verlo cuando media el TRAUMA.  

El trauma, a fin de cuentas, nos lleva a reaccionar con esa sensación de amenaza ante estímulos aparentemente neutros, despertando la misma respuesta ante un peligro que fue real, pasó, pero quedó codificado en la MEMORIA DEL CUERPO. Y cuando nosotras y nosotros nos venimos abajo, lo natural es que salga alguien a rescatarnos, o que se active para protegerse en soledad.  

«Noel fue uno de los casos más llamativos con los que he trabajado. Agredía a insultaba a su madre de manera brutal: “puta, zorra, drogadicta” era, entre lo que decía, lo más bonito.  

Explorando la realidad de Noel, nos dimos cuenta de que su madre era una persona hipersensible a la desvalorización de un padre que no dejaba de cargar contra ella, cuestionando su capacidad como madre y dejándola literalmente por los suelos.

Viendo lo que pasaba durante las agresiones, se fue viendo un círculo vicioso: la madre recibía una agresión del padre, conectaba con el trauma de hiperprotección (lo hago por ti, pero te dejo claro que no puedes hacerlo) sufría un reflejo vagal dorsal, el chico se sentía solo y en peligro y, en consecuencia, cargaba contra la madre, provocándola, hasta que esta explotaba de rabia, y ambos se encontraban en su dolor, fundiéndose en un abrazo.

Cuando el padre empezó a entender lo que provocaba, y la madre consiguió localizar su sentimiento de impotencia en sus experiencias del pasado, Noel empezó no sólo relajarse, sino a confiar en que su madre podía estar disponible y viva, sin necesidad de más violencia. Eso les permitió acercar posturas y explorar, desde la curiosidad, los buenos motivos que había detrás de sus actitudes y de tanto sufrimiento.»

Quizás no podamos hacer nada con lo que sentimos, pero sí para reparar lo que ha pasado cuando sea un mejor momento. Porque el problema no es que nos sintamos así, sino que nos quedemos atrapados en ese punto y no podamos salir.  

—Ya ha pasado la nube gris, Amara —le dije cuando pude sentirme mejor—. Sé que lo pasas mal cuando Aita está así. Es normal que llores y pidas estar con Ama, por eso te llevé allí.  

No somos responsables de lo que se activa en nosotros, pero sí de lo que hacemos con eso.  

Porque la respuesta VAGAL DORSAL conlleva ciertas tendencias que no nos ayudan en nada: desconexión del propio mundo interior y del de los demás, desconfianza, proyección, y necesidad de resolver los problemas a la voz de ya, por encima y por delante del autocuidado. Justo lo contrario de lo que necesitamos, que es la PROTECCIÓN de la tribu, y la EMPATÍA y el ACOMPAÑAMIENTO del adulto que somos ahora, que probablemente cuente con más recursos que la niña o el niño que fuimos.  

Una de las paradojas del trauma es que impide que nos apetezca recibir justo el trato que necesitamos. Y eso sí que es una faena, majos.  

¿Se entiende? 

Gracias.  


Referencias:  

DANA, D. (2019). La teoría polivagal el terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria 

LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017). Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria 

PORGES, S.W. (2017). Guía de bolsillo de la teoría polivagal: el poder transformador de sentirse seguro. Barcelona: Eleftheria 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

2 comentarios en “Un día de playa regular

  1. Anónimo

    Un maromo de 100 kg que tiene la valentía de abrirse en canal y mostrar cosas para que otros puedan entender y llevar sus propias luchas mejor, facilitando el camino. Gracias, tío.

    Si se permite opinar, ¿esa afirmación de «Una de las paradojas del trauma es que impide que nos apetezca recibir justo el trato que necesitamos»?. Es para unos sí y para otros no.

    Una de las paradojas del trauma es que una persona necesita algo tan sencillo como un abrazo, la presencia – cercanía de otro ser humano, y se le niega «porque tiene trauma». Luego se recomienda que no se le abrace por si se convierte en codependiente o algo de eso, «si eso mejor pastillas».

    Que haya quien con trauma se repliegue y se aisle, ¡pues claro!. Pero de ahí a decir que es normal… La cosa es que de tanto repetirlo, todos en el copia y pega, se acaba sirviendo café para todos.

    Ni mi realidad de que la sociedad replica el trauma ya recibido es ley, ni al realidad del que por tener trauma quiere aislamiento es ley.
    Pero el copia y pega ha hecho que parezca ley el quere aislamiento y no, que no que no.

    Me he extendido mucho en ese final que me cayó como un jarro se agua fría, por cómo ha calado esa idea en tantos profesionales… Y poco en lo que has escrito. Lo siento.

    Es un escrito magnífico. No tengo ni la valentía de abrirme en canal como lo haces tú, ni aunque me abriera el saber expresarlo así.
    Creo que eres un padre de puta madre, y ayudas a otros a plantearse que se puede. Chapó.

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  2. Pingback: Un día de playa regular — educación familiar – Gerardo Luna

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