Llamo así a estas cosas que pasan, que reconfortan y conectan el cuerpo, pero sin abrumar al sistema nervioso empujándolo fuera de su ventana de tolerancia.
«Hay diferentes formas de dar amor, además de los abrazos y los mimos».
Con cierta frecuencia, me topo con frases como ésta, que se utilizan como excusa para justificar una relación distante con las hijas e hijos.
Muchas veces, viene de madres y padres que, a su vez, han tenido una infancia solitaria, con unos progenitores ausentes, muchas veces centrados en el trabajo.
—En mi casa nos llevábamos bien —me pueden decir—. Éramos una familia feliz. Nunca había discusiones, pero tampoco recuerdo que nos diéramos besos o abrazos. Sencillamente, eso no se hacía.
—¿Y cómo crees que te afectó eso? —suelo preguntar.
Aquí suele hacerse un breve silencio. Pronto responden:
—No creo que me afectase de ninguna manera. Me siento bien.
A veces, exploramos otros aspectos de su historia:
—A mí, lo que se sigue doliendo es recordar lo que me pasó en el colegio —quizás confiesen.
—¿Lo pasaste muy mal?
—Sí. Durante muchos años sufrí acoso escolar por parte de mis compañeros —pueden reconocer—. Fue horrible. Además de lo que yo tenía que pasar, tuve que proteger a mis hermanos pequeños.
—Protegerles, claro —le puedo invitar a seguir.
—Era una angustia terrible, Gorka —pueden confesar—. Odiaba ir al colegio. Tenía que estar siempre pendiente de lo que pasaba porque, en cualquier momento, éramos blanco de la violencia del resto. Me culpo muchísimo por no haber estado a la altura, y permitir que les hagan daño.
—Ahora que eres adulto, y puedes verlo con cierta mirada y perspectiva, ¿qué te habría gustado que pasara entonces?
Aquí hay que dejar tiempo.
Al principio, suelen cargar contra un profesorado que no vio en abuso, o contra unos compañeros que, por desidia o cobardía, miraron hacia otro lado. Pero, con el tiempo y la compañía adecuadas, suelen llegar a una conclusión dolorosa, pero esclarecedora:
—Lo que de verdad me habría gustado, Gorka, es que mis padres se hubieran dado cuenta y se hubieran hecho cargo. Me hubieran evitado muchísimos problemas.
—¿Quién fue quien mejor lo hizo en ese sentido?
—Nadie —suena tajante.
—¿Seguro? —pregunto— mira un poco a través de tu historia, con curiosidad y sin forzar el proceso.
—No lo sé, recuerdo un monitor de un campamento. Se llamaba Josu…
—¿Josu fue quien lo hizo mejor?
—Creo que sí —reconoce—. Josu vio que otros chavales se estaban burlando de mí por mi aspecto. Creo que habló con sus familias, porque al poco tiempo estaban expulsados. Me permitió dormir en una habitación a parte. Todas las noches, antes de dormir, venía a despedirse y me preguntaba si estaba a gusto, si podía hacer algo para que durmiera más tranquilo.
—¿Te permitiste pedir algo?
—Los primeros días no. Era una situación extraña. No lo sé, todo me abrumaba. Pero tres o cuatro días después, le pedí un colacao calentito. Hacía mucho frío.
Silencio largo y ojos vidriosos.
—Cómo reconforta las tripas ése calorcito, ¿verdad? —añado— Ojalá pudieras haberlo disfrutado más a menudo.
Muchas madres y mucho padres, viven una vida desconectada de la de sus hijos. Cuando fueron pequeños y vulnerables, aprendieron que se las tenían que ingeniar solos. Perdieron la confianza en que los adultos se darían cuenta de lo que les pasaba, y de que actuaran para calmar o proteger, dándoles el trato reconfortante que necesitaban.
La herida relacionada con unos padres ausentes, es muy difícil de identificar o reparar. A fin de cuentas, las niñas y los niños tienden a normalizar lo que pasa y el trato que reciben en su propia familia, y es muy difícil reconocer que, lo de siempre, a falta de violencia o discusiones, causa verdadero daño. Máxime cuando en la sociedad capitalista y de consumo en la que vivimos, determinadas actitudes, como la dedicación excesiva al trabajo, se valoran como un signo de competencia parental, y no de lo contrario.
Pero la realidad es que las niñas y niños que son hijos de padres y madres fantasma, que están, pero a quienes no se ve, y que permanecen entre lo real y lo irreal, levitando por la casa, sumidos en sus obligaciones y problemas, tienen que gestionar solos su experiencia y las sensaciones desagradables de su cuerpo, protegiéndose a través de la misma desconexión que les ha causado tanto daño; y perpetuando así, la transmisión intergeneracional de una historia marcada por el abandono.
Parte importante de nuestro trabajo, aquí, como educadoras y educadores familiares, es llevarles, con cuidado y con cariño, a explorar esas excepciones que implicaron cierta conciencia de su cuerpo. Esos cuidados que fueron más allá de lo material, y tuvieron un impacto en positivo en su sistema nervioso. Y si, en ese momento, no pudieron sentirlo, revivir esas experiencias gratas, permitiéndose sentir, aquí y ahora, con nuestra compañía acogedora, lo que entonces no se permitieron.
Para eso, a menudo, hacen falta experiencias puente. Llamo así a estas cosas que pasan, que reconfortan y conectan el cuerpo, pero sin abrumar al sistema nervioso empujándolo fuera de su ventana de tolerancia. De ahí la importancia de ese colacao calentito.
Para rescatar las relaciones, hay que sentir y validar la experiencia en el cuerpo.
Y a ti, ¿qué experiencias puente se te ocurren? Podrás recurrir a ellas cuando te sientas alejada o alejado de las sensaciones de tu cuerpo, como un flotador que pueda transportarte, de nuevo, a la vida.
* Caso ficticio, basado en intervenciones reales.
Referencias:
BARUDY, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato familiar. Barcelona: Paidós Ibérica
DANA, D. (2019). La teoría polivagal el terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
GONZÁLEZ, A (2021). Las cicatrices no duelen. Cómo sanar nuestras heridas y deshacer los nudos emocionales.Bilbao: Planeta.
SIEGEL, D. (2012). El cerebro del niño. Barcelona: Alba Editorial
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com