Levantarte a hostias: una historia de resurrección

Cuando un chico o una chica está bloqueado en una respuesta de lucha, sólo podrá protegerse peleando, hasta que alguien vea sus buenos motivos, y activar, así, cierto grado de compromiso social.

El mundo entero le devolvía que era una mala persona. Un ser detestable que sólo vivía para fastidiar a los demás.

«Lo único que sabes hacer, es daño.»

«Hay algo dentro de ti que está mal.»

«Nunca vas a cambiar.»

Su comportamiento llamaba mucho la atención. Iba por la vida mirando por encima del hombro a los demás, había ejercido un acoso cruel hacia varios de sus compañeros del colegio, y agredía una y otra vez a su madre, una persona deprimida que mostraba una gran debilidad.

Diagnóstico: cabrona, y con mucha maldad.

Cuando el equipo entró en la casa, el primer impacto fue ése. Fue especialmente despectiva. Y cuando empezó a meterse con el físico de los profesionales de manera muy hiriente, el impulso fue darle un cabezazo, y marchar.

Pero, según se hablaba con la familia, se veía un panorama bastante diferente.

Lo primero que llamaba la atención era un padre bastante agresivo, que no quería colaborar. Pasaba en moto de nuestro trabajo, y también de ella. Era uno de estos hombres que prometen y prometen, y luego siempre les sale algo más importante que hacer. Con suerte, aparecía para frenar a la adolescente y reprenderla, ejerciendo de salvador ante su hermano pequeño por el que mostraba una clara preferencia.

Cuando la chica hacía algo que no le gustaba, activaba un rechazo brutal. Podía estar semanas sin hablar con ella. Y para mejorar más si cabe las cosas, culpaba a la madre de todos los desajustes que la chica podía sufrir, interfiriendo en su crianza, diciéndole textualmente que tenía que aplicar más mano dura, porque eso no podía ser.

Su hermano pequeño, todavía un niño, era “el cachiguay”. Se protegía infantilizándose aun más, y colocándose en un nivel bajo para que nadie —especialmente su padre— descubriera lo que siente o piensa, y estar con todos medio bien. Cuando su padre aparecía en escena, o su hermana se ponía agresiva, se iba a dormir. Y lo más sorprendente es que se apagaba como si tuviera una tecla para desconectar.

Su madre estaba fatal. Pasaba mucho tiempo en la cama y apenas le quedaban ganas de vivir. Sorprendentemente, miraba con especial cariño a su hija mayor, siendo la única que decía que tenía un enorme corazón, y que tenía plena confianza en ella.

Llamaba mucho la atención este discurso, porque era la víctima más evidente de las agresiones de su hija. A menudo la insultaba, la vejaba con palabras malsonantes, rompía objetos con valor sentimental. Además, había sufrido agresiones físicas como empujones y puñetazos que, incluso, habían motivado su salida provisional al un centro de protección, como medida cautelar.

Como los educadores tenían buen olfato, decidieron escarbar por ahí. Porque ¿qué llevaba a esta madre a tener ese enganche tan fuerte con su hija, a pesar de las agresiones? ¿Cómo podía ser?

Al principio pensaron que eran fabulaciones extrañas. Igual era que la señora se había brotado, y necesitaba mantener cierta ilusión y esperanza para sobrevivir. Pero, poco a poco se fue viendo un escenario diferente al que esperaban encontrar.

En una visita al domicilio, estaban a solas las dos. La madre estaba en la cama. Decía que le dolía todo el cuerpo y no se podía levantar. La hija estaba más disparada que de costumbre, exigiendo a su madre que le preparara una ensalada para comer.

Era una escena extraña, así que los educadores familiares, que eran perros viejos, se quedaron sin intervenir.

Al principio, cuanto más exigente se ponía la adolescente, más se hundía la madre. Y en ése hundirse recurría con la mirada a los educadores para que pusieran freno a la situación. La chica, muy sensible a este juego, empezó a insultarla de manera brutal, diciéndole que era una basura, que no servía para nada, y que «se merecía unas buenas hostias para espabilar».

Es verdad. En estos momentos, cuesta mucho mantener la compostura y no intervenir. Pero, a veces, es necesario quedarse bien quieto para entender toda la secuencia, presuponiendo que la resolución proporcionará una pista esencial.

Y así fue, porque la chica se fue activando más y más, hasta que hubo un punto en el que se escuchó como se le quebraba levemente la voz. En ese instante, como un resorte, salió otra parte de su madre, mucho más fuerte y dispuesta a hacerse valer.

—A ver —dijo—, ¡pero no te estoy diciendo que estoy mal! ¡¡Déjame en paz!!

Acto seguido, empezó a llorar. A llorar con tanta angustia, que toda la violencia cesó. La chica, entonces, se dio la vuelta, cerró la puerta y se marchó a su habitación.

Uno de los educadores se quedó con la madre, tratando de acompañar. El otro, salió de la habitación y pudo escuchar el rumor de la chica llorando a lo lejos.

—¿Qué crees que va a pasar ahora? —le preguntó uno de los educadores a la madre.

—Seguramente iré a su cuarto, le daré un beso, y comeremos juntas —dijo.

—¿Cómo te encuentras? —pregunto el profesional.

Sorprendió que se hiciera un silencio largo.

—Mejor —dijo—. Llorar así me hace sentir viva, especialmente bien.


«El mundo entero te dice que eres una mala persona, pero nosotros entendemos que la agresividad es la única forma que tienes de revivir a tu madre. Que la necesitas en este mundo para saber que alguien cuida de tu hermano, a pesar de todo lo que os ha tocado vivir.»

A partir de entonces, se pudo contar con ella.


La idea es que los chicos y las chicas sólo pueden protegerse en función de la activación o desactivación de su sistema nervioso autónomo. Y que, cuando un chico o una chica está BLOQUEADO en una RESPUESTA DE LUCHA, sólo podrá protegerse peleando, hasta que alguien vea sus BUENOS MOTIVOS, activando así cierto grado de compromiso social.


Comprender la violencia no implica, jamás, ningún grado de justificación. Nadie tiene derecho a hacer daño a nadie, por muy grave que sea su sufrimiento. Pero, a menudo, es necesario profundizar en sus motivos para colaborar en su desactivación. 

* Caso ficticio. Construido en base a intervenciones que han podido funcionar.


Referencias:

BARUDY, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato familiar. Barcelona: Paidós Ibérica

DANA, D. (2019). La teoría polivagal el terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria

NARDONE, G. (2015). Ayudar a los padres a ayudar a los hijos: problemas y soluciones para el ciclo de la vida. Barcelona: Herder


En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

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Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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