[…] el fantasma los observaba desde cerca. En silencio.
Cuando su sueño era más profundo, les colocaba los brazos alrededor del cuerpo, y acercaba su carita al corazón, para escuchar su latir y la respiración de cerca. […]
Hace muchos años, en una casa encantada, vivía un fantasma triste.
Era el fantasma de un niño que había muerto, sin un abrazo de despedida.
Quedó, así, condenado a vagar por las tinieblas de los tiempos, en busca del cariño que le faltaba.
Durante muchos años, la casa fue habitada por múltiples personas. Poderosos hombres de negocios, familias enteras, y también personas humildes.
Cuando dormían, el fantasma los observaba en silencio.
Cuando su sueño era más profundo, les colocaba los brazos alrededor del cuerpo, y les acercaba su carita al corazón, para escuchar su latir y la respiración de cerca.
Lo hacía cuando más dormidos estaban, para no perturbarlos, ni agitar su sueño. Porque, aunque era un fantasma triste, sobre todo era un fantasma bueno.
Así, pasaron muchas generaciones. Acompañadas, sin saber lo que estaba pasando.
Un día, hubo una tormenta eléctrica, y un rayo alcanzó la casa. Salieron chispas de los enchufes, y casi se prende fuego.
De repente, apareció un globo azul y brillante ingrávido en el salón. Chisporroteaba y se movía despacio.
La familia que por entonces allí vivía, quedó fascinada con el suceso.
El fantasma se acercó con curiosidad. Se sintió fascinado y tendió su mano. Al tocarlo, sintió un escalofrío.
¿Cómo podía ser? Él no tenía cuerpo.
Volvió a acercar la mano, y sintió calor y un cosquilleo.
Sentir le llevó instantáneamente al llanto. Estaba feliz, no quería que la experiencia finalizara.
Embelesado, escuchó un susurro.
—Gracias —se dio la vuelta, y vio que una niña le miraba.
La experiencia le desbordó por completo.
—No te asustes —continuó la niña—, no voy a hacerte daño.
Se quedó bloqueado.
—No… ¿no me tienes miedo? —balbuceó.
—Nadie lo tuvo nunca —confesó—. Simulábamos dormir, porque temíamos que te asustaras y perder tus abrazos. Nos acompañan y reconfortan mucho cuando dormimos.
Ráfagas de imágenes vinieron a su mente. En contra de lo que pensaba, todas esas personas, habían recibido sus abrazos con gusto y con cariño.
Rompió a llorar.
Supo, entonces, que de alguna forma él también había recibido sus abrazos. Y que también los había merecido.
—Disfruta de tu viaje —fue lo último que escuchó, cuando lo disipó el viento.
Así, fue como se escribió una historia triste, que ya nunca, nunca, volvió a ser de angustia y miedo.
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com