El justiciero actúa impulsivamente. Quiere que todo el mundo sea escuchado, y que se respeten sus derechos. Pero, a menudo, acaba tratando mal a las personas. A ellas y ellos, y a mí mismo.
Fragmento de un diálogo interno.
—He sentido angustia desde ayer, y todavía la siento —dije.
Llamo angustia a una sensación general de entumecimiento físico y mental, unido a una fuerte sensación de opresión en el pecho.
—Ajá —respondió, distraídamente, El Justiciero.
—Sé que no te apetece escucharlo, pero tengo que decirte que es debido a lo que hiciste —continué, asertivo.
—Alguien tenía que poner el contrapunto, colega —se quejó—. Se están aprovechando de esa gente, y ellos como si nada.
—Es cierto, pero te perdieron las formas —señalé—. Hablaste desde el enfado, con mucha agresividad e ironía, como si tuvieras la única certeza. Es normal que algunas personas se sintieran amenazadas.
—Es su problema.
—Es el suyo, pero también mi problema —respondí—. Me gustaría que me dieras unos minutos para explicártelo.
—Suelta, anda.
—Vaya por delante que sé, de corazón, que tu intención es protegerme, no hacerme daño.
Si mi angustia fuera un globo, sentí que algo le daba una patada. Quedó un poco más blanda.
—Te escucho —respondió El Justiciero ahora con mejor talante.
—Yo sé que quieres algo que, en sí mismo, es bueno: que el mundo sea un lugar justo para todas y todos —comencé—. Pero, a veces, te quedas clavado en eso. Te cuesta ver lo que viene luego, ¿te lo cuento?
—Vale.
—Cuando haces justicia, al menos así, a lo bestia, acabas dejándome en una posición complicada —expliqué—. Porque, si bien es cierto que me das un chute instantáneo de motivación y fuerza, luego me arrepiento.
—Te escucho —me permitió.
—Por ejemplo, cuando leo lo que he escrito, se me suele poner una bola en el pecho —confesé—. Se me hiela la cara y se me enfrían las manos. Por un lado, quiero borrarlo; pero, por el otro, quiero dejarlo ahí y ser un tío valiente. Es decir, el héroe que siempre he soñado.
—No es justo que te trates así, amigo —dijo, compasivamente—. No tienes que ser un héroe para ser una persona que merece la pena.
—Eso, poco a poco, lo voy trabajando en terapia —señalé—. Pero todavía no estoy preparado. Quizás, mi masculinidad sigue siendo demasiado débil, o no he conseguido quererme lo suficiente.
—Creo que lo entiendo —me sorprendió—. En mi intento de ser justo, y de que todo el mundo reciba lo que merece, me he olvidado de ti, dejándote muchas veces en una posición muy complicada.
—Eso es —balbuceé, mientras se me salían las lágrimas.
Me volví a centrar en la respiración, mirando con curiosidad cómo evolucionaba la angustia en mi cuerpo. Sentí un barrido de la cabeza a los pies, que me provocó un escalofrío. Me sacudí despacio y, al volver la mirada hacia mi pecho, la opresión casi había desaparecido.
—Gracias, amigo —solté y se me escapó el llanto.
Estaba en el coche, sólo. En un camino de tierra, en Lugo, con vistas al mar cantábrico.
Quizás por eso, sentí que la mar me mecía y me recogía en sus brazos.
—Mira, podemos hacer una cosa —dije, cuando ya me había repuesto—. Te propongo un trato.
—Vale —aceptó—. Seguro que es una buena idea.
—Quiero que sigas haciendo justicia —le pedí—. Creo que es un valor muy importante para ambos. Pero quiero, que la próxima vez, la hagamos juntos. No tengo dudas de que te volverá a salir la mala leche, y está bien que así sea, porque nos dará el impulso que necesitamos para defender lo que otras personas necesitan y nosotros necesitamos. Pero e gustaría que ambos empecemos a ver a esa angustia como una señal de alarma.
—¿Como una luz roja con un sonido estridente?
—Eso es. Que sea una señal para que tú pares, y yo empiece a hablar contigo. Porque tú puedes poner la garra, y yo ponerme en el lugar de las personas que nos lean —dije—. Creo que así, podemos crear un mensaje suficientemente contundente, pero que no haga daño a nadie, y llegue a mucho más público.
—Me parece genial —respondió relajado, El Justiciero—. Se trata de hacer justicia, pero con sensibilidad hacia el resto.
—Eso es, amigo. Hacerlo juntos.
Sentí que la mar me mimaba. Y que yo me dejaba acariciar, con necesidad y con ganas.
* Fragmento de una conversación mantenida con mi Justiciero interno.
Referencias: GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta PORGES, S.W. (2017) Guía de bolsillo de la teoría polivagal: el poder transformador de sentirse seguro. Barcelona: Eleftheria SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria VAN DER KOLK. B, (2015). El cuerpo lleva la cuenta. Eleftheria: Barcelona
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com