[…] Ayer, Amara y yo cazamos un cangrejo. […]
Ayer, Amara y yo cazamos un cangrejo.
Era un cangrejo muy pequeñito, negro, de los que llaman zapateros.
Mi intención era que ella pudiera explorarlo, agarrarlo con su manita, ver cómo es y cómo se mueve y, luego, dejarlo en el mismo sitio, para que pueda seguir a tope con su vida.
Ella estaba encantada.
—“Cagreo” —decía con los ojos muy abiertos.
—Sí, mira es un cangrejo —respondía yo— tiene pinzas.
—“Pizas”. “Tí.”
Al principio, no se atrevía a agarrarlo. Pero, poco a poco fue tomando confianza. La primera vez, lo tomó, con mucha delicadeza, de mi mano. Luego, quiso cazarlo ella sola.
Así que lo dejé en una roca.
Ella lo logró un par de veces pero, a la tercera, el cangrejo se le escurrió debajo del culete. Imagino que trataría de esconderse.
La levanté rápido, con miedo de que aplastara al bicho. No era nuestra intención causarle daño. Que bastante meneo le estábamos metiendo.
El cangrejo se deslizó cuesta abajo.
De repente, de detrás nuestro, apareció un gorrión.
Madre mía.
Se lanzó sobre el cangrejo, que estaba a apenas medio metro de nosotros, y empezó a picotearlo. Lo mató, y se lo comió.
Os juro que me dio la sensación de que lo disfrutaba.
—¡Mira lo que ha pasado! —señalé yo, a sabiendas de que habíamos sido testigos de un momento cruel, pero mágico—. El pájaro ha venido y ¡ammm! se ha comido el cangrejo.
—Pajaro ammm —decía fascinada.
—¡Qué huevón! —me salió.
—Huevón, huevón —repitió ella.
Por la noche, hablamos por videoconferencia con aitite y amama (el abuelo y la abuela). Amara les contó, como pudo, lo que había pasado.
—“Cagrejo”, pájaro, “ammm”, huevón —fue explicando.
Mientras, yo servía de traductor.
—Claro, es que los gorriones andan con mucha hambre —aclaró aitite, con tono sabio—. Es que ahora no hay nadie que les alimente. Lo están pasando muy mal.
Hostia, es verdad.
Párate aquí.
Porque en mí, que tengo preocupaciones ambientales y gusto por la naturaleza, había un relato dominante. El del retorno de las ballenas y los delfines.
De alguna manera, ha sido uno de mis bálsamos durante la cuarentena. Que sí, que todo va mal, que la economía se va a la mierda y que todos vamos a enfermar y morir. Pero las abejas se están recuperando, y han vuelto los delfines.
De hecho, las flores de cerca de casa están llenas de abejorros, grandes y peludos, y por aquí al lado han andado un rocual aliblanco y manadas de delfines.
Y nuestro mayor sueño, cuando estábamos encerrados, era acercarnos a los acantilados con unos prismáticos, y localizar a cualquiera de ellos.
Eso nos ha dado la fuerza y esperanza, cuando estábamos de bajonazo.
Con el añadido de sentir que sí, que se puede parar y dar un respiro a la tierra.
Pero TODOS los relatos significativos y con una elevada carga emocional, había omitido parte de la historia. Había NEGADO parte de la información.
Y parte de esa información negada, era que había otros animales que lo estaban pasando mal, porque su sustento dependía de las personas. Y no hablamos de ratas, que a muchos nos dan asco, sino de los simpáticos y traviesos gorriones, que tantos buenos momentos nos han dado.
Todo relato dominante cumple una función, pero oculta otra historia.
Y ése es parte de nuestro trabajo como padres, madres, y como personas que trabajamos con familias. Acompañar en el proceso de incorporar esa información a los relatos.
Pero no es nada fácil.
Ahora, yo mismo estoy en crisis.
Porque quiero seguir contando que la naturaleza se recuperó durante la pandemia, pero no quiero contar que nos olvidamos de los gorriones. No me gusta.
Así que toca reconstruir la historia. Completarla y enriquecerla.
Quizás, con una escapada de un padre y su hija. Que vivieron una experiencia fascinante, gracias a la cual, se dieron cuenta de lo mal que lo estaban pasando los gorrioncillos, que tenían que cazar cangrejos para sobrevivir sin el pan que antes robaban en los bares.
Y que, al darse cuenta, ese padre y esa niña, decidieron salir siempre con unas miguitas en el bolsillo. Porque sabían que, si alimentaban a los pájaros, salvaban la vida de los pequeños cangrejos.
De repente, con una pequeña ACCIÓN CON SENTIDO, todo cuadra.
La historia queda redonda.
Nos ajustamos.
Referencias: WHITE, M. y EPSON, D. (1990). Medios Narrativos para fines terapéuticos. México: Paidós PAYNE, M. (2002). Terapia narrativa. Barcelona: Paidós CYRULNIK. B. (2003). El murmullo de los fantasmas. Barcelona: Gedisa Más sobre terapia narrativa en: https://centroasesoramientoyterapia.wordpress.com/category/articulos/
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com