Abandonarse a la tristeza como síntoma protector

Ojalá todas y todos pudiéramos sentir tan cerca la muerte de las personas a quienes queremos. Nos iría muchísimo mejor.

—Hay una cosa que te quiero contar, Gorka, pero vas a pensar que estoy un poco loca —me dijo ella, con 17 años recién cumplidos.

—Seguro que sí, estás como una cabra —respondí con un guiño.

—Vete a la mierda.

—Voy yendo —respondí— pero, si quieres, ven conmigo y me cuentas.

Empezamos a caminar despacio, pero sin rumbo fijo. Es una forma natural de favorecer la estimulación bilateral del cerebro, y de no ser demasiado invasivo en las sesiones con adolescentes.

—Ya sabes que yo tengo un “sentimiento trágico de la vida” —me dijo, llegado el momento—. Siento que algo muy malo va a pasar pronto, y que mi vida se va a ir al traste.

Escuché sin decir nada.

—Hay una cosa que me agobia —continuó—. Que a menudo no puedo controlar.

Sentí que llegábamos a algo importante.

—Suelo imaginar que la gente a la que quiero se muere —confesó—. Lo veo en mi mente con todo detalle, y lo siento como si realmente estuviera sucediendo. Me pego unas lloreras de la pera. Acabo hundida en la mierda.

Era una chica con un funcionamiento muy complaciente, hija de una madre muy centrada en el cuidado de su familia, y un padre depresivo, que había tenido varios intentos autolíticos. Así que presté mucha atención.

—¿Quiénes suelen ser los protagonistas de esos episodios? —le pregunté.

—Sobre todo mi madre, mi novio, y a veces mi padre —respondió.

El orden de los nombramientos me sorprendió. Así que decidí seguir preguntando con curiosidad.

—¿Qué sensaciones tienes en tu cuerpo cuando te vienen esas imágenes? —continué, sin saber muy bien si podría ayudarla.

—Siento que algo me oprime el pecho, que tengo que esforzarme para respirar… —quedó pensando.

—Parece que hay algo más —dije, invitándola a continuar.

—Sí. Es un nudo que me sube por la garganta y que me hace llorar.

—¿Cuánto tiempo sueles necesitar llorar? —indagué.

—Jo… mucho rato. A menudo me contengo pero, si me pongo, me cuesta parar —confesó.

—¿Y qué dirías que pasa mientras lloras?

Era una chica muy inteligente pero la pregunta le sorprendió.

—No lo sé. Me pongo muy triste. Me imagino su funeral, las cosas que iban a cambiar, la vida sin ellos… —empezó a decir atropelladamente— Y, si paso tiempo suficiente, termino recordando los buenos momentos. Sobre todo, las barbacoas con mis ab…

Se echó las manos a la cara, se sentó en un banco, y quedó un rato así, hasta que las lágrimas empezaron a mojar sus rodillas.

Sentí que debía permitir que sucediera.

Pasaron 15 minutos que me resultaron eternos. Ella estaba sufriendo, y me sentía expuesto a las miradas de terceros.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —dije, pidiendo permiso.

—Sí —respondió secándose con la manga.

—Si pudieras hacer exactamente lo que el cuerpo te pide ahora ¿qué sería?

—Es una locura, Gorka —dijo, negando con la cabeza.

—No lo es si imaginarlo te hace sentir un poco mejor —se me ocurrió decir—. Si quieres, no me lo digas, pero sujétalo con mucho cariño, no se te vaya a romper.

—Me gustaría pasar el resto del día abrazada a los tres.

Y el llanto la rebosó.


Ella tenía que sentirse profundamente sola, atrapada entre un padre distante, y una madre esclavizada a través del terror de lo que podría suceder. Con un novio distante, que huía de cualquier cosa que sonara a un registro emocional.

Era de esperar que sintiera mucha rabia hacia todos ellos, y que sintiera un enorme miedo a expresar este enfado. A fin de cuentas, no sólo iba en contra del rol que le hacía sentir seguridad —la niña buena y complaciente—, sino que seguramente sentía que podía desencadenar una reacción impredecible en un padre que no toleraba que los suyos se diferenciaran o se distanciasen de él.

Así que su cerebro había encontrado una solución: fantasear con su muerte para, a través de la tristeza más profunda, perdonar y sentir de nuevo las ganas de conectar.

Estaba dispuesta a sacrificar su alegría para cuidar de los demás.


—Creo que es genial matar gente —dije el próximo día, cuando me lo permitió—. Ojalá todas y todos pudiéramos sentir tan cerca la muerte de las personas a quienes queremos. Nos iría muchísimo mejor […].


* Conversación reconstruida, basada en un caso real.


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia, es la teoría sistémica estructural-narrativa, y la teoría del apego. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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