La narrativa de la espera, y la aparición de un dragón

[…] La cosa es que yo llevo encima uno desde que tengo uso de razón y recuerdos. Y me ha traído por la calle de la amargura, porque un tío de 100 kg, con apego evitativo y cara de mala hostia, que se pone a lloriquear como un mocoso en el cine… puescomoquenó. […]

Ayer hablábamos mi señora y yo —madre mía, señora, me va a matar— de que todos sufrimos lo que convenimos en llamar “momentos lagrimita”, es decir, cosas que, por los motivos ocultos que sean, nos conectan con una emoción irrefrenable que nos cuesta mucho ocultar. 

Y aparece la lagrimita. De ahí el nombre que les hemos puesto. Porque, si saliera un salchichón, los habríamos llamado “momentos salchichón”. Ya sabes tú. 

La cosa es que yo llevo encima uno desde que tengo uso de razón y recuerdos. Y me ha traído por la calle de la amargura, porque un tío de 100 kg, con apego evitativo y cara de mala hostia, que se pone a lloriquear como un mocoso en el cine… puescomoquenó. 

Se pierde la dignidad… y la cartera si pasa un ratero por allí. 

Me refiero a esos momentos de las pelis, tan habituales, en los que el héroe está desahuciado y se lo van a cargar, moler a palos, o va a fracasar en la misión de su vida y, de repente, aparece en el último momento de la nada un ejército para salvarlo. O algo así. 

Da igual que sea una peli de Bob Esponja, los dibus de Bluey —me cago en su padre—, o de una piruleta que quiere ser un melón. La cosa es que me recorre un escalofrío por todo el cuerpo y… 

Bueno, he colapsado. Eso lo dejo a tu imaginación. 

Y qué, Gorka, ¿nos vas a decir que eso también tiene que ver con el trauma? No jodas, macho. 

Obvio. La sorpresa no es mi virtud. 

Mirad, cuando una niña, un niño, un chaval o una chavala ha pasado mucho tiempo en un estado de bloqueo o colapso —lo primero es que te cuesta moverte y lo segundo que te quedas como un conejo al que le dan con las luces largas—, suele contarse a sí mismo una historia de incompetencia, en plan, no pudo, no pude, y eso dice de mí que no soy competente, es decir, que no voy a poder. Y esa historia lo tiñe todo, especialmente en los momentos en los que esas sensaciones de desrealización, despersonalización y desconexión están en el cuerpo. Lo marcan a fuego. 

Pero, detrás de esa historia, siempre hay otras que puede que la contradigan o que permitan enriquecer el relato acercándolo más a la realidad. Como, por ejemplo, lo que podemos llamar, si nadie la ha nombrado antes, la narrativa de la espera. 

Y ojo aquí porque lo que voy a decir te va a molar mogollón. 

Cuando se está en la mierda, se siente impotente y no espera nada de sí mismo, suele dedicarse a esperar. Esperar tiene un lado jodido, y es que, cuando se tira la toalla, es muy poco probable que uno pueda crear las condiciones que le permitan mejorar; pero, detrás de toda espera hay una narrativa preciosa. Una historia que también se puede contar y honrar. 

Porque el que espera a que el dolor pase, a que el maltrato cese, a que los problemas desaparezcan o, como yo, a que alguien le rescate, sostiene, a pesar de todo lo chungo, cierto deseo de vivir. 

En mi caso, esa espera implicaba la esperanza de un rescate. Y la idealización de ese rescate me permitía conectar con mis anhelos de justicia, lo que me quedaba de dignidad, mi sentido de agencia y la esperanza de una vida mejor. 

De justicia, porque siendo parte de un ejército fuerte, podría contar, por fin, con las fuerzas para denunciar mi dolor, restaurando de cierta manera la balanza con las personas que me habían podido dañar. 

De dignidad, porque si tantas personas se han esforzado por mí, eso indudablemente me constituye en alguien con presencia y valor. 

De agencia, porque estar en la mirada de los rescatadores me hacía merecedor de un protagonismo que había perdido, y de unas fuerzas que ya no sabía donde encontrar. Mi dolor habría sido por fin visto, e impactado en los demás. Buah, chaval. 

Y de esperanza, porque el rescate implicaba, para mí, un climax en el que toda mi vida podía cambiar. 

Y toda esta parafernalia, colegas, es la que se me activa a mí cuando el héroe (o la heroína) respira aliviado cuando intuye, entre las nubes, que aparece su dragón. 

Un dragón que también puede dar un respiro a todas esas niñas y niños que, como yo, tuvieron que hacer malabares en ciertos momentos de su vida para conectar con algo parecido a la seguridad. 

Un dragón que les puede conectar con el cuerpo cuando éste parece que ha muerto para siempre, cuando ya no hay espacio a la esperanza, o cuando se están preparando para rendirse a las circunstancias y dejar la vida. 

Un dragón que sigue latiendo en la acción —sí, he dicho “acción”— de esperar. Porque esperar es algo maravilloso y que hemos denostado en una cultura que prioriza la acción productiva, olvidando las maravillas que acontecen cuando parece que no hacemos nada, ¿verdad?

Un dragón que a mí nunca me llegó. Pero que, gracias a vosotras y vosotros, sí que puede llegar a la infancia que también lo necesita.

Esa infancia que espera, porque es lo único que puede hacer: esperar.  

Mándame un abrazo, que me lo merezco, coño. 

Y me apetece mucho, también. 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

2 comentarios en “La narrativa de la espera, y la aparición de un dragón

    1. Hola, Isabel… Gracias por tu confianza. No soy terapeuta. No tengo formación para hacer esa labor. Mi trabajo consiste en acompañar a madres y padres para que estén bien y puedan estar bien en la relación con sus hijas e hijos. Un saludo!

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