Un bocadillo de berberechos

[…] La información que nos permite identificar las necesidades que están satisfaciendo los posibles síntomas está codificada en esos pequeños eventos que llevan a una persona a recuperar algo de su sentido de agencia, su esperanza y su dignidad. […]

Estaban hablando de lo preocupados que estaban por su actitud, pero nadie estaba mirando hacia él. Era como si no estuviera presente o no existiera. 

Como sentía su desvalimiento, quise darle voz: 

—¿Cómo te encuentras, Ander?

Tuve que hacer varias preguntas reorientando su atención hacia el cuerpo, pero, tras varios minutos, reconoció: 

—Me duele bastante aquí, en la garganta. 

—¿Tienes algún tipo de infección? —le pregunté, intuyendo su respuesta. 

—No, es más como una presión. Es como una bola que me ahoga. 

—¿Te cuesta respirar?

—No, no es eso. Me dificulta tragar —reconoció, e inmediatamente me pareció una metáfora muy representativa de lo que estaba pasando. 

Habiendo dicho eso, continuamos la sesión. Pero, ahora, yo podía estar más presente con esa sensación que al chaval le atormentaba. De alguna manera, era como si estuviera presente en ambos. 

En un determinado momento, su madre bajó la guardia, y comentó: 

—Menudas ocurrencias tenía Ander de pequeño, ¿te acuerdas? —y esta vez sí que miró a su hijo con ternura. 

—¿A qué te refieres? —preguntó el adolescente con desconfianza. 

Su madre redirigió su atención hacia mí. 

—¿Sabes lo que nos pasó un día, cuando Ander tenía más o menos 5 años?

—No —contesté, intuyendo que iba a pasar algo interesante. 

—Me dijo que tenía hambre, y cuando le pregunté qué quería comer… 

—¿Qué te pidió? —me adelanté con un guiño hacia el chaval.

—Un bocadillo de berberechos. 

Justo en ese momento, el chaval tragó saliva. Se dejó caer en el sofá con un suspiro, y se le humedecieron los ojos. 

¡Eso es!, me dije. La pertenencia. 


Hay una idea que es clave en mi trabajo. Y, cada vez que la suelto, la gente se queda bastante sorprendida. 

«Las personas —profesionales o no— somos muy competentes para detectar las señales o indicios de inseguridad, peligro o amenaza; pero somos profundamente torpes para identificar las transiciones hacia un mayor grado de seguridad. Sencillamente, no las vemos.»

«Sin embargo, la información que nos permite identificar las necesidades que están satisfaciendo los posibles síntomas está codificada en esos pequeños eventos que llevan a una persona a recuperar algo de su sentido de agencia, su esperanza y su dignidad.»

Por eso, se hace urgente reprogramar o incluso hackear nuestro sistema nervioso, metiéndole un software que nos ayude, nos permita y nos predisponga a sentir estas transiciones de estado como algo con significado y un notable valor, a pesar de todo el ruido que haya de fondo.

Pues bien, de esto es justo de lo que hablaremos —¡y sentiremos!— este sábado con la Asociación de Terapeutas de Familia y Expertos en Intervenciones Sistémicas de Cantabria, en la formación “Aplicaciones sistémicas de la teoría polivagal”. En Villanueva de la Peña. 

Tienes toda la información en la publicación fijada al comienzo del blog. 

¿Te apuntas?


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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