Diario de un gilipollas (I) 

[…] Pero yo, que veo las cosas con el filtro de la lucha, no lo puedo ver como ella y pienso: «coño, Mariña, no hagas eso, que le estás dando la razón y alimentando su temor» y, claro, me cabreo un punto más. Y me sale un punto conductista que no me gusta nada reconocer: «estás provocando que nos lo vuelva a hacer». […] 

No es ningún secreto que el cerebro tiene multitud de formas de engañarnos, pero se multiplican por mil cuando estamos en el contexto de una relación.  

Y da igual que hayas estudiado mucho acerca del comportamiento humano, que te dediques a orientar familias, que hayas hecho terapia, o que la abuela fume en pipa. Hay trampas en las que vas a caer igual.  

Hoy, sin ir más lejos, he hecho el gilipollas. Pero no como un gilipollas pequeñito, de bolsillo, sino como un gilipollas total.  

La cosa es que mi pareja no ha pasado hoy la noche en casa y, claro, al llegar, tenía ganas de contarme anécdotas de la juerga que se acababa de correr. Y, cómo ya sabéis de que va esta mandanga, os lo podáis imaginar: ama llega a casa, niña quiere estar con ama, ama le hace casito, pero rápidamente se pone a hablar con aita, niña empieza a protestar, aita riñe a la niña, en plan, tía, cago en diez, que es un momento, coño, déjanos hablar.  

Entonces, la niña dice que quiere enseñar una cosa a ama, pero que esa cosa está en el piso de arriba:  

—A ver, tía, vete tú —dice el gilipollas de su padre, a saber, yo—. Que tengo que hablar con ama y pronto vamos a terminar.  

—No quiero. Me da miedo ir sola —dice ella, en lo que parece una clara maniobra estratégica para que dejemos de hablar y le hagamos caso, lo que me cabrea un puntito más.  

Ahora que lo reviso, lo veo igual: en ese momento “todavía” no tenía miedo, necesitaba atención.  

—Vale que tengas miedo —le dice su madre, mucho más sensible que el otro cabezón—, pero recuerda que estás en casa, que los monstruos no existen y que nada malo te puede pasar.  

La niña se calla un ratito, y los adultos aprovechan para continuar con la conversación.  

—¡Que tengo miedo! ¡No puedo ir sola! —dice ahora visiblemente angustiada.  

—A ver, ¡vete sola! —le contesta un padre que se había quedado atrapado en las primeras atribuciones que había hecho sobre su comportamiento: “está tratando de interrumpirnos y llamar la atención”— ¡Anda ya! 

Aquí se produce una gran desconexión. Porque yo, convertido en un troll de los chungos, no había percibido la transición. Mi respuesta agresiva (de lucha) había provocado en ella una respuesta acorde a la misma (de huida) en la que sí que cabían tanto la emoción del miedo y, por tanto, la hipervigilancia e hipersensibilidad hacia un entorno que, ahora, sí que veía como peligroso u hostil.  

—¡Que tengo miedo de que haya monstruos! ¡Hay sombras! ¡Las hay! 

—¡Te estoy diciendo que vayas sola o te fastidies, tía! 

Entonces, mi pareja, mucho más conectada con lo que estaba pasando, toma las riendas de la situación, asumiendo una postura conciliadora entre los dos: ni pa ti, ni pal otro, pero hay que parar esto ya: 

—Amara, te acompaño haya debajo de las escaleras, y te miro desde allí. Ya sabes que arriba no hay nada malo, pero me quedo abajo por si necesitas alguna cosa.  

Pero yo, que veo las cosas con el filtro de la lucha, no lo puedo ver como ella y pienso: «coño, Mariña, no hagas eso, que le estás dando la razón y alimentando su temor» y, claro, me cabreo un punto más. Y me sale un punto conductista que no me gusta nada reconocer: «estás provocando que nos lo vuelva a hacer». 

Llegados a este momento, la niña cede y va de la mano con su madre, pero, al llegar al inicio de las escaleras que suben, se aferra a su pierna, lloriqueando.  

Una gran tristeza vacía mis brazos y mis hombros de energía: «pero, ¿qué mierda estoy haciendo?» 

Al rato, me levanto abatido, pero mucho más conectado con la situación y, según avanzo con pasos lentos, pienso en dónde me he perdido. Por qué no me he dado cuenta de que mi hija estaba aterrorizada de verdad.  

—Ven, dame un abrazo.  

Se me pega como un Koala.  

—Lo siento, cariño —continúo—. Subimos juntos, ¿vale? ¿Quieres que te lleve en brazos? 

Estamos un ratito así, pegados. 

Se baja, y tira hacia arriba gateando por las escaleras. Sin esperarme. Sin miedo. Haciendo el chorra. Parece alegre de verdad.  

Voy detrás.  


Os cuento esta secuencia para haceros conscientes de la importancia que tienen las TRANSOCIONES DE ESTADO en cómo las personas adultas y niñas percibimos una misma situación. Destaco, especialmente, cómo la niña, en un primer momento, activa una conducta orientada a tener lo que necesita, simulando temor, pero acaba sintiendo verdadero terror, no hacia los fantasmas, vampiros, zombies y brujas que hacen un akelarre en el piso de arriba, sino en consonancia con la respuesta de lucha que el tonto, rígido y, como he señalado al principio, gilipollas de su padre había provocado.  

Los monstruos son sólo algo que aparece en la imaginación para dar sentido a un estado de ánimo. Porque, quizás, es mucho más comprometido asumir que ese miedo lo ha provocado el carachorra de tu padre, una figura de la que dependes para sobrevivir.  

Que no pasa nada grave. No vamos a dramatizar. Pero, ¿cuántas veces nos equivocamos con la infancia por no entender la importancia que tienen estas transiciones de estado (de la seguridad, a la sensación de peligro y amenaza; y viceversa) en su forma de percibir el mundo, las relaciones y su propia capacidad? 

Dejemos de dar una sola interpretación a las conductas. La realidad es mucho más dinámica y compleja —circular es la palabra, coño, sí, circular— de lo que solemos ver.  

¿Se ve? 


Lecturas complementarias:  

BATEMAN, A. y FONAGY, P. (2016). Tratamiento basado en la mentalización para los trastornos de la personalidad. Bilbao: Deslee de Brouwer 

DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria 

PITILLAS, C. (2021). El daño que se hereda. Comprender y abordar la transmisión intergeneracional del trauma. Bilbao: Descelee de Brouwer 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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