Una bandada de pájaros: técnicas de visualización para conectar con la esperanza 

[…] —Tómate el tiempo que necesites —le concedí, no sin sentirme un poco cruel con ella—. Me gustaría que conectases con cómo está reaccionando tu cuerpo, ya sabes, con las sensaciones que tienes ahora mismo en la cabeza, el tronco y las extremidades y que, desde allí, dibujes en tu mente algo que represente lo que ella está sintiendo. […] 

—¿Me dejas que te pida una cosa un poco rara? 

La cara se le había quedado sin color y tenía los ojos fijos en un punto de la habitación en el que no había aparentemente nada.  

—Vale —y su voz sonó lejana y hueca.  

—Imagina que tienes que hacer pintar la situación que está viviendo tu hija, ¿cómo la representarías? 

Me miró como si fuera a formular una pregunta.  

—Sé que no parece un buen momento para hacer esto —continué—. No hay muchas ganas, ¿verdad? 

Bajó la mirada.  

—Venga—dijo sin convencimiento.  

—Tómate el tiempo que necesites —le concedí, no sin sentirme un poco cruel con ella—. Me gustaría que conectases con cómo está reaccionando tu cuerpo, ya sabes, con las sensaciones que tienes ahora mismo en la cabeza, el tronco y las extremidades y que, desde allí, dibujes en tu mente algo que represente lo que ella está sintiendo.  

—¿Lo que ella está sintiendo o lo que yo estoy sintiendo?  

Lo había explicado fatal. Era normal que se sintiera confundida. Pero, al hacer esa pregunta, se iluminó un poco su cara.  

—Ya, te lo podía haber explicado peor —bromeé—, pero no he estudiado. —Se le escapó una sonrisa pequeñita—. Me refiero a lo que ella está viviendo.  

«No creo que haya demasiada diferencia», pensé, pero, como no quería complicar las cosas ni interrumpir la secuencia, no dije nada.  

—De acuerdo.  

Se hizo un largo silencio sólo interrumpido por miradas que informaban de su ansiedad por demorarse y alguna palabra de consuelo orientada a que se podía tomar todo el tiempo que sea necesario.  

Finalmente, habló: 

—La veo sola, con la cara tapada por las manos —anunció, finalmente—. Sentada en el suelo, en una especie de páramo de gravilla gris, como si fuera un eterno aparcamiento. Sí, eso es, un aparcamiento sin vehículos.  

«Qué buena representación de las sensaciones que deja el trauma», me dije, «ojalá pueda ayudarle con ello».  

—Fíjate mejor en ese escenario. Me gustaría que me lo describieras con todo lujo de detalles.  

—Es sólo eso. Ella hecha un ovillo en un suelo gris.  

—Dime, dime si ves algo más.  

Frunció el ceño.  

—Hay una cosa más… —confesó—. Pero no tiene relevancia.  

—¿Qué es? —pregunté, y sentí cómo se activaba en mis ojos esa curiosidad que se contagia.  

—Unas montañas. Están muy a lo lejos, casi ocultas por la curvatura de la tierra. Apenas se ven nubladas por la atmósfera, pero, ahora que me fijo, creo que tienen algo de nieve en la punta.  

—Nieve… —parafraseé y, al hacerlo, pude sentir cómo cambiaba su estado de ánimo.  

—Me parece muy gráfica esa imagen —continué—; pero tengo que confesarte que te he mentido.  

Me miró perpleja.  

—Sí, te he mentido. Porque no has dibujado un cuadro, sino una película.  

—¿Una película? 

—Sí, es un escenario en movimiento —dije—. ¿Te apetece que observemos a ver qué pasa? 

—No pasa nada.  

—No pasa nada ahora, pero no sabemos qué va a pasar si dejamos la mirada puesta allí un rato.  

Vi como empezaba a hacer el esfuerzo.  

—Nada.  

—Deja la atención puesta ahí, venga. A veces se necesita bastante tiempo.  

Pasaron 20 minutos que a ambos se nos hicieron eternos. A ella por la sensación de estar haciendo mal el ejercicio, y a mí por someterla a esa tortura que no sabía cómo iba a acabar. Pero, finalmente, habló:  

—Han pasado unos pájaros.  

—¡Qué bueno! —me alegré más de lo que esperaba—. ¿Son muchos? 

—No, sólo 4 o 5. Pequeños, negros, sin demasiado detalle. Pero aletean con fuerza. Se puede escuchar cómo baten las alas.  

—¿Hacia dónde se dirigen? 

—Hacia las montañas.  

Pude ver cómo le llegaba una ola de tristeza y dejé que se hiciera un largo silencio.  

—Y dime, ¿qué hace ahora tu hija? 

Rompió a llorar de esa forma en la que se descarga, de repente, toda la angustia que se siente.  

Cuando paró, pudo decir:  

—Ha levantado la vista, Gorka. Los está mirando. Se está secando las lágrimas y creo que quiere ir con ellos.  


* Todos los relatos de este blog son ficticios, aunque basados en experiencias reales.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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