[…] Porque, al igual que en la sociedad neoliberal de la que formamos parte, la justicia retributiva es discriminatoria dentro de las familias. Establece una diferencia entre las personas que dan y las que reciben, encumbrando a las primeras y denigrando a las segundas, haciéndoles depositarias de mucha la vergüenza. Y es desde esa vergüenza, que colorea las mejillas y baja la mirada, desde donde es prácticamente imposible devolver nada, porque, como norma general, desconecta a las personas de sí mismas y de las personas a quienes dan importancia. […]
Si no aporta nada en casa, ¿por qué le debemos dar nada?
Para muchos hombres —sí, aquí pesa mucho la perspectiva de género—, ser un buen padre implica aplicar correctamente la justicia retributiva: a cada cual lo que le toca, en función de lo que aporta. De manera que, si una o uno logra cierto valor añadido para la familia, está en posición de recibir presentes, privilegios o muestras de afecto por parte de quienes ejercen la autoridad; pero si uno se sitúa en el bando de los que consumen ofreciendo poco o nada a cambio, no está en condiciones de beneficiarse de nada de todo eso.
No tengo nada en contra de la justicia retributiva. Creo que es importante sostener ciertos criterios al respecto, dado que garantiza cierto criterio de realidad, y puede servir de motivación para muchas niñas, niños y adolescentes que no sufren demasiado, pero se convierte en un problema cuando la consideramos como la ÚNICA forma de justicia, obviando que algunas personas no están en condiciones de devolver nada de lo que han recibido, entre otras razones, porque el lugar que ocupan no se lo permite.
Porque, al igual que en la sociedad neoliberal de la que formamos parte, la justicia retributiva es discriminatoria dentro de las familias. Establece una diferencia entre las personas que dan y las que reciben, encumbrando a las primeras y denigrando a las segundas, haciéndoles depositarias de mucha la vergüenza. Y es desde esa vergüenza, que colorea las mejillas y baja la mirada, desde donde es prácticamente imposible devolver nada, porque, como norma general, desconecta a las personas de sí mismas y de las personas a quienes dan importancia.
Es muy sano desviar la mirada de quien nos identifica como seres tóxicos o un problema. Lo difícil es comerse lo que llega después, cuando uno termina por creerse que hay algo mal en uno mismo, que no es digno de amor, o que daña irremediablemente a quienes le quieren.
La predominancia de la justicia retributiva en las familias es un verdadero riesgo para la salud mental de las niñas y niños que no dan la talla y, a la larga, es un verdadero factor de riesgo de exclusión social, porque si una o uno no puede mirar a sus adultos de referencia como un modelo al que parecerse —porque no puede dar la talla— difícilmente sentirá la motivación para hacerse adulto y convertirse en una buena persona.
Muchas personas que están en la indigencia o las drogas tienen este sentimiento de base: es mejor ocultarse y desconectarse del mundo porque no puedo aportar nada bueno.
Hay una regla que se suele cumplir. Cuanto más confía una persona en la justicia retributiva, menos capacidad tiene para resonar empáticamente con las personas próximas a ella. Es como si la confianza que no se puede depositar en las personas se colocase en un sistema de valores o de moralidad externo a ellas. Como si mirar hacia fuera protegiera de lo que se siente o se puede llegar a sentir en el propio cuerpo.
Por eso, una primera intervención con las personas que priorizan la justicia retributiva no puede ir encaminada a que se pongan en contacto con las personas que sufren. Puede ser demasiado para ellas. Podría reactivar más si cabe los mecanismos de evitación que les están protegiendo, reafirmándolas en su postura, esta vez a la desesperada y seguramente en contra nuestro. Es mejor dar valor a lo que estas personas hacen y pretenden, y considerar que es importante retribuir el esfuerzo, pero también otras muchas cosas.
«Es importante dar a cada uno lo que se merece en función de sus logros y su esfuerzo; pero, para ser justos es necesario considerar que no todos están en disposición de dar lo que desean dar, bien por su madurez, por el rol que tienen asignado, por la vergüenza que sienten, por la desconfianza que tienen en sus propias capacidades, por la reactividad de su sistema nervioso, o por lo que sea. En estos casos, ser justo es también RECONOCER EL ESFUERZO que pasa desapercibido, a pesar de que haya pocos logros, de que haya perjuicios para otras personas, o hacer lo posible para compensar la balanza para que puedan estar en condiciones de ganarse los beneficios con un esfuerzo justo, equiparable al del resto. ¿Te parece que hablemos de ello?»
Sé que no es una solución. Pero es un buen inicio.
El inicio de un proceso que puede evitar a muchas niñas y niños quedar varados, a medio o largo plazo, en la espiral de la desconfianza, la vergüenza, la adicción y la exclusión más cruda y perversa.
Recordad que, en protección a la infancia, hay un objetivo que siempre beneficia a las personas con quienes trabajamos: la restauración del propio orgullo, y del que las personas sienten por sus hijas e hijos.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com