[…] Se produce, entonces, una discrepancia entre la niña o el niño anhelado y el niño real, que no es tan guapo, tan listo, tan sociable o tan cariñoso como deseamos. Es diferente, y no está a la altura de lo que habíamos imaginado. […]
Me refiero al duelo que hay que hacer para despedirse de la hija o hijo ideal, y poder abrazar al real.
Se habla muy poco de ello para las repercusiones que puede tener, ¿verdad?
Sí, un duelo.
Durante el embarazo, tanto madres como padres idealizados a nuestras hijas e hijos y la relación que prevemos tener con ellos. Podemos ser más o menos racionales, más o menos explícitos, pero es natural e incluso positivo que los invistamos con un traje precioso compuesto por las características que más nos gustan de nosotros mismos o de nuestra pareja, e incluso de los rasgos que creemos que van a desarrollar como consecuencia de que no van a sufrir lo mismo que nos tocó a nosotras y nosotros.
Este vestido cumple su función. Por ejemplo, nos hace sentirnos competentes y capaces en previsión de la crisis que implica la llegada al hogar de un nuevo miembro de la familia y facilita la vinculación afectiva con esa personita que aún no está y todavía no conocemos. Y, si me apuras, también puede fortalecer los vínculos de los adultos, al reconocerse como madre y padre —y otros parentescos— sin los problemas y dificultades que conlleva tener a una persona recién nacida en casa.
Pero, cuando llega esa pequeña o pequeño extraterrestre, difícilmente puede cumplir con las expectativas que sobre él hemos puesto.
Se produce, entonces, una discrepancia entre la niña o el niño anhelado y el niño real, que no es tan guapo, tan listo, tan sociable o tan cariñoso como deseamos. Es diferente, y no está a la altura de lo que habíamos imaginado.
Si hay algo con un potencial brutal para congelar los procesos de duelo es el sentimiento de culpa. Y hay mucha culpa en las madres y los padres que sienten que no han hecho un hijo “a la altura” de los mandatos familiares o que no puede protegerse en este mundo. Esto conecta con severas dificultades, también, para despedirse de la madre o padre que quisieron ser pero no pueden ser.
Darse cuenta de ello, implica una crisis que hay que gestionar y, en función de cómo la resolvamos, va a haber diferentes consecuencias siempre de gran relevancia.
Porque de estas cosas no se habla, ¿verdad? Hay que decir que queremos a nuestras hijas e hijos tal y como son, con sus cosas buenas y malas. Pero la realidad es que no siempre es así; no es ningún secreto que hay gente que ama más lo que quiere que sus hijas e hijos consigan, que a la personita que ríe y tiembla delante de ellos.
Si lo miramos desde la perspectiva de la teoría del apego, es evidente que, para que la relación fluya, tenemos que ser capaces de resonar empáticamente o sentir en nuestro propio cuerpo a la niña o niño con quien nos vinculamos. Pero es muy complicado dar la talla si no lo aceptamos, y estamos concentrados en lo que tenemos qué hacer o tiene que hacer para ser alguien de bien en el futuro. Alguien que tristemente se suele parecer a esa niña o niño imaginado, idealizado y anhelado cuando necesitábamos quererlo sin conocerlo.
Estos no son procesos que deban transitar sólo las madres y padres de niñas y niños que tienen algún tipo de discapacidad, neurodivergencia, trauma prenatal o perinatal, o cualquier característica que se salga de la norma, sino prácticamente todas —no vamos a decir todos porque sería muy osado— y todos los padres, especialmente si son primerizos. El problema es que no hay un discurso contextual y social que abrace y les permita abrazar ese duelo.
Hago un paréntesis entes de acabar para lanzar un mensaje de esperanza. Por muy cronificados que estén los duelos, casi siempre se pueden transitar, y lo que antes era ansiedad, culpa, depresión, exigencia y vergüenza pueden tornarse aceptación y agradecimiento. Y es impresionante todo lo que pueden reparar.
No tengo pruebas, pero tampoco dudas, pero me atrevo a decir que estos duelos congelados son una razón significativa —junto al estrés de contexto— por la que madres y padres con un apego predominantemente seguro, pueden tener hijas e hijos con tendencias más inseguras o desorganizadas.
A fin de cuentas, pocas cosas hay que desorienten más a una pequeña o un pequeño que nadie lo vea. Especialmente si sólo se ve lo que pueden o deben ser en un futuro.
Es una modalidad invisible de estar solo y sentirse insuficiente y, por tanto, de sentir un gran desamparo en este mundo.
Para saber un poco más sobre duelo, os dejo estas entre vistas a Carlos Odriozola y Alma Serra, dos de mis profesionales de referencia:
Gorka Saitua | educacion-familiar.com