[…] No tengo pruebas, pero tampoco dudas: muchas y muchos de los personajes que triunfan el redes sociales no llegan a ese lugar por su calidad como profesionales, sino porque su tara se adapta muy bien a lo que él público desea escuchar. […]
Madurar es aceptar que el intelectualismo del que presumes es uno de tus puntos débiles como profesional.
Dedito para arriba y orejas hacia abajo.
Comunica cómo es tu escala de prioridades, y probablemente dónde colocas la atención en los procesos de acompañamiento.
Las ideas son importantes. Dan estructura al mundo y lo dibujan como un lugar abarcable y predecible. Te ayudan a guiarte con un mapa que puede corresponderse de manera bastante fiel con la realidad, pero, mientras miras hacia ese papel arrugado, te pierdes irremediablemente el mundo real: el sonido del viento, el cantar de los pájaros, y el chasquido de las ramas que indican la presencia de algún depredador.
Las personas tenemos innatamente la capacidad de funcionar en diferentes niveles de conciencia, pero sólo pocos de ellos son reconocidos o estimulados durante los procesos de formación.
No me digas que no. Se nos premia por memorizar y reproducir contenidos y, si tenemos algo de suerte, por procesarlos con la razón o cuestionarlos con sentido crítico. Pero, incluso en nuestras profesiones, nunca —o casi nunca— se validan la creatividad, la intuición o los procesos de neurocepción, que tanto influyen en la relación con los demás.
Nos reducen a una conciencia que piensa, como si no hubiéramos avanzado desde el “Discurso del Método” de Descartes, el el que la razón precede a la existencia como si fuera lo único que le diera valor.
Quizás, esto no tenga sólo un impacto sobre las y los profesionales, sino también en el público en general, que espera de nosotras y nosotros razones, lógica y coherencia, valorándolas como las únicas piezas que conforman la excelencia profesional. Por eso es más probable que alguien capte clientes si se expresa más o menos bien, denotando pensamiento lógico complejo, y coherencia entre las premisas que pueda exponer.
Pero el exceso de lógica también habla, muchas veces, sobre las incapacidades que hay detrás. En muchas ocasiones, es un indicador —ni único, ni definitivo, no me entendáis mal— de un apego predominantemente evitativo, con todo lo que ello implica en relación a la ayuda profesional.
No tengo pruebas, pero tampoco dudas: muchas y muchos de los personajes que triunfan el redes sociales no llegan a ese lugar por su calidad como profesionales, sino porque su tara se adapta muy bien a lo que él público desea escuchar.
No es ningún secreto que a mí me va bien en esta vorágine, y que soy el primero a quien debo aplicar el cuento, dado que soy el mejor ejemplo para ilustrar este problema. Otro apego predominantemente evitativo que va de guay. Y debo reconocer, aquí, delante de todo el mundo, que tengo compañeras y compañeros que nunca se expondrían así, pero que, sin embargo, tienen capacidades extraordinarias a las que no puedo ni aspirar. Capacidades que les cuesta ver como tales porque el sistema educativo y el mundo no les da la mirada apreciativa que necesitan para otorgarles valor. Capacidades mucho más cercanas a lo que necesitan las personas que sufren que las que tengo yo.
Y eso me preocupa un huevo gordo.
Porque la imagen que estamos dando acerca de lo que es ser una buena o un buen profesional, quizás no se corresponda tanto con lo que la gente necesita. Cosa incompatible con lo que vendemos en esta carrera de obstáculos en la que gana quien se lleva la mayor tajada de la atención.
Porque, ¿quién está dispuesto a participar?, ¿quién puede poner suficiente energía en esto?, ¿en qué moneda se paga todo el esfuerzo que hay que hacer?
No sé, creo que son preguntas que proceden más allá de lo meramente intelectual.
Y esa es la clave, colegas.
Porque no olvidéis nunca que el pensamiento y la razón, por muy bonitos que aparezcan en esta sociedad tan competitiva, enmascaran muchas facetas de la realidad.
¿Lo ves?
Gorka Saitua | educacion-familiar.com