En contra de la ventana de tolerancia, y a favor de jugar en la mar 

[…] Que sí, que la intensidad de las emociones nos descoloca, claro está, pero reducir nuestra capacidad de estar integrados a lo que se siente en el cuerpo —quizás— es un poquito precipitado, ¿no? […] 

Voy a decirlo, y a ver qué pasa.  

Estoy hasta las narices de escuchar hablar de la “ventana de tolerancia”.  

Sí, también estoy harto de escucharme a mí mismo porque, como sabéis, es un concepto recurrente en los artículos del blog.  

Para quienes no sepáis de qué va la vaina, la ventana de tolerancia hace referencia a la intensidad emocional que una persona es capaz de tolerar, antes de perder la función ejecutiva (la capacidad para hacer planes y cumplirlos, sintiendo compasión y curiosidad); y que en los procesos de psicoterapia e intervención familiar tratamos de ampliar para favorecer la auto y corregulación emocional.  

Me disgusta la metáfora de la ventana.  

A ver, no del todo. Por una ventana entra la luz y se puede ver el paisaje de alrededor. Eso es chuliguay. Pero una ventana es un elemento estático, con lo que se da a entender que estar dentro o fuera de ese marco depende exclusivamente de la intensidad de la emoción. Si la rabia, la tristeza, el asco, o lo que sea, si son pequeñitos permanecemos dentro; pero si son gordos, nos vamos fuera.  

Pues nada más lejos de la realidad.  

Que sí, que la intensidad de las emociones nos descoloca, claro está, pero reducir nuestra capacidad de estar integrados a lo que se siente en el cuerpo —quizás— es un poquito precipitado, ¿no? 

No hace falta pensar mucho. Seguro que tú lo has percibido también. Hay días en los que una (o uno) puede con todo, y otros en los que es mejor que no nos tosan, porque podemos arrear. Y esa reactividad no depende tanto de cómo se haya llenado previamente la cazuela, sino de nuestro estado basal: de nuestro cansancio, de las experiencias previas, de lo que hayamos comido, de si tenemos o no sed, de quién nos toque el potorro —sí, estoy hablando de un cormorán—, de cómo coincida una determinada intrusión, o yo qué sé.  

Es decir, que estar en el caos la rigidez no depende tanto de la calidad de nuestras conexiones neuronales abajo-arriba (integración vertical), e izquierda-derecha (integración horizontal), como de la puta vida y de dónde encaja las hostias que da.  

Hala, que me lanzo.  

Para mí, la regulación emocional no es tanto una cosa de ventanas, huecos, marcos o agujeros, sino algo más parecido a lidiar en la playa con las olas del mar.  

¿Qué me estás container tú? 

No sé. Imagina una niña a la orilla del mar, jugando a esquivar las olas. A ratos le llega una y corre como una loca hacia atrás; luego, la ola retrocede y ella, valiente, gana terreno a la mar. A veces, dos olas se juntan, se hacen más grandes y presentan una amenaza mayor; otras veces, otro niño la empuja, y cae al agua de donde puede salir por su cuenta, o no; y otras, el mar se calma y la cría se puede sentar en la arena y relajar. Pero, en todo este proceso —que se aprende con el juego— la niña va aprendiendo a esquivar los salpicones con gusto, o porque sencillamente le dan.  

Uy, qué frío. Leches.  

Con esto quiero decir que nuestra ventana de tolerancia (la mar) no es estática, sino que fluctúa constantemente, no como un concepto o esencia cerrada, sino como una experiencia existencial. Que, a veces, la peña o las circunstancias nos pueden empujar hacia allí, pero el hecho de caer o poder salir no depende tanto de nosotros o de lo que haya pasado, sino del estado de nuestro cuerpo o nuestro sistema nervioso autónomo, que va a su pedo, ya sabéis.  

Es verdad que hay personas cuya marea es alta, y disponen de menos espacio para jugar entre la arena y el muro; u otras cuya marea es baja, y tienen más oportunidades de protegerse y escapar. Pero también es cierto que todas y todos, sin excepciones, vivimos la misma experiencia, y eso es muy importante para desculpabilizar.  

Porque hablar de ventana de tolerancia tiene connotaciones clasistas, al formularse cierta dicotomia entre los que pueden permanecer dentro (nosotros, los buenos, los sanos, los que merecen ejercer el poder…), y los que no (ellos, los clientes, los usuarios, los traumatizados, los que no saben y que por eso necesitan hacer caso y obedecer). Una visión profundamente dañina y popularizada en determinados ámbitos como, por ejemplo, el que me toca: la intervención social.  

Sencillamente, si todos nosotros, profesionales o no, somos niñas y niños jugando en la orilla de la playa, empujándonos, cayéndonos, levantándonos y ayudando a otros a que no se los lleve la mar… pues esta mierda no se da. Y de paso, vamos creando las redes que necesitamos para mantener activo nuestro sistema de compromiso social.  

Es una movida.  

Pero, ¿y si fuera verdad? 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

2 comentarios en “En contra de la ventana de tolerancia, y a favor de jugar en la mar 

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