El evangelio apócrifo del Niño Dios

Cualquier parecido con la realidad es pura ficción.

No sé muy bien por qué, pero la cosa es que me quedé solo en el salón. Con el belén.  

Ahí estaba el Niño Jesús, flanqueado por la Vírgen María y San José, los reyes magos, la estrella y los pastores, todos con regalos para la criatura que acababa de nacer.  

«Joder», me dije «es el vivo ejemplo de lo que no hay que hacer».  

Un montón de familias viven durante el postparto —y a veces incluso durante el propio parto— la invasión de su espacio vital. Familiares, amigos y, a veces, amigos de familiares o amigos, aparecen por ahí, comprometiendo la impronta (primera vinculación) entre la madre y el bebé. Hoy sabemos que muchos de los problemas de vinculación aparecen y se perpetúan por el traspaso de los límites de terceros en un periodo tan crítico y vital.  

Sé que este circo no está descrito en los evangelios. Probablemente, no sea más que una artimaña de alguno de los concilios de curas gordos para ensalzar a la figura que les otorga poder, asemejando su llegada al mundo a la de otros reyes o emperadores de su tiempo.  

O yo qué sé. No soy teólogo ni lo quiero ser.  

Existe una clara tendencia a despojar del pasado familiar a las figuras que ensalzamos o que queremos ensalzar. Quizás sea porque es en la familia donde mostramos nuestro yo más primario y animal; donde aparecen las conductas protectoras que nos hacen humanos, pero que también exponen nuestra vulnerabilidad.  

No se sabe prácticamente nada de la infancia de Jesús. Resulta curioso que el documento más cercano, el Evangelio Gnóstico de Tomás —supuesto hermano de Jesús— haya sido apartado del nuevo testamento a pesar de ser el único que propone una cosmovisión llena de esperanza: que Jesús no era el único hijo de Dios, sino que cualquiera podía encontrar a Dios dentro de sí mismo encontrándose en términos de igualdad con El Salvador. Que la vida eterna no prescindía de la muerte, sino que se podía encontrar en el aquí y ahora, al entablar contacto con La Divinidad Interior.  

Coño, suena a Mindfulness corporativo, ¿no? 

Me gustaría saber qué llevó a Jesús a convertirse en el Gurú de la Autoayuda de su tiempo, atesorando seguidores, y enfrentándose a un imperio que empalaba a la peña, la desollaba y la remataba a espadazos, descuartizándola después.  

Mucha motivación hay que tener. Una motivación quizás sostenida —como suele ser— en un trauma familiar.  

Como no tengo espíritu religioso —ni nada parecido—, voy a blasfemar un rato. Así, por fastidiar. Que sólo con esa libertad se pueden formular hipótesis de manera libre, que puedan acercarnos a alguna verdad.  

Para mí que José se dio el piro —como suele estar permitido en una sociedad patriarcal— dejando a la madre a cargo de sus, al menos, dos hijos: Jesús (el mayor) y Tomás (el pequeño).  

También se pudo morir, algo más que probable en este tiempo, pero a mí esta primera historia me mola más.  

Tenemos a una mujer dolida por la vergüenza que en esa época implicaba el abandono, que a iba por ahí diciendo que su hijo era especial. Rollo narci. Seguramente necesitaría negar al padre con quien el niño podía identificarse, y ensalzarlo como nueva cabeza de familia: la que podía reportarles beneficios, prestigio y poder.  

Vivió así Jesús sin un progenitor de su mismo sexo con quien identificarse y de quien diferenciarse, recibiendo el mensaje que era algo parecido a La Divinidad. En su fuero interno, se sentía vacío, porque no había construido una identidad sólida, a parte de las proyecciones irreales que su madre le podía hacer. Su forma de ser alguien fue, toda su vida, sentir la lealtad, la admiración y, si me apuras, la envidia de los demás.  

En estas circunstancias, Tomás, su hermano pequeño, probablemente sirviera de chivo expiatorio para ensalzar la figura de su hermano mayor. Es decir, que si bien se proyectaba todo lo bueno en su hermano Jesús, a él no le quedaba nada de eso, siendo su forma de protegerse —y de proteger su escasa dignidad— actuar como un sumiso seguidor, negando todo lo grande que de hecho existía en su personalidad.  

«Tengo que encontrar a Dios en mi interior». 

No es de extrañar que Jesús, como muchos dictadores narcisistas, dedicara su vida entera a atesorar seguidores y hacerse con más y más poder, incluso bajo la amenaza de la aniquilación, porque para ellos —sí, esto es cosa de hombres— es peor pasar desapercibidos que morir.  

Para mí que el imperio romano se la pelaba un rato. Tan sólo era otra pieza en su juego: un enemigo con el que reunir más y más seguidores, maximizando su poder. Una forma de apropiarse de una misión trascendente que le colocara en el pedestal que necesitaba para existir.  

Y no hay mejor pedestal que la muerte porque, como diría 2000 años después Jean Paul Sarte, la muerte transforma la existencia en esencia, dejando grabado lo que somos como una página en un el libro de historia que nos gustaría o nos desagradaría leer.  

—Tú Judas, hazme caso —pudo decirle, tal y como se dice en el evangelio de tan célebre traidor—. Vas donde los Romanos y me denuncias. Diles que me he coronado como el rey de los judíos, y que estoy armando una revolución.  

—Pero Maestro, no me jodas.  

—Tú hazlo. Que soy deputamadre, y los caminos del Señor son inescrutables —quizás siguiera—. Algo te tocará a ti.  

Total, es voy a espoilear. El pavo acabó colgado de un árbol, no tanto lamentándose de su traición, como por haber descubierto el pastel, sufriendo poque su vida de sacrificios no había tenido sentido al seguir a un Gurú cuya única ambición era morir por lo alto, presumiendo de que era muy guay. Y ahora estamos todos en estas fechas, alienadas, robadas al solsticio de invierno, admirando a un psicópata narcisista que —como muchos maltratadores y asesinos— decidió morir para ser.  

A ver, que seguramente no fue así. Pero si curas y monjas se otorgan la libertad para interpretar a su pedo las escrituras, yo también.  

Esa es la paradoja de nuestra sociedad. Estamos guiados y gobernados por psicópatas y narcisistas porque son —como en la dialéctica del amo y el esclavo— los únicos dispuestos a dar la vida para conservar el prestigio y el poder.  

¡Hala, lo que he dicho! 

Feliz navidad.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

3 comentarios en “El evangelio apócrifo del Niño Dios

  1. Grace W.

    Me gustan las historias alternativas. Buena imaginación.
    Pero el final… es triste. Entre los de la iglesia que dicen que para ser guai hay que estar con ellos, y los que dicen no ser de la iglesia pero hablan igual que si lo fueran, tipo «son psicópatas y narcisistas los que dan la vida». Parece que tenemos al mismo perro con distinto collar. Siento poner un comentario así a un cuento de Navidad, pero es que ….¡hacen daño esas clasificaciones reduccionistas del ser humano, vengan de donde vengan!.
    Desde el profundo «si das la vida entonces esto y lo otro», al superficial «si tienes tatuaje esto y lo otro». Esas miras matemáticas 1+1=2 del ser humano…
    Salú. Paz. Amor. Calidad de todo ello. Les deseo.

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