El dolor y la mente: una relación tensa 

[…] Poner la atención en la herida no la curaba —claro, para ello necesité palets de antibióticos por vena—, pero sí la hacía mucho más llevadera. […] 

En abril estuve ingresado en el hospital por una diverticulitis bastante chunga. Vamos, que si no es por la medicina moderna, ahora mismo estaría bajo tierra.  

Una diverticulitis —como su nombre indica— es una inflamación infecciosa de los divertículos, que son unas pequeñas bolsitas que a algunas y algunos se nos forman en las paredes del intestino grueso. Y que, en los estadios más avanzados de la enfermedad, duele un huevo.  

La historia es que, durante mi convalecencia, experimenté un hecho curioso: un dolor aparecía y se intensificaba cuando ponía la atención en otra cosa. Así, como lo cuento.  

Estaba en cama, jodido, pero mientras mi atención estuviera colocada en ese punto del intestino que estaba dañado, el dolor se hacía soportable e incluso desaparecía, pero cuando trataba de distraerme, por ejemplo, mirando el teléfono móvil, sentía unos pinchazos tremendos que me obligaban, incluso, a retorcerme como un gusano.  

A pesar de lo evidente, tardé en darme cuenta de lo que me estaba pasando. De alguna manera, mi mente entendía que la mejor opción era mirar para otro lado y tirar “palante”, no pudiendo ver ni aceptar que  esa solución —que le parecía natural y evidente— estaba agravando el problema.  

No soy experto en dolor, así que igual meto la pata. Si es así, tenéis permiso para corregirme. Pero mi interpretación acabó siendo que el cuerpo, sabiéndose dañado y vulnerable, sólo podía relajarse cuando la mente se hacía cargo de la protección y los cuidados. Pero que, cuando desaparecía como instancia garante de seguridad, emitía una señal que NO PODÍA IGNORAR para que asuma la responsabilidad que le tocaba: un dolor repentino e intenso, que sólo podía RELAJARSE cuando, de nuevo, ME HACÍA CARGO.  

Poner la atención en la herida no la curaba —claro, para ello necesité palets de antibióticos por vena—, pero sí la hacía mucho más llevadera.  

Sea como sea, esta anécdota se asemeja mucho a algunas de las experiencias que he tenido en sesiones individuales o con familias: cuando se pone la atención en las SEÑALES que emite el cuerpo, el dolor se hace mucho más llevadero. Y esto es válido tanto para las señales que se identifican y significan como emocionales, como para las somatizaciones o síntomas conversivos.  

Por ejemplo, recuerdo perfectamente la expresión de una mujer afectada por fibromialgia grave cuando, tras una sesión en la que le invité a mirar y cuidar lo que necesitaba su cuerpo, me dijo sorprendida que era la primera vez que sentía que sus síntomas —que no su enfermedad— se habían aliviado.  

Abro paréntesis, porque es importante. No tengo formación para hacer ningún tipo de psicoterapia, así que mi objetivo no es en ningún caso clínico, pero tampoco tengo ninguna duda de que, salvo graves excepciones, no hago ningún daño al explorar alternativas de autocuidado que mejoren la gestión emocional y el bienestar de las personas. De hecho, es uno de los pocos caminos para que las personas mejoren en calidad la relación con sus hijas e hijos.  

Pero, cuando exploramos estos asuntos, normalmente la peña es muy reacia. ¿Poner la atención ahí va a mejorar las cosas? Anda, qué tontería. Quizás porque en su proceso de socialización aprendieron como yo, y como la mayoría de la gente, que los problemas se resuelven enfrentándonos (luchando) o rehuyéndolos (huyendo o o bloqueándolos), sin siquiera contemplar la alternativa de AMIGARSE con ellos.  

Porque, nos guste o no, la mayor parte de las soluciones válidas a medio y largo plazo pasan por RESTAURAR ESA RELACIÓN tan delicada entre la mente y el cuerpo; en activar los cuidados hacia nosotras y nosotros mismos. Es la única forma de explorar, sin riesgos, el cuidado que necesitan las personas a quienes queremos, porque la tendencia natural es a darles —como yo a mí enfermedad— el MISMO TRATO que nos damos a nosotros mismos.  

¿Te atreves a explorar otras formas de relación contigo misma o mismo?  

Quizás, sólo quizás, haya caminos que nunca has explorado.  


Referencias:  

BENITO MORAGA, R. (2020). La regulación emocional. Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones. 

DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria 

GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s