En la crianza también: más punkis vivos, por favor

[…] Lo chungo, lo que me escama y me jode, es que de un tiempo a esta parte los empiezo a ver por todos los lados. Ya no están sólo en la iglesia, en las barriadas Amish, o en Radio María, sino que se me están metiendo en casa, en forma de los planteamientos moralmente rígidos que supuestamente debo defender. […] 

¿Qué te dices tú antes de tomar una mala decisión?

Venga, a tomar por culo.

Qué va a pasar 😂

Anda, guardad las piedras, que es una #performance… quizás.


¿Os ha pasado alguna vez que no sois capaces de ver un documental? No digo sea duro o impactante, sino porque os acabáis durmiendo en plan plof.  

A nosotros nos pasó una temporada con «Problemas en el paraíso Amish” un documental que exploraba la subcultura Amish. Por más que nos interesaba el tema, cada vez que intentábamos verlo, acabábamos dormidos como cipote en misa de 11.  

Para quienes no lo sepáis, los Amish son los descendientes física y culturalmente de los puritanos —creo que predominantemente Alemanes— que emigraron a Estados Unidos en los siglos XVI y XVII, y que se mantienen firmemente anclados en unas creencias ancestrales, llevando a sus comunidades a unas cotas de aislamiento francamente extremas.  

La movida es que, a pesar de interesarnos un huevo y la yema del otro, cada vez que lo poníamos, nos acabábamos durmiendo, hasta que empezamos a hacer la coña de que teníamos que usarlo durante las noches de insomnio, porque fijo que funcionaba mejor que la meditación, o una pastilla para dormir. Y si no recuerdo mal, creo que alguna vez lo usamos así, claro, con excelentes resultados.  

Todo esto para decir que, desde siempre, he tenido mucho interés por la peña que es así, puritana, aunque me aburran a raudales, hasta el punto de llegarme a dormir.  

De hecho, cuando éramos novios e íbamos a casa de mis suegros a Galicia, nos hemos comido viajes enteros escuchando Radio María, la emisora de la iglesia. Y no porque fuéramos creyentes, o porque tenga una cobertura a nivel de estado implantada por nuestro Señor, sino porque, sencillamente, nos interesaba el contenido como a quién le gusta el Sálvame Deluxe.  

¿De dónde viene este interés? 

Y yo qué sé. Igual tiene que ver con la obligación que me impusieron de ir a misa todos los domingos, con el hecho de estudiar en un colegio de curas, o con haberme refugiado en la subcultura punk para protegerme de lo que por aquel entonces consideraba “esas mierdas”, destruyéndolo todo a mi paso y descojonándome de cualquier tipo de imposición o de autoridad.  

La movida es que parece que txus me ha ganado en cierto modo la partida, porque sigo volviendo de vez en cuando a esos mensajes, aunque sea para como quien va a zoo para variar. Y yo qué sé, igual al filo de la muerte acabo hablando con dios y pidiéndole perdón. Con las incoherencias que me traigo, no me iba a extrañar.  

Sea como sea, los puritanos me molan, como me molaría ver un platillo volante, o un crocostor, que —ya sabéis— es una mezcla cutre entre un cocodrilo y un castor. Y, especialmente, me gusta verles jodiditos, defendiendo lo suyo a capa, espada y mala hostia, atizando y expulsando para proteger su comunidad del mal exterior.  

Lo chungo, lo que me escama y me jode, es que de un tiempo a esta parte los empiezo a ver por todos los lados. Ya no están sólo en la iglesia, en las barriadas Amish, o en Radio María, sino que se me están metiendo en casa en forma de los planteamientos moralmente rígidos que supuestamente debo defender.  

No voy a poner ejemplos porque me hostiáis como a un pato, pero no tengo ninguna duda de que sabéis a lo que me refiero. Es que hay cosas de las que no se puede ni hablar, porque a la mínima se te excluye como a una rata apestosa de una boda de etiqueta, en la que uno no sabe muy bien si quiere estar.  

Lo peor, esperad, lo maldito peor, es lo que está pasando con la crianza. Estamos viendo como millares de familias se afanan en seguir los preceptos de algunas corrientes o gurús, renunciando a lo que son por la confianza ciega en un gran líder al que le importa tres pimientos su historia, su sufrimiento o su realidad. Y lo que es peor, a cientos, miles de profesionales charlatanes diciéndoles lo que deben hacer para formar parte de esa comunidad selecta, y ponerse una camiseta blanca y limpia en la que diga, mirad, coleguis de los bajos fondos, sí, vosotros que todavía no habéis visto la luz, soy lo puto mejor.  

Al final, eso sólo retrolimenta al monstruo. Porque renunciar a la propia historia e identidad en favor de cierto privilegio o imagen social, conlleva un primer chute de orgullo y pertenencia, pero a la larga produce adicción: una adicción que compromete la relación con nosotras y nosotros mismos y, lo que es peor, con los demás. Como les pasó a los Amish, que se olvidaron de sus necesidades y de sí mismos por defender su comunidad.  

Eso es lo que me aburre y me duerme de esta izquierda puritana que cada vez tiene más fuerza, pero menos valor. Porque el valor implica cierto compromiso hacia la evolución sin saber muy bien hacia donde se quiere ir.  Es decir, cuestionamiento hacia lo que uno es, en dónde está y a qué mundo pertenece, recompensado sólo con angustia y dolor. Priorizar el pensamiento sobre el sentimiento de seguridad y pertenencia, para nada en concreto, sino por el mero gusto de pensar, o actuar sin pensar, o sacar la mala leche, qué más da.   

Necesitamos más punkis y menos izquierdistas de manual. Gente que mande todo a tomar por culo y destruya, sin ningún afán de construir. Que se ría a carcajada limpia de nuestras actitudes puritanas a la cara hasta hacernos sentir ridículos, porque quizás así, expuestos como lo imbéciles que somos, podemos sentirnos un poco ridículos, bebernos una birra, bailarnos un pogo sobre una esvástica, y reiniciar.  

Y es que hay algo hermoso en destruir sin argumentos y sin ningún deseo de construir algo mejor. En ver las calles arder, en quebrar el casco del Titanic, o poner mal un tornillo en el Challinger: liberar espacio en la mente para que la curiosidad pueda florecer. Quizás así nos quedemos menos dormidos, abrumados por el peso y el aburrimiento de nuestra necesidad de que todo alrededor sea predecible y cuqui, o de pertenecer.  

Igual así podamos ver el documental hasta el final. E incluso sacar algo bueno de ahí. Qué sé yo. 

En la crianza también: más punkis vivos, por favor.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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