Amara y el remolino colosal

[…] … a mediados del invierno comenzaron a aparecer rumores en las tascas del puerto y en los mesones de los pueblos costeros. Los marineros, alterados, contaban que había aparecido un nuevo peligro. Era un peligro horrible del que nadie, nunca, había logrado escapar. […]

Amara era la pirata más salvaje. 

Había dirigido los abordajes más peligrosos, y encontrado los tesoros más escondidos. Aventura tras aventura, había acumulado enormes riquezas e invertido en construir el mejor barco del océano. 

Se llamaba Miña Victoria, y era un bergantín colosal. De color plateado, 150 cañones por banda, velas de 20 metros, y con un espolón dorado con forma de dragón, era una visión formidable. Nadie osaba enfrentarse a él. 

Los viejos marineros contaban la leyenda de que, desde su cubierta, no se divisaban nunca ballenas. Sencillamente, se sumergían al verlo llegar, dejándole el paso libre con un gesto de respeto. 

Amara estaba orgullosa de su fuerza, de su tripulación, y de lo que había llegado a ser. Se sentía libre e imbatible, y que el océano entero le pertenecía. A menudo, miraba por su catalejo, y disfrutaba de la inmensidad del mar, con la seguridad de que nadie podía hacerle daño. 

Sin embargo, a mediados del invierno comenzaron a aparecer rumores en las tascas del puerto y en los mesones de los pueblos costeros. Los marineros, alterados, contaban que había aparecido un nuevo peligro. Era un peligro horrible del que nadie, nunca, había logrado escapar. 

«Lo he visto con mis propios ojos», contaban los borrachos, mientras se apostaban sus ganancias al dominó. 

«Se traga barcos enteros, y nunca se vuelven a ver», avisaban los meseros, recordando a los marineros que andaran con cuidado cuando salían a navegar. 

«Es el mayor peligro del mar», coincidían los marineros más rudos, temblando de miedo al imaginarlo. 

Amara escuchaba estas historias y, poco a poco, empezó a ver que todas coincidían en algo. 

Vientos de al menos 100 millas por hora, contenidos en una niebla gis, con relámpagos de luz negra y un ruido ensordecedor. Y en el ojo de la tormenta, un remolino gigante que succionaba los barcos y sus tripulaciones hacia el fondo del mar.

Aquel día, Amara reunió a su tripulación: las mujeres y los hombres más duros y valientes que jamás habían surcado las aguas. 

—Chicas y chicos —empezó a hablar—, tenemos el barco más fuerte y mejor armado que nunca ha podido existir. 

Asintieron con mirada fiera. 

—Sólo nosotros podemos enfrentar este reto —continuó—. Internarnos en el mar, buscar el problema y borrarlo del mapa, para que todo vuelva a la normalidad. 

Había temor en sus miradas, pero también confianza en ella. 

—¿Quién está conmigo? —gritó. 

—Yo —gritaron, como una sola voz. 

Por la mañana, muy temprano, el Miña Victoria zarpó. Durante días, semanas y meses se internó en la inmensidad del mar. 

Fueron días aburridos. Apenas había viento, y el barco se deslizaba suavemente por aguas en calma, sin que los piratas tuvieran mucho que hacer. 

«Igual era sólo una leyenda surgida de las tazas de ron», empezó a sospechar Amara. 

«Aquí no hay ningún peligro», comentaban los piratas en sus camarotes, cuando no escuchaba su capitana. «Mejor volver». 

Un día, por la mañana, el vigía vio una cosa rara por su catalejo. 

—¡¡Nube gris a la vista!! —gritó, despertando a la tripulación. 

Entornando los ojos, pudieron ver algo en el horizonte. Era una nube gris posada entre el azul del océano y el azul del cielo. Pero, lo más sorprendente, era que se percibían unos chizpazos negros, como si alguien, desde dentro dentro, apagara y encendiera la luz. 

—Relámpagos negros —dijo Amara—. Es justo como contaban los marineros. 

Amara dio la orden de poner rumbo a toda vela hacia allí. Las piratas y los piratas obedecieron pero, dentro de ellos, algo les decía que no era buena idea. Que algo iba a salir mal. 

—Tranquilos compañeros —continuó la capitana—, tenemos el barco más fuerte del océano. Nada lo puede hundir. 

Según se acercaban, el viento se hacía más fuerte, y el ruido más ensordecedor. El timón hacía fuerza contra los brazos del piloto. Tanta, que Amara tuvo que ayudar a mantener el rumbo hacia allí. 

Poco a poco, el día se fue convirtiendo en noche. Y el mar en una niebla espesa, gris, que se tragaba la mitad del navío, como si esa parte dejara de existir. 

Cuando el viento se hizo demasiado fuerte, algunas velas volaron, los mástiles se quebraron, y toda la cubierta empezó a crujir. 

—¡Nos desintegramos! —gritó Amara, sabiendo que no tenía el control de la nave, ni de la tripulación. 

—¡Moriremos! —respondió la voz de un hombre al que no pudo identificar.

De repente, apareció. 

Todos se quedaron fríos, petrificados, mirándolo con una mezcla de terror y fascinación. 

—No puede ser…

Era tal y como se contaba. Un agujero en el mar. Un remolino inmenso que se tragaba todo lo que se encontraba, llevándolo a lo más profundo del mar. 

En ese momento, el buque se quebró. Y todos cayeron al agua, agarrándose a cualquier cosa que podía flotar. 

Nadie pensaba ya en cumplir la misión, sólo en sobrevivir. 

El remolino los fue tragando uno tras otro. Y cuando un marinero caía, el esto anticipaba su propio final.

Al rato, le tocó a ella. 

—¡Noooo! —grió, al sentir el vacío. 

Cayó por lo que le pareció una cascada vertical, hasta llegar a un punto, muy profundo, en el que las aguas parecían ir más despacio hacia un agujero negro. Pero negro, negro, de verdad. Aterrorizada, empezó a nadar con fuerza cuesta arriba, hacia la boca del remolino.

Sin embargo, la corriente era demasiado fuerte. Pronto supo que no podría salir. 

Miró alrededor, y descubrió a otra niña pirata. Como ella, se afanaba por salir hacia la luz, haciendo un esfuerzo titánico por avanzar. Giró la vista y fue localizando a toda su tripulación. Todos nadaban contra corriente. Se cansaban luchando contra una corriente que no podían vencer. 

Amara decidió, entonces, seguir su instinto. Nadó hacia la chica, la tomó de la mano, y le gritó al oído «confía en mí», tratando de infundirle seguridad. Luego, ambas nadaron juntas hacia el siguiente pirata, repitiendo la operación hasta que formaron una cadena humana. 

—¡Escuchad mis piratas! —gritó Amara. 

La tripulación le miró aterrorizada. 

—No podemos luchar contra el destino —afirmó—. Si seguimos nadando contra la corriente vamos perder la batalla, bien por el frío, bien por el cansancio. Vamos a dejarnos llevar. 

«No puede ser», pensaron todos, aterrorizados. 

—Estamos juntos en ésta, compañeras y compañeros —recordó—. Mientras no soltemos nuestras manos, tenemos una posibilidad, ¿entendido?

—¡Sí! —dijeron a la vez, confiando su palabra. 

—Preparados… listos… ¡¡Ya!!

En ese momento, los piratas dejaron de nadar. La corriente les llevó hacia el agujero negro. Tenían muchísimo miedo pero, también, se sentían reconfortados por las manos fuertes de los demás. 

Entonces, se hizo la oscuridad. 

Amara despertó con sabor a sal y arena en la boca, mecida por el ronroneo de las olas del mar. 

A duras penas, logró incorporarse. Se encontraba confusa, abatida, sin fuerzas, y al sentarse empezó a toser. 

—Mi tripulación… —susurró, mientras buscaba con la mirada. 

A pocos metros estaba el cuerpo de Zoe, la niña pirata con quien había conectado en un primer lugar. Se arrastró hacia allí, le acercó el oído al pecho, y escuchó que respiraba, aunque con cierta dificultad. 

—¡Zoe, Zoe! —le dijo, tomando su mano con cariño. 

La niña abrió los ojos, y se cruzó con la mirada de Amara. 

—Amara —dijo—, por los siete mares. ¡Eres tú!

Y rompió a llorar, abrazándose a su cuerpo. 

Al sentir el llanto de Zoe en su pecho, Amara rompió a llorar también. Llorando, tosiendo y escupiendo el agua salada de sus pulmones, empezaron a sentir que empezaban a respirar bien. 

Eso les ayudó a recuperar la fuerza. Se levantaron, y comenzaron a recorrer la isla en busca de resto de la tripulación. 

Ndongo… un fortachón capaz de romper cocos con las manos.

Nahia… que hacía magia cuando todo iba mal. 

Almodín… que era el que mejor se sabía orientar. 

Lisbeth… que era rápida con la espada y lenta al hablar. 

Poco a poco, fueron despertando todos. Llorando con ganas, recuperaron las fuerzas. Unas fuerzas que, sin duda, iban a necesitar. 

Estaban solos en una isla desierta. Sin agua, comida, ni nada con lo que escapar. 

¿Qué pasará?


* “Amara y el remolino colosal” es un cuento sobre la gestión de la #tristeza. Contiene metáforas que pueden ayudar a las niñas y niños a entender cómo funciona y les puede sugerir alternativas para escucharla y sentirse mejor. 

Está basado en la serie de cuentos de SUSANNA ISERN sobre niñas pirata: “Daniela Pirata” y “Daniela y las chicas pirata”, publicados por la editorial EGALITE, que le encantan a mi hija, y recomiendo sin duda alguna. 


Audiocuento aquí:

A veces es mejor dejarse llevar.

En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

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Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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