Familias autoritarias, niños/as que mienten

[…] Se establece así un círculo vicioso, porque la actitud que protege (la frialdad, el maltrato, la manipulación y la mentira), aunque a corto plazo sirva para evitar el dolor, a la larga genera más daño. Porque nadie puede sostener con ellos relaciones reparadoras que les ayude a reestablecer la confianza. […]

Ayer hice un vídeo breve, y me gustaría profundizar sobre el tema.

Hablé de las condiciones que ayudan a generar personalidades caracterizadas por rasgos narcisistas, como la manipulación, el camaleonismo, la mentira, la frialdad, la comunicación perversa y la [aparente] falta de culpa o empatía.

Como dije, un síntoma puede cubrir muchas necesidades y proteger de diferentes causas críticas de peligro, pero hay una estructura familiar que, directa e indirectamente, promueve este tipo de partes protectoras o defensas: la familia autoritaria.

Se trata, ahora, de visibilizar los procesos que llevan a eso y, quizás, de dar algunas pautas de intervención que podrían resultar eficaces, aun a sabiendas de que se trata de casos especialmente complejos.

Pero vamos por partes.

Una familia autoritaria es aquella caracterizada porque hay una figura que ejerce el control y el poder a través de la amenaza, el castigo y, a menudo, desde la violencia (insultos, agresiones al mobiliario, golpes, etc.). Esta persona suele ser el hombre, debido a razones de género, y a la estructura patriarcal en la que convivimos.

En estas parejas, a menudo, se da una complementariendad evidente. El hombre que se protege desde el autoritarismo, suele juntarse con mujeres que se protegen desde la complacencia, y ambos obtienen un beneficio: él cuidados y exhalación de su figura, como el hombre fuerte y eficiente que le gustaría ser; y ella protección y estatus.

No sé por qué me ha venido ahora a la cabeza, la típica relación entre el chulito del cole y la guapita de la clase. No me hagáis mucho caso.

El problema gordo aparece cuando llegan los hijos o hijas. Porque, con esos mecanismos de defensa o partes protectoras, el choque llega pronto, porque —coherentemente con su postura de siempre— él ejercerá la disciplina desde el control, y ella desde la complacencia. Y eso es radicalmente incompatible.

Vaya por delante que NO estamos haciendo referencia a los procesos internos de TODAS las familias autoritarias, sino a un ajuste que permite llegar al equilibrio y que es, más o menos, frecuente. 

Se genera, así, un conflicto difícil de resolver. Él siente que sus hijos o hijas tienen que endurecerse, y ser como él, sólidos e inquebrantables; y ella que deben relajarse y disfrutar de la vida. Para él, ceder a las ideas de su mujer, es empujar a sus hijos o hijas a la debilidad y el fracaso; y para ella, ceder a las imposiciones de él es exponerlos a unos niveles de exigencia y control intolerables, que les van a impedir disfrutar de la vida.

Este conflicto, a menudo, se resuelve de una forma que, a la larga, acaba pasando factura a toda la familia: creándose una coalición entre la madre y sus hijos. Así, cuando [habitualmente] el padre impone su criterio, la madre complace de tapadillo, con el mandato de fondo de que “no se lo digas a tu padre, es nuestro secreto”.

Se crea, así, una coalición con unas características especiales porque es el refugio para ambos, que están en postura de igualdad, y a la vez está basada en el engaño y la mentira.

Ahora, el padre observa eso: su mujer y su hijo o hija tienen una intimidad de la que él se encuentra excluido. Y eso —ojo aquí— le duele en el alma, porque probablemente conecta con alguna de sus causas críticas de peligro como, por ejemplo, la expulsión, la soledad o el fracaso como padre de familia. Y claro, se protege de la única forma que sabe hacerlo, activando más si cabe el autoritarismo, como una forma de sentirse una figura válida en el seno de la familia.

Se llega así, a cotas de violencia que —sean más o menos intensas— se sostienen en el tiempo, y mantienen a todo el sistema hipervigilante.

Paradojicamente, el que necesitaba sentirse competente se ha convertido en una amenaza, y la que necesitaba proteger está exponiendo a más violencia a su camada.

El siguiente paso lógico es aterrador. Porque, cuando la pareja se rompe —y es probable que no se produzca una separación de facto— nos encontramos con mujeres que necesitan de esa complicidad adulta, y que muchas veces se encuentran aisladas de su contexto por las agresiones machistas imperantes.

No es de extrañar que, en estos casos, se produzca, en el contexto de esas coaliciones entre madres e hijos o hijas, relaciones de fusión, en las que se invista, sobre todo, a los hijos varones, de las características de la pareja deseada: eres el mejor, el las guapo, el más fuerte y el más listo. No importa lo que diga el mundo, creételo, que te necesito así, idealizado y por encima mío.

Si sabéis algo de historia, muchos dictadores se ha criado en estructuras parecidas: un padre autoritario, despótico, distante y violento, y una madre que confiaba en ellos por encima de sus posibilidades.

Con el añadido de que, si el hombre ejerce la violencia y genera miedo, es muy probable que el niño defienda vehementemente a su madre durante los estallidos de agresión, entrando en escalada con un adulto al que no puede hacer recular ni vencer. Pero también que, al producirse la reconciliación de la pareja —que es lo que la sostiene en el tiempo—, ambos se alíen contra él (o ella) reprochándole su descontrol o su mal comportamiento. 

Estos niños y niñas, más adelante adolescentes, confirman en cada una de estas interacciones que no se puede confiar en las figuras adultas, porque las relaciones no permanecen. Es decir, que se les puede traicionar o “vender” en cualquier momento, según los intereses de la persona que debería protegerles. 

Por eso no conectan. Por eso no confían. Y por eso utilizan al resto de personas como objetos: porque no pueden soportar otra traición en sus vidas. La frialdad es una defensa contra el dolor que queda en su cuerpo en forma de traición y desconfianza. 

Se establece así un círculo vicioso, porque la actitud que protege (la frialdad, el maltrato, la manipulación y la mentira), aunque a corto plazo sirva para evitar el dolor, a la larga genera más daño. Porque nadie puede sostener con ellos relaciones reparadoras que les ayude a reestablecer dicha confianza. 

El drama de estos niños —puede que sean más los varones quienes sufren esta forma de protegerse— es que han sido expuestos sistemáticamente a la violencia y a la mentira, y que han tenido que protegerse impostándose a sí mismos. Porque lo que son, lo que verdaderamente son, su mente y su mundo interno, nunca han sido legitimados y reconocidos.

Si tenemos que señalar algo que les amenaza es, entonces, sentirse vulnerables, porque es sinónimo de ser un mierda. El problema es que la solución que articulan para protegerse de ese sentimiento de vergüenza y vacío, es decir, poner una y otra cara para “ganar la partida”, sólo les refuerza la pésima imagen que tienen de sí mismos. A fin de cuentas, si tengo que impostarme para sentirme valioso, es que carezco de valor alguno como persona.

El problema de estos casos es que rara vez llegamos a tiempo. A menudo, son familias muy celosas de su mundo privado, que protegen con vehemencia su privacidad y sus fronteras. Además, los síntomas que van desarrollando los niños no son nada llamativos, porque se convierten en pequeños camaleones que saben donde y cuando dar la cara que el contexto espera o necesita. Esto hace muy difícil detectar su sufrimiento, y mucho más una intervención de los servicios sociales municipales o de protección a la infancia.

Jorge Barudy y su equipo dirían que es parte del denominado «dolor invisible de la infancia».

Si, por alguna casualidad de la vida, llegamos a tiempo, cuando la personalidad de estos niños y niñas aún se está formando, tendremos que valorar en qué punto está la familia porque, de mantenerse la pareja unida, va a ser prácticamente imposible que nuestra intervención flexibilice este sistema. Pero, si la familia se ha separado, quizás sea posible hacer algo con la mujer y sus hijos o hijas.

En estos casos, una intervención eficaz —en ningún caso la única— pasa por romper el tabú y hacer explícita la mentira. No tanto en términos de, mira, oye, que te he pillado, sino hacer explícita la función que ha cumplido en el pasado para proteger a esta coalición tan vulnerable. Quizás, en paralelo, pueda hablarse del dolor que genera que nos mientan y de cómo resuena dicho dolor en el cuerpo. Pero, sobre todo, y por encima de otras cosas, debemos rescatar los relatos subyugados en los que esté presente este personaje secundario que es lo que llamamos “self”, que es la parte más sincera, curiosa y compasiva que todas y todos tenemos. Es decir, dedicar tiempo a explorar las excepciones.

No es muy buena, pero se me ocurre una metáfora para representarlo: tenemos que dar de comer al [self] hambriento, para que recupere las fuerzas y pueda pasar a reclamar su sitio.

¿Lo ves?

¿Se te ocurren otras formas de trabajar con estas familias?

Venga, dale. Que te escucho.


Referencias:

BARUDY, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato familiar. Barcelona: Paidós Ibérica

GONZALO MARRODAN, J.L. (2015). Vincúlate: relaciones reparadoras del vínculo en niños adoptados y acogidos. Bilbao: Descleé de Brouwer

MINUCHIN, S. (1998). Calidoscopio familiar. Barcelona: Paidós

NARDONE, G. (2009). Psicosoluciones. Barcelona: Herder

NARDONE, G.; GIANNOTTI, E.y ROCHI, R. (2012) Modelos de Familia. Conocer y resolver los problemas entre padres e hijos. Barcelona: Herder

SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria


En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.


Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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