Hay dos tipos de límites, los que se imponen para protegernos, y los que expresamos para tratarnos bien.
Tal y como te prometí, he estado pensando un poco en la conversación que tuvimos este miércoles, y he llegado a algunas conclusiones que me gustaría compartir contigo.
Me gustaría que pensases un poco en lo que te voy a transmitir, y que nos puedas decir qué opinas la semana que viene.
Lo primero que quiero resaltar es que creo que el otro día dimos con una clave importante: los límites forman parte del AUTOCUIDADO.
Entiendo que es una idea que puede sorprender, porque en el imaginario popular asociamos límites al control de la conducta de nuestras hijas y nuestros hijos, es decir, al hecho de dirigir o redirigir su comportamiento en la dirección que consideramos correcta. Sin embargo, en primer lugar y ante todo, son una forma de respetarnos a nosotras o nosotros mismos, afirmando que nos merecemos que nos traten bien.
Cuando ponemos un límite, emitimos un mensaje hacia el exterior que también tiene un impacto en nuestro propio cuerpo. Si decimos a otra persona que no vamos a tolerar ese trato, o lo que es lo mismo, que nos merecemos que nos trate bien, normalmente sentimos un pico de activación en el que se pueden encontrar muchas emociones: podemos sentir enfado por el mal trato que hemos recibido, miedo ante la respuesta de esa persona, tristeza al conectar con nuestra vulnerabilidad e incluso cierto orgullo por autoafirmarnos, entre otras muchas cosas.
Ese pico de activación es lo que dificulta que pongamos el límite. Podemos sentir que la emoción nos va a desbordar y que, así, no vamos a ser capaces de hacer las cosas bien. Por eso, muchas veces, optamos por dejarlo pasar, y evitar la confrontación.
Ese suele ser el primer impacto. Pero tras él, si hemos podido hacerlo de manera correcta, llega el segundo en forma de PAZ, SEGURIDAD y CALMA. Y creo que es, justo, lo que pudiste sentir durante la pasada sesión: esa sensación de haber optado por el autocuidado, por encima de otras cosas. A fin de cuentas, cuando ponemos un límite, no sólo estamos diciendo al mundo que nos trate bien, sino que también estamos afirmando ante nosotras y nosotros mismos, que nos merecemos un buen trato, con independencia de lo que hayamos hecho o los resultados que hayamos podido obtener.
Aunque ya lo habrás intuido, quiero distinguir entre dos tipos de límites: los límites defensivos y los límites para el autocuidado.
Ponemos un LÍMITE DEFENSIVO, cuando sentimos que la otra persona nos ha agredido gravemente. Es decir, que nos ha dado “en la línea de flotación”. Nuestro nivel de activación es, en consecuencia, enorme, y tenemos que emitir una respuesta rápida y contundente, para retomar en control y protegernos. Estos límites son útiles para retomar el equilibrio en momentos difíciles, pero suelen despertar RESPUESTAS PROTECTORAS en las personas a quienes van dirigidos porque, al estar sufriendo mucho, somos incapaces de tenerles en cuenta y decirles las cosas bien.
Sin embargo, también existen los LÍMITES PARA EL AUTOCUIDADO. Éstos son muy diferentes. Lo primero, es que tienen un carácter mucho más consciente. Y su objetivo no es tanto proteger, como cuidarnos. Es decir, proporcionarnos A NOSOTRAS y NOSOTROS MISMOS el trato que merecemos. Esto implica, que no tienen connotaciones de control, sino de autoafirmación. En la práctica, los expresamos sin pretensiones de modificar el comportamiento de la otra persona, sólo de afirmar nuestra dignidad y la necesidad de ser bien tratados, con independencia de las circunstancias. Se sienten con una profunda paz en el cuerpo y no suelen despertar respuestas protectoras en los demás, porque al afirmarlos, también somos capaces de considerar sus necesidades y, por supuesto, sus derechos.
Cuando estamos pasando un mal momento, es difícil poner este tipo de límites. A menudo, necesitaremos un tiempo para cuidar de lo que sentimos, y retomar el estado de calma e integración que nos va a permitir ser asertivas o asertivos y decir las cosas bien.
Estoy convencido de que, en tu familia, hay experiencias de ambos tipos. Y de que, probablemente, la experiencia con los LIMITES PROTECTORES, haya sido bastante frecuente y muy mala. A fin de cuentas, estáis muy afectados por las cosas que habéis vivido, y es normal que surjan respuestas protectoras con facilidad. Sin embargo, también creo que has sido capaz de poner LÍMITES PARA TU AUTOCUIDADO y de que, cuando lo has hecho, tu experiencia ha sido muy positiva: tu hija y tu hijo los han respetado, y tú te has quedado con la sensación de haberte cuidado y haber hecho las cosas bien.
Por mi parte, me gustaría que podamos centrar la atención en esos momentos buenos. Que los podamos rescatar del cajón de la memoria, para volver a sentir que sabes y puedes afirmar que mereces un buen trato, y que puedes sentir esa sensación de calma y seguridad.
Porque, cuando sufrimos mucho, el relato de dolor acaba impregnándolo todo; y muchas veces sentimos que es la única realidad que podemos vivir. Vamos a tratar de equilibrar la balanza, reconociendo —en el cuerpo más que con la mente— que también hay existido y existirán momentos en los que hemos sabido respetarnos y, a la vez, cuidar.
¿Te apetece que vayamos por ahí? Creo que puede ser un territorio bonito para explorar.
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com