La ideación suicida como solución para una situación sin salida

Una persona que piensa en suicidarse necesita “sentirse sentida” y comprendida por la gente a quien quiere, y asegurarse un lugar para regresar cuando las cosas se vuelvan insoportables en un entorno que se siente como hostil. 

Casi se pudo escuchar cómo se rompía por dentro:

—Yo es qué —dijo balbuceando— lo único que quiero es suicidarme.

Su madre pegó un respingo.

La sanción del departamento de educación le había sentado como un martillazo. Le obligaban a cambiar el centro dónde cursaba la educación complementaria.

—Lo que voy a decir parece una locura —empecé a decir—, pero confío en ello.

Me dirigieron la mirada.

—Me parece bien que pienses en suicidarte —solté, mirando al chico, de 14 años—, porque es normal que lo sientas como la única salida, y porque creo que te protege.

Su madre me miró sorprendida pero también con curiosidad.  Llevábamos un buen recorrido juntos, y confiaba en mis palabras.

—Sí. Yo creo que ese pensamiento le protege —aclaré—. No os estoy tomando el pelo.

—¿Por qué? —preguntó ella con un hilo de voz.

—Porque, tal y como nos acaba de contar tu hijo —le miré dándole permiso para que me corrigiera—, está en una situación terrible: sin salida.

A menudo, prevenir el suicidio pasa por hablar sobre ello, y sentir el lugar y las relaciones que nos resultan confortables y nos dan seguridad.

—Es verdad.

—Resulta que está obligado a dejar sus estudios en un centro al que iba a gusto, y a despedirse para siempre de todos sus compañeras y compañeros —expliqué—. Y tiene que adaptarse, ya iniciado el curso, a otro centro educativo del que, lo único que sabe, es que está repleto de macarras.

—Te juro por mis muertos que no voy a ir ¡No voy a ir! —gritó, cuando toqué su miedo.

Le miré tranquilo.

—Y si él no quiere ir, no podemos hacer nada —reconocí—. Podemos tratar de convencerle, y acabaremos todos con estrés y granos; o podemos meterle a hostia limpia por la puerta, pero se va a escapar en 5 minutos. En cualquier caso, mala idea.

Volvió a la calma.

—Pero si nosotros, como adultos, no sabemos qué hacer, es peor para él —le miré—, ¿verdad?

Asintió.

—Tú sí que estás en una situación de mierda —recalqué esta palabra—, porque decidas lo que decidas, te va a caer una manta de hostias.

En familias afectadas por el trauma es frecuente que tengamos que hacer una intervención orientada a crear las condiciones para sentir con intensidad, sin que desborde su ventana de tolerancia, haciendo hincapié en la crudeza de la realidad.

Me miró con mucho interés.

—Sí. Porque si decides ir a clase…

—¡Qué no voy a ir!

—Que ya lo sé, cabezón —le respondí—, pero déjame que me explique. Si decides, porque se alinean los planetas, o porque tu madre se encuentra un genio de la lámpara, o porque encuentras allí el amor de tu vida, ir a clase, estás jodido. Jodido, porque vas a un sitio lleno de makarras, que los hay, al que llegas a mitad de curso, por lo que vas a estar especialmente expuesto, con la experiencia de que los últimos cursos que has iniciado han acabado como el culo, ¿cómo puedes confiar ahora en que va a ir mejor?

—Eso.

—Pues normal que no quieras ir y enfrentarte a eso, no te jode.

—Ya…

—Pero es que es todavía peor —su madre atendía con mucha atención—. Porque si decides no ir, es muy probable que tu madre y hermano insistan. Y eso lo vas a tener que aguantar tú.

Miró a su madre como diciendo “es que menuda turra que me vas a dar”.

—Ya sabes —continué—, cristo en casa. Y tendrían muchos motivos para presionarte. A fin de cuentas, estás en escolaridad obligatoria, y no ir a clase implica un parte de absentismo y la presión de los servicios de protección a la infancia ¿cómo te comes eso?

—Mal —dijo desviando la mirada al suelo.

—Pues escucha. Que te vas a cagar. Porque si eso es malo, hay otra cosa mucho peor.

Silencio y expectación.

—El sentimiento de culpa —concluí—, que tanto daño te hace. Culpa por no ser capaz de enfrentar el reto; y por ser el responsable del malestar de tu familia. Y una enorme sensación de impotencia por no sentirte capaz de recorrer tu camino, y decidir con libertad.

Seguía mirando al suelo, pensativo.

—No me extraña que te quieras suicidar —dije bajando mucho el tono de voz—. Es una situación horrorosa en la que, hagas lo que hagas, vas a perder.

Tomé una pistola de bolas con la que habíamos estado jugando al inicio. La descargué y la amartillé.

—Hazlo. Date el gusto.

—¿Qué haces, loco?

—Hazlo y disfrútalo —le ordené—. Te mereces sentir que hay una salida y que tú tienes el control.


No niego que la ideación suicida sea un problema. A fin de cuentas es un recurso que bloquea a la persona y, a medio y largo plazo, puede empeorar mucho las cosas.

Pero sí cuestiono cómo algunos profesionales enfrentan está realidad, a menudo desde el miedo, y desde su propia necesidad de actuar como “salvadores y salvadoras” de las personas a quienes atendemos; olvidando que las personas que sufren tienen buenos y poderosos motivos para recurrir a soluciones desesperadas cuando las circunstancias de su vida son especialmente complicadas.

Una persona que piensa en suicidarse no necesita nuestro miedo, ni salvadores que empujen o tiren del carro, sino “sentirse sentida” y comprendida por la gente a quien quiere, asegurar un lugar para recogerse cuando las cosas se vuelvan insoportables en un entorno que se siente como hostil.

Aquel día acabamos todos partiéndonos de la risa. Investigando, pistola en mano, cómo haríamos para suicidarnos él y yo con una sola bala. Porque “él tenía buenos motivos para pegarse un tiro”, y yo “estaba hasta los huevos de tantas movidas”. Su familia se carcajeaba.

La verdad, no solucionamos nada. Pero todo se había vuelto un poco más fácil

Y tú, ¿lo ves?


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia, es la teoría sistémica estructural-narrativa, y la teoría del apego. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

 

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