Deja de lado lo que sabes y sientes sobre la rabia. A veces, puede ayudar a las personas a encontrarse y sentirse más unidas ¿Cómo?
Vamos a verlo.
—No entiendo, Gorka, por qué me hace esto —me dijo desesperada—. Siento que me provoca, que quiere que salte. Parece que me quiere ver enfadada.
No me extraña que estuviera confundida. La rabia es una emoción que nos activa para la agresión. Que nos impulsa a afirmar o, en su caso, imponer los límites que necesitamos; pero que también nos desconecta de los demás, porque necesitamos dejarlos de lado, para protegernos y luchar.
—Yo trato de contenerme —me decía otra madre— porque tengo que darle un buen ejemplo para regular su malestar. Sin embargo, cuanto más me contengo, peor se pone él, empujándome a un límite en el que pierdo el control, y acabo haciéndole daño.
—¿Y si lo que necesita él es que pierdas el control? —le pregunté, llevándola a una hipótesis que nunca se había formulado.
La visión ecológica y sistémica de las diferentes realidades familiares, a menudo nos lleva a estas paradojas: niños, niñas y adolescentes que provocan la ira de sus adultos ¿para qué?
En casa, tenemos todos los enchufes protegidos. Sin embargo, decidimos que a nuestra hija —de ahora 16 meses—, le debíamos apercibir sobre los riesgos de meter los dedos allí. Así, que siempre que se acercaba a ellos, le poníamos un límite diciéndole que tenía que tener cuidado.
Cuando estoy cansado, tiendo a que mi mente se distraiga, desconectándose del aquí y el ahora. Esto provoca cierto malestar en ella que observa que, de repente, pierde la compañía que necesita para sentir seguridad.
¿Qué hace?
A los enchufes, claro.
Sabe que me voy a enfadar, porque me siento desafiado en mi autoridad. Y sabe que mi rabia me devuelve al momento presente, aunque sea con un cabreo monumental.
Porque es mejor estar con un padre enfadado, que con un padre que no responde o que no está.
Esto, que es fácil reconocer entre un padre y un bebé, a menudo cuesta verlo en chicos y chicas mayores —o entre personas adultas—, pero el esquema acaba siendo similar.
Si volvemos al primero de los ejemplos —que he dejado a propósito sin resolver—, se trataba de una madre muy autoritaria que sometía a su hijo adolescente a un montón de presión. Le cuestionaba y le castigaba, y le imponía una campaña de acoso para que hiciera las tareas del hogar.
Él no hacía caso, subiendo así la tensión; hasta que la madre llegaba a un punto de ruptura en el que gritaba, insultaba, y decía cosas tremendas, que causaban a su hijo un gran dolor.
Pero, descargada dicha tensión, aparecía un fuerte sentimiento de tristeza y de culpa, que le llevaba a reconectar, bajar las exigencias y pedir perdón.
Provocar la rabia era, para el hijo, una forma de recuperar a la madre simpática y cariñosa que había detrás de la defensa y el terror.
En el segundo de los ejemplos, otro chico adolescente que, tras muchas rupturas y abandonos, había acabado en acogimiento familiar.
Cuando él se ponía nervioso, su madre de acogida, con un gran esfuerzo y actuando con sentido común, trataba de controlar su propia rabia, mostrándose rígida y algo distante, y tratando de cumplir los consejos que había escuchado en cursos y en los profesionales que le asistían.
Era su forma de sentir que hacía las cosas bien.
Sin embargo, está actitud de su madre conectaba al chico con el trauma del abandono porque, cuanto más controlada se mostraba su madre, más sólo se sentía, al carecer del calorcito de la cercanía y la conexión emocional.
No era de extrañar que el chico la llevará al límite, y que la pérdida de control de la persona adulta desactivara al adolescente haciéndole sentir más tranquilo y seguro.
No era el límite lo que le colocaba en su sitio, sino el regreso de su madre al terreno emocional, es decir, a la conexión que todas y todos necesitamos para sentirnos acompañados y «sentidos».
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia, es la teoría sistémica estructural-narrativa, y la teoría del apego. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
