En nuestra pareja el que tuvo «depresión pre-parto» fui yo…
No soy el único. Muchos hombres vivimos una fuerte crisis antes o inmediatamente después de ser padres. En mi caso, se me juntaron varias cosas:
Por un lado, una gran INCERTIDUMBRE. Sabía que mi vida anterior había llegado a su fin, y que a partir de ahora todo sería diferente. Pero no sabía cómo iba a ser el proceso, ni qué sensaciones tendría en mi nuevo rol. Abrumador. Vertiginoso. Apabullante.
También, una profunda AMBIVALENCIA en relación a mi nuevo rol como cuidador [de una criatura indefensa]. Por un lado, el deseo de hacer las cosas bien, y disfrutar de la empatía con una bebé tan transparente e indefensa. Pero por otro lado, también un profundo terror a la intimidad, y no poder disfrutar de las cosas que me habían hecho feliz hasta ese momento.
Por otro lado, pánico a mi propio sistema de apego, que me lleva a DESCONECTAR de la experiencia de las personas y a refugiarme en mi mundo privado y personal. Me asustaba mucho la experiencia que mi hija pudiera tener conmigo, porque —hablo en primera persona— si hay algo que hace daño de verdad es pasar mucho tiempo con una persona que no está presente en esa relación contigo.
Y por último, el miedo a NO SABER CALMAR a la bebé, y acabar provocándole más nervios y malestar. Cosa que, creo, a todos nos da pánico.
Sentí un profundo malestar días antes de que mi hija naciera. Estaba irritable, agotado, no me podía concentrar, la gente estaba incómoda conmigo, y por mucho deporte que hiciera, los nervios no se marchaban. Me encontraba tan mal que pensé en ir al médico y que me diera algún medicamento. Para sobrevivir y no llegar así al parto.
Si entonces me hubieran preguntado, habría dicho que me sentía nervioso, rabioso, enfadado con todo el mundo.
Pero ocurrió una cosa. Un viernes, en la reunión de equipo, unas compañeras sacaron el tema. Me dijeron —con mucho cariño y respeto— que me veían mal. Que estaban preocupadas por mi estado.
Mi primera reacción fue desde mi emoción preferida: la rabia. No dije nada, porque algo de autocontrol tengo, pero pensaba «anda, no me jodáis ¿os vais a meter en mi vida ahora? ¿no tenéis nada mejor que hacer?» o «me vas a decir tú a mí qué es lo que me pasa ¡anda y vete a cagar!».
Pero por respeto me callé y escuché. Y según iba viendo lo que había provocado en ellas, empecé a sentir culpa y me fui derrumbando ¿Cómo era posible que no me hubiera dado cuenta de ello? Me sentía despreciable.
Y así cogí el coche. Y pasé conduciendo un buen rato. Mandándome a mí mismo a la mierda con lágrimas en los ojos.
Paré en un bosque.
Me sentía profundamente abatido, no rabioso. Entonces, casualmente, sonó esta canción:
Rompí a llorar como un niño. No era rabia lo que sentía, sino una profunda tristeza. Una tristeza contra la que había estado meses luchando, porque no está bien o «no es lógico» sentir tristeza ante el inminente nacimiento de tu hija. Pero ahí estaba, como un nudo en la garganta. Como una pelota gris en el estómago. Como el impulso vital de los pulmones que sólo pueden expandirse y respirar con la congoja del llanto.
Y lloré. Lloré a mares. Un buen rato. Sentí que iba a dejar mi vida atrás. Y que me enfrentaba a la más absoluta incertidumbre. Sentí que iba a hacer daño a mi hija. Y que iba a ser incapaz de consolarla. Y tomé contacto con esa vida que me aterrorizaba. Y de la tristeza pasé al miedo. Y quise escapar y que nada cambiase. Y me permití estar ahí, tan pequeño y vulnerable que daba pena verme. Hecho un asco.
Pero no me sentí mal, sino liberado. Por fin podía respirar hondamente y el oxígeno me llegaba a los músculos. Podía moverme más ligero y expresarme con el cuerpo. Ahora sí, estaba totalmente presente en ese momento.
La tristeza y el miedo quedaron ahí. No se fueron. Pero sí se mitigaron los nervios, la confusión, la irritabilidad y el desconcierto.
Todo empezaba a estar mejor. Más claro.
Sentí que podía retomar mi vida de nuevo.
No era rabia. Eran tristeza y miedo.
La salud mental pasa por reconocer y sentir nuestras emociones en toda su intensidad y en nuestro propio cuerpo.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com