El veneno más potente de la naturaleza: la violencia de género

indartzen_ranita

“Ser un maltratador no implica necesariamente ser un mal padre” ¡anda ya!

Hace muchos, muchos años, en un lugar no tan lejano escuché una frase que me dejó perplejo: “ser un maltratador no implica necesariamente ser un mal padre”. No lo dijo cualquiera, sino un profesional de alto rango.

Quizás porque era una persona importante, quizás porque yo era novato en la materia, la cosa es que me lo acabé creyendo. Y durante años confié —pobre de mí— en que las personas que han maltratado a su pareja y madre de sus hijos, podían ejercer una crianza consciente más allá de lo que habían hecho en el pasado.

Escribo esto y se me cae la cara de vergüenza. Pero a veces es necesario pasar por este mal trago si con ello se consigue arrojar algo de luz sobre una realidad tan sensible.

Hoy en día lo tengo claro. He podido constatar que la sintomatología más grave, la que más llamativa, y la que más factura pasa a los niños, los adolescentes y sus familias, se relaciona muchas veces con haber observado sostenidamente violencia de género en casa.

Es demoledor. Niñas/os que se cortan con cuchillas, que ingieren venenos que pueden matarles, consumo de drogas duras, sexualización precoz, embarazos adolescentes, intentos de suicidio, anorexia y bulimia nerviosas, psicosis, disociación… pueden entenderse soluciones extremas a situaciones dolorosas y difíciles donde las haya.

Los síntomas más llamativos son soluciones inteligentes a problemas realmente complicados

Pero también he escuchado a un padre decirme convencido que no entendía por qué su hija hacía esas cosas tan raras. Que él había sido un buen padre que había castigado a su exmujer, pero nunca había maltratado a su hija. A ver cómo te convenzo yo ahora —animal de tiro— de que estás muy equivocado.

Para ello tendrás que ponerte un poco en el lugar de tu hija. Si te atreves.


Me llamo Lucía, tengo 14 años, y vivo en casa con mi padre, con mi madre, y con mi hermano Lucas, de 10 años. Mi padre insulta y pega regularmente a mi madre.

Hay días en los que parece que todo va bien. Mi padre trae regalos a mi madre, y a ella se le ve más relajada. Confía en que las cosas pueden ir mejor. Pero sé que en cualquier momento puede desatarse la catástrofe. Puedo intuir cuándo las cosas van a ir mal, pero me cuesta mucho explicarlo. El sonido de un caminar más firme, un chiste irónico sobre la cena. Y todo se desmorona como un castillo de naipes. Los gritos, los golpeas en la mesa, la humillación, el terror paralizante, los puñetazos y las patadas.

La puede matar. No sé qué hacer. A veces me llevo a Lucas a su cuarto, ponemos música para no escuchar los golpes, y finjo que quiero jugar a algo. No quiero que lo pase mal. A veces todo se escucha por encima de la música y nos metemos debajo de la cama. Ahí nos sentimos más seguros.

Cuando actúo así me siento fatal. Con todo lo que está pasando, y yo aquí, jugando a la play ¿cómo me lo puedo perdonar? Me da miedo y me siento pequeñita y cobarde, y la estoy dejando sola.

Otras veces me pongo en medio. Trato de proteger a mi madre como puedo. Con mi cuerpo. Sé que en ese momento ella se siente mejor, porque me pongo de su lado. Grito y cojo algo con lo que protegernos, una silla, una mesa, cualquier cosa. Le insulto a mi padre y le grito que nos marcharemos.

A veces, él me aparta con fuerza y sigue golpeando a mi madre. Otras veces él se marcha dando un portazo, y mi madre y yo nos quedamos solas, llorando. Trato de consolarla, de curarle los golpes y las heridas. Sé que lo agradece.

Esto me hace sentir que hago algo. Que puedo controlar un poco las cosas. Juntas nos protegemos, unidas somos más fuertes.

Pero tras unos días mi padre vuelve arrepentido, y trae regalos para todos. Mi madre vuelve a confiar en él. Se achuchan y se dan mimitos como si no hubiese pasado nada. Pero yo sigo enfadada y alerta, porque no creo que esta mierda dure demasiado. Y al tercer día, otra vez, pasos fuertes y tono irónico sobre la comida. Me activo, me pongo alerta.

Me hago fuerte, y voy a la cocina. Lo mismo que la vez pasada, me pongo en medio y grito. Insulto. Golpeo las cosas. Cojo un cuchillo. Quiero que él sepa que soy peligrosa, que estoy dispuesta a todo para proteger a nuestra familia.

Pero mi madre, lejos de estar agradecida porque le protejo, se pone de su parte. Me reprocha que estoy loca y que estoy sacando las cosas de quicio. Que lo del otro día fue una tontería, y que las cosas están bien en casa. Mi padre me grita y me amenaza. Me dice que como siga así me manda a un internado. Y mi madre le da la razón, diciendo que últimamente no soy la misma, que igual necesito ir al psiquiatra. Miro a la izquierda y veo a Lucas que se ha hecho pis encima, paralizado por el miedo. Su cara es un poema. Sé que me reprocha que haya activado de nuevo a la bestia.


Pues bien, animal de tiro. Si sigues convencido de que esto no es maltrato, dime qué alternativas tiene tu hija.


Y tú ¿qué le recomendarías a Lucía? ¿qué crees que puede ayudarla? Nos encantaría escuchar lo que piensas, así que no dudes en dejar tu opinión en los comentarios ¡gracias!


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

3 comentarios en “El veneno más potente de la naturaleza: la violencia de género

  1. Sara

    Que tiene que buscar ayuda para ella y su hermano. Algun familiar adulto y de confianza con quien poder contar y compartir lo que está pasando o en su defecto alguna figura profesional (personal docente, profesionales de la intervencion social, de la psicologia o similares). Tiene que convencerse de que la solución al problema de casa no está en sus manos y que ahora su madre no se encuentra en un buen momento para tomar decisiones. Asi que frente a eso tiene que liberarse de la responsabilidad que se ha autoimpuesto y buscar ayuda externa para poder encontrar apoyo y otro tipo de soluciones

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    1. Gorka Saitua

      Gracias Sara. La solución que planteas es sin duda la ideal. No obstante, nos sentimos con la obligación de decir que, para muchos y muchas adolescentes, llegar a ello es muy complicado. A veces es prácticamente imposible.

      Por ejemplo, buscar ayuda significa muchas veces romper la lealtad familiar, con todas las consecuencias que ello puede traer: violencia, resentimiento, acoso e incluso expulsión de la familia. En el caso de Lucía, es probable que ella no tenga la seguridad de que otras personas le pueden proteger. De hecho, puede considerar a los servicios de protección de menores como amenazantes para la escasa seguridad que ha podido vivir. Desvelar tan importante secreto familiar es aterrador. E incluso en el caso de que pueda abandonar el hogar, podrían aparecer importantes sentimientos de culpa por haber abandonado a su madre y hermano en una crisis durante la que se padre puede descontrolarse aún más (riesgo de muerte).

      Por otro lado, la responsabilidad que Lucía se ha autoimpuesto ha sido probablemente uno de los pocos recursos resilientes que le ha podido dotar de seguridad ante una situación tan dolorosa y comprometida. Abandonarlo o superarlo le colocaría en una situación de especial vulnerabilidad. Y es que la protección de menores muchas veces sólo postpone este tipo de problemas, y los chicos y chicas tarde o temprano vuelven a casa y se tienen que volver a enfrentar esta realidad.

      El gran reto de la protección de menores es actuar desde el punto de vista de los niños, niñas, y adolescentes, a través de un gran esfuerzo de empatía, para así poder comprender su mundo y ser figuras garantes de seguridad y disponibilidad. Y sin contar nunca con absoluta seguridad. Muy complicado. Pero fascinante.

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  2. Es verdad. La sintomatología más grave aparece como forma de resolver problemas realmente complejos para las personas implicadas. Es un error tratar las dificultades de los niños, niñas y adolescentes desde una perspectiva adultista, porque su cerebro y su entorno les ofrecen posibilidades y limitaciones muy diferentes.

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