O apostamos por una EDUCACIÓN TERAPÉUTICA, o aceptamos causar más daño a las niñas, niños y adolescentes que sufren.
Hablar de educación terapéutica, es decir, sensible al dolor y al trauma, genera mucha inseguridad. No son pocas las instituciones que tienen MIEDO AL TRAUMA, es decir, la sensación sentida de que no se cuenta con la capacidad, los recursos o la formación, para acercarse al sufrimiento de las niñas y los niños, y que, si se hace, puede causarse más daño.
Esto es una postura PRUDENTE. A las profesoras y profesores, sobre todo, a los que imparten su materia en los cursos superiores, se les forma exclusivamente para atender al alumno promedio, esto es, aquel que se siente suficientemente motivado y seguro; pero su formación adolece de falta de mirada hacia las chicas y chicos que lo están pasando mal, bien debido a que han sufrido o sufren circunstancias adversas, o a que su sistema nervioso permanece hipervigilante e hieperrreactivo, o se apaga, ante determiandos estímulos que, para otros alumnos, son neutros.
Sin embargo, las personas que trabajamos con estas chicas y chicos, sabemos el IMPACTO profundo y reparador que pueden tener pequeñas (o grandes) intervenciones de profesionales docentes sensibles hacia su dolor, con la formación y el acompañamiento adecuados. El resultado puede ir desde la supresión del síntoma, a superar el fracaso escolar, o cambiar radicalmente y a mejor el rumbo de una vida.
A fin de cuentas, el alumnado que sufre tiene hambre de un BUEN TRATO que trascienda lo visible. Que vea más allá de la conducta que daña, de la desmotivación, del fracaso escolar, de la inhibición, o de que permanecen horas y horas en las nubes.
El sufrimiento siempre se expresa en esos lugares que, como la escuela, deben ser un lugar amable y SEGURO. Lo hace de formas visibles, en forma de alteraciones o trastornos de la conducta, y de la maneras invisibles, como es en el caso de las niñas y niños que huyen o se inhiben, anulándose a sí mismos. Pero, cuando el dolor aparece, no hay intervenciones neutras. O bien la comunidad lo acepta, lo protege, lo cuida y lo calma; o se provoca un mayor sufrimiento. Porque, si una niña o un niño expresa lo que le pasa, es porque confía en tener la respuesta protectora y sanadora que necesita.
Trabajo con alumnos y alumnas que sufren, y padres y madres que también han sufrido. Y parte de mi función es trabajar su historia de vida, no por capricho, sino porque sigue teniendo un impacto profundo en su bienestar actual y en la forma de tratar a los suyos. En estas historias, a menudo sobrepasadas por el daño, está siempre muy presente el contexto escolar, con nombres y apellidos, sensaciones táctiles e incluso olores. Y observo que, la mayor parte de las personas a quienes acompaño, se EMOCIONA al conectar con esas experiencias, bien sea desde el placer y el agradecimiento, o desde el dolor más visceral y profundo.
Hay profesores y profesoras que tienen un impacto más profundo de las y los profesionales que, supuestamente, estamos formados para ello. Y no es por casualidad, sino porque en los centros escolares se establece una relación diaria de convivencia, que es la que les permite a las personas que sufren ir construyendo, poco a poco, la CONFIANZA. Y es esta confianza en los demás —es decir, la sensación sentida de que el otro protege y no daña— lo que está en la base de todos los procesos de RESILIENCIA.
Entiendo que esta responsabilidad asusta. Aceptar que la vida de las personas con quienes trabajamos depende de nuestra actitud y respuesta es abrumador, sobre todo, cuando NADIE te ha formado para ello. Pero hacerlo es posible, si se cuenta con las herramientas adecuadas.
Sé de lo que hablo, porque a mí me pasó parecido. Yo no soy psicólogo ni terapeuta. Pero en mi trabajo de educador familiar a menudo me encuentro con el trauma. Y no es por casualidad, sino porque las personas presienten que, en el contexto de nuestra relación, pueden recibir algo que necesitan, algo diferente.
Por eso apuesto por un ENFOQUE TERAPEÚTICO, que no es clínico.
Acepto que mi trabajo es, en parte, promover el autocuidado y la autorregulación emocional en las personas, así como su capacidad para sentir bienestar a medio y largo plazo, y promover que se relacionen de manera más satisfactoria con el resto. A fin de cuentas, no puede ser de otra manera, porque las pautas o soluciones sólo sirven si se integran en una estructura básica de gestión del estrés y el sufrimiento. A la vez, me cuido mucho de no pisar un terreno para el que no estoy preparado, esto es, el de diagnosticar o tratar los problemas de salud mental o reprocesar el trauma.
Como yo, hay otras y otros profesionales que tienen una experiencia similar, y que estarían encantados de participar en el proceso. Un proceso de EXPLORACIÓN, en el que profesionales del acompañamiento y personal docente, podamos construir algo JUNTOS. Desde la humildad de quien quiere aportar y aprender al mismo tiempo. Despacio, poco a poco, a nuestro ritmo, a través de los recursos que las redes sociales nos ofrecen. Un espacio virtual, libre, pero con un grupo limitado y cerrado. Que sirva de espacio de reflexión seguro. Donde se ofrezca formación pero, también, comunicación en directo, con grupos de supervisión y debate a través de videconferencia.
Podemos partir de una educación familiar o una crianza terapéutica, que son conceptos que ya están inventados y que, con las debidas adaptaciones, creo que podrían ser válidos para la escuela.
La idea es probar, a ver qué pasa. Y si nos queda algo bueno, jugoso, de lo que podamos presumir, arrojarlo al mundo.
Pero claro, necesitamos gente comprometida, que vaya a participar y a comprometerse en firme. Militantes que apuesten por este enfoque. Sería un grupo para hacer algo grande, por lo que no puede haber gente en un segundo plano, observando pasivamente y a la espera.
Así que lanzo la pregunta:
¿A quién LE PONE esta idea?
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Contactadme por MAIL y os doy acceso al espacio donde profundizaremos en esta idea.
Gracias, Alma Serra, por lanzar la idea.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
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