Los modos irrenunciables de relación con nuestras hijas e hijos

[…] Lo que no nos cabe en la cabeza, a veces, a las y los profesionales es que estos modos son irrenunciables, coño, irrenunciables, porque perderlos nos expone a un vacío y una angustia que se experimentan como insoportables. […]

Las madres y los padres tenemos formas de relacionarnos con nuestras hijas e hijos que son IRRENUNCIABLES. Me refiero a estos momentos en los que sentimos que el contacto con ellos tiene sentido, nosotros tenemos valor, y que nos colocan en una posición de dignidad frente al mundo. 

No es extraño que estos MODOS IRRENUNCIABLES —¿qué os parece si los llamamos así?— estén implicados en los patrones habituales que constituyen estas relaciones. 

En mi caso, por ejemplo, identifico —entre otros— a un punki trasnochado, bastante harto de la vida, con mucho sentido del humor, juguetón pero con una evidente conciencia cínica, y que invita a concebir la realidad desde otros parámetros, muy diferentes al relato predominante en el contexto, invitando a pensar desde lógicas diferentes a las que estamos acostumbrados. 

Es una entidad que rompe jerarquías y se salta algunas normas, sin ningún espíritu moralista o evangelizador, porque los detesta. 

Por supuesto, no siempre me relaciono con mi hija desde ese lugar. También puedo ser severo, e incluso autoritario y moralista, o un verdadero gilipollas, viniéndose a la cabeza ahora sus palabras de ayer mismo: “aita, quiero que me escuches, pero sin consejos `de psicólogos`, anda”. Qué asquete verme reflejado en ese espejo ahora, pero qué bien, también, que ella se siente más a gusto con “el punki” —que me mola—, que con “el sacerdote” —a quien detesto—. 

Ambas partes de mi persona. 

No elegimos los MODOS IRRENUNCIABLES que van a dotar de sentido a nuestra crianza. Sencillamente, están ahí, desde siempre, como una ACTUALIZACIÓN de las narrativas que construímos hace mucho tiempo y que nos han permitido sentirnos con valor, protagonistas, dignos, con esperanza de que las cosas vayan bien, con capacidad de hacer justicia, y con cierto sentido de pertenencia y en conexión con lo que consideramos —y seguramente otros también consideraron— nuestros recursos más valiosos. 

Forman parte de la historia fantasmática que nos ha mantenido fieles a nuestro deseo. 

Y ahora, te lanzo la pregunta, ¿cuáles son tus modos irrenunciables de relación cada una de tus hijas o de tus hijos? Date un tiempo. Deja que afloren desde la seguridad anclada en el cuerpo, y que vayan mostrando su forma. 

Lo que no nos cabe en la cabeza, a veces, a las y los profesionales es que estos modos son irrenunciables, coño, IRRENUNCIABLES, porque perderlos nos expone a un vacío y una angustia que se experimentan como insoportables. 

A mí, por ejemplo, cuando alguien me ha dicho o insinuado que relacionarme desde ese personaje que me encanta, fascina y da sentido a mi vida, podría causar daño a mi hija, me han saltado todos los automáticos como si fuera atacado por un tigre en medio de la jungla. No soy imbécil, llevo años de formación y de terapia, pero aún así me siento completamente DESAMPARADO sin ese Pies Negros cabrón que tanto me aporta a mí, y que tanto siento que hace disfrutar a mi hija. 

No hace falta que te lo diga yo, ¿verdad? Seguro que te has adelantado con tu pensamiento. 

Porque, ¿qué es lo que solemos hacer las y los profesionales de los servicios sociales ante estos MODOS, repito, IRRENUNCIABLES de las madres y los padres a los que acompañamos? ¿Hace falta que haga explícita la respuesta?

No sé qué pensarás tú, pero lo que yo veo, una y otra vez, es que confundimos el supuesto riesgo —repito, supuesto, porque a menudo sobre interpretamos la realidad desde criterios clasistas, machistas, aporofóbicos, adultocentristas, etc.— al que está expuesta la infancia con esos modos irrenunciables que sostienen de manera íntima y encarnada la relación entre personas adultas y sus hijas e hijos, haciendo a las personas sentirse coherentemente amenazada con nuestras “intervenciones”. 

Quienes me conocéis, sabéis que odio esa maldita palabra. 

Porque, cuando las y los profesionales, desde nuestra posición de poder institucional, nos situamos en una posición de oposición, negación, manipulación, o la que sea en contra de estas estructuras relacionales que dan sentido y valor a las relaciones, y protegen del vacío a las personas que tienen el deber de cuidar de la infancia, lo lógico, lo esperable y lo sano, es que emerja desde ellos una actitud protectora que pase por la hiperactivación o hipoactivación de su sistema nervioso. No es baladí, sino la respuesta contingente a la amenaza vital que representamos frente a las narrativas que les permiten sostenerse y, en consecuencia, sostener a sus familias. 

Pero también puede pasar que las personas se sientan amenazadas por nosotros, sin que realmente entablemos una lucha contra esos MODOS IRRENUNCIABLES, ¿verdad? Bien porque se malinterpreten algunos comentarios, porque se hayan encontrado previamente con profesionales poco respetuosos con este tipo de necesidades, o porque la derivación esté hecha como un culo en pompa. Y ojo con esto: tampoco es extraño que las personas se sientan amenazadas cada vez que, por la razón que sea, nos acerquemos demasiado a esa parte de la realidad que sienten que tienen que defender con uñas y dientes, porque les va el equilibrio personal y familiar en ello. 

Normal, es como si un oso te olfateara los huevos. Aunque parezca tener buenas intenciones, uno no termina de relajarse por completo. 

La idea básica aquí es que tenemos dos opciones. O hacemos un contrato explícito para respetar esos modos irrenunciables, distinguiendo entre el problema y la relación, y los honramos como se merecen; o callamos y dejamos que las protecciones y defensas campen a sus anchas. Y luego nos quejamos de que las familias “tienen resistencias al tratamiento”, que es como echar la culpa a un mosquito porque te chupa la sangre. Porque no se trata de que las familias hagan algo mal al oponerse a nuestros torpes acercamientos, es que está en su naturaleza proteger los sentidos que son raíz, tronco y anclaje. 

Porque, escuchadme un poco, que me leéis cagando, sin tomar apuntes, y así nos van las cosas: toda familia tiene derecho a que se respeten sus MODOS IRRENUNCIABLES de hacer las cosas, de sostener las relaciones y de dar sentido a su crianza y a su existencia. Y a tener a su lado profesionales que los honren honestamente, para que puedan relajarse, y disponer de la flexibilidad que a veces es necesaria para enfrentar las diferentes faenas que nos trae la vida. Pero esta flexibilidad sólo puede emerger bajo una mirada apreciativa, que reconozca el valor que han tenido en el pasado, tienen en el presente o pueden tener en el futuro para las familias. Y que compense la violencia institucional que las personas padecen como consecuencia de que proyectemos sobre las personas a las que acompañamos lo que se supone que “hay que hacer” para “ser progenitores competentes”, como si leyéramos un manual de autoayuda para padres y madres simples. 

Y tú, ¿te planteas cuáles son los MODOS IRRENUNCIABLES de las familias a las que acompañas? Y, de ser así, ¿qué actitud tienes al respecto?

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

2 comentarios en “Los modos irrenunciables de relación con nuestras hijas e hijos

  1. Avatar de dependabletotally2bba8b2dc5 dependabletotally2bba8b2dc5

    Muy bueno y necerario para repensar la forma de posicionarnos en la escuela frente a las familias. Sin ser imprescindible ser padre o madre para llegar a comprender esto, desde luego en mi caso pasar por la experiencia de estar al otro lado al ser madre me ayudo a transitar a una actitud de mayor respeto, tolerancia y sobre todo comprensión, no desde el coco, sino comprensión desde las tripas. Comprension de lo q supone la maternidad, de todo lo q se pone en juego a nivel de inseguridades, desafíos, conexion con tus propias taras e historia personal de crianza, tus limitaciones, culpas, cagadas… como para q vengan otros a juzgarte.

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