Sacudirse el miedo

[…] —Cuando nos metemos a la cama con emociones muy fuertes, como la que tu ayer sentías probablemente aquí, en la tripita —asintió levemente— la mente construye sueños a su alrededor, coherentes con lo que sentimos. Es como si nuestro cerebro, que es muy listo, nos ayudase a dar salida a esas sensaciones, creando un cuento para ello. […]

—Aita, ¿sabes qué?

—¿Qué?

—Esta noche he tenido una pesadilla. 

Al instante tenía toda mi atención. 

—Pero no ha sido una pesadilla normal —continuó—. Ha sido una pesadilla horrible. 

—¿En serio? ¿Y te apetece contarme de qué trataba?

—Sí, mira —me empezó a explicar—, yo no me podía mover, y me subían por las piernas unas arañas enoooooooormes. 

—¡Qué terrible! ¡Con el miedo que te dan las arañas! —enfaticé— ¿Y cómo eran?

—Eran negras, peludas y con los ojos rojos, ¡y se les veían perfectamente los colmillos!

—¿Y pensabas que te podía moder?

—Sí, ¡y matarme!

Hice una pausa para pensar y, al poco, retomé la conversación. 

—¿Sabes en lo que estaba pensando ahora?

—No, ¿en qué?

—En que ayer te metiste a la cama muy asustada por lo que pasó, ¿te acuerdas?

Había pasado algo terrible a una persona muy cercana, y ella primero se había bloqueado y, luego,  lidiado con sus emociones o de cualquier manera porque nosotros estábamos tan impactados que no pudimos estar suficientemente bien para ella.  

—Cuando nos metemos a la cama con emociones muy fuertes, como la que tu ayer sentías probablemente aquí, en la tripita —asintió levemente— la mente construye sueños a su alrededor, coherentes con lo que sentimos. Es como si nuestro cerebro, que es muy listo, nos ayudase a dar salida a esas sensaciones, creando un cuento para ello.

—¿En serio?

—Sí, totalmente en serio —respondí—. Lo que pasa es que esos cuantos, a veces, no funcionan muy bien para liberar esas sensaciones, y nos quedamos con el miedo dentro. Suele pasar que tenemos tanto miedo que no despertamos asustados, e interrumpimos la historia sin llegar al final feliz en el que todo se resuelve de manera más o menos satisfactoria. 

—Eso es lo que me pasó, Aita —Mi corazón dió un respingo: había acertado—. Me desperté en medio del sueño. 

—¿De verdad? ¡Vaya faena! Eso seguramente significa que se te han quedado esas sensaciones dentro. 

Se le cayó la mirada como diciendo “anda, no fastidies; y ahora, ¿qué hago yo con esto?

—Pero no te preocupes porque hoy puede pasar algo maravilloso que te sirva para liberarte de ese miedo. ¿Te lo cuento, o prefieres descubrirlo tú sola? —dije pícaramente, sabiendo perfectamente que iba a pedir mi ayuda. 

—No, cuéntame, porfi. 

—¿Seguro?

—Porfi, porfi, porfitas. 

—¿A dónde vas a ir hoy?

Me miró con cara de extrañeza: 

—Al parque de atracciones. 

—Pues el parque de atracciones es uno de los mejores lugares del mundo para liberarse del miedo que ha quedado atrapado en nuestro cuerpo. 

Su mirada era en plan “no flipes, colega”. 

—Sí que lo son. Son lugares en los que uno va a sentir  miedo —dije, clavándole la mirada—. Cuando te subes a la barraca esa sensación de la tripita se hace más grande, pero, cuando bajas, se libera en forma de alivio. Primero se hace grande y luego se libera, viene y se va, llega y se marcha, una y otra vez, como si se estuviera meciendo. Y ese movimiento es justo lo que ayuda a que las sensaciones desagradables se desatasquen, y fluyan hasta el exterior recorriendo los canales del cuerpo. 

—Es como si me sacudiese para que salga lo de dentro. 

—Justo eso. 

Esa noche tuvo un sueño calmado y limpio. Será por esto y/o por otras cosas, pero las pesadillas no se volvieron a repetir. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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