[…] Parece lógico: se reproduce una y otra vez una situación estresante, angustiosa o dolorosa, y se buscan soluciones que permitan enfrentar, de la mejor manera posible, este tipo de problemas. Pero, de lo que no son conscientes, es de que interpretar el problema como algo genérico, que requiere de soluciones genéricas, es precisamente lo que está manteniendo o, peor aún, empeorando las cosas. […]
Las familias de niñas o niños que tienen muy dañados sus vínculos primarios de apego suelen pasarlo francamente mal, y normalmente las figuras profesionales que las asisten (en el sistema sanitario, educativo y/o social) no están a la altura.
No, no lo están.
Estas familias, desde su angustia y su deseo de promover las mejores respuestas posibles —y, a veces, saturadas por la sobreinformación que se les ha facilitado—, tienden a demandar soluciones para los comportamientos que les perturban en sus hijas o hijos. Y los profesionales solemos responder tratando de satisfacer esta petición, sin terminar de entender que es una demanda imposible de satisfacer, al menos, por el camino que se ha iniciado.
A ver si me explico. La idea que hay de fondo es que las necesidades relacionadas con el vínculo de apego no se pueden satisfacer con consejos, pautas educativas o soluciones, entre otras cosas porque pertenecen a otro ámbito de la realidad. Y cuando los diferentes sistemas —incluido el de servicios sociales— nos empeñamos en “corregir” los comportamientos que nos perturban en la infancia que tiene su vinculación primaria dañada, lo habitual es que estemos alejando a las familias de las niñas y niños que las necesitan, comprometiendo su seguridad básica e incluso su frescura.
Para entender de qué estoy hablando, es importante que sepamos algo sobre una de las “trampas” en la que se suelen meter estas familias. Que es una trampa en la que se cae muy fácil, pero de la que resulta especialmente complicado salir. La llamaremos, la “trampa de la generalización”.
La “trampa de la generalización” no sólo es una faena de las gordas, sino que, si somos honestos con nosotras y nosotros mismos, está íntimamente ligada a una mala práctica profesional, bien sea a través de la formación que se da a estas familias —muchas de ellas adoptantes o acogedoras—, los diagnósticos que reciban sus hijas o hijos, o los apoyos desinformados y/o poco formados con los que muchas veces se encuentran. De hecho, a mí me parece que, en muchas ocasiones, somos las y los profesionales quienes empujamos a estas personas al vacío, al comprometer las formas de funcionar en las que se sienten cómodas y seguras.
Pero, oye, ¿qué es eso de la “trampa de la generalización”?
Las familias de niñas y niños con dificultades graves en su vinculación primaria suelen tener la sensación de que los problemas se repiten, como si estuvieran en “El Día de la Marmota”, es decir, que regresan una y otra vez, con la misma intensidad y de la misma manera. En muchas ocasiones, se sienten atrapadas, y no es infrecuente que hayan hecho de estos problemas el tema de su vida, es decir, un problema sobre el que recae la mayor parte de su atención, y que define lo que son, hasta el punto de comprometer la propia autoestima.
… el tema de su vida.
Y toda esta angustia les lleva a pensar, una y otra vez, en “lo que está pasando” tratando de buscar “soluciones genéricas” que les puedan sacar del atolladero. Y cuando, por fin, dan con alguna, tratan de ponerla en marcha, normalmente sin demasiado éxito.
¿Te suena?
Parece lógico: se reproduce una y otra vez una situación estresante, angustiosa o dolorosa, y se buscan soluciones que permitan enfrentar, de la mejor manera posible, este tipo de problemas. Pero, de lo que no son conscientes, es de que interpretar el problema como algo genérico, que requiere de soluciones genéricas, es precisamente lo que está manteniendo o, peor aún, empeorando las cosas.
Hostia, lo que acabas de soltar, Mariloli.
Pues sí, porque todo esto aleja a las familias de las niñas y niños que no sufren en “el mundo de lo genérico”, sino en el aquí y el ahora. Y cuya experiencia no es algo estandarizado, sino que tiene matices cada vez que se reproduce o repite.
Es decir, que aunque se reproduzca la misma conducta, no tiene por qué producirse en la misma secuencia, no tiene necesariamente el mismo sabor, ni está investida por las mismas emociones o pensamientos. Y para las niñas y niños con dificultades en la vinculación es esen-cial sentir a sus progenitores cerca de su experiencia, especialmente cuando las cosas se salen de madre o se ponen chungas, porque es entonces cuando asociado o acoplado a esas respuestas de huída, lucha o colapso, emerge todo lo que tiene que ver con el trauma de abandono.
«Si hago esto, si siento esto, es que soy malo; luego, no me van a querer, me van a rechazar y me quedaré sola o solo».
Eso explica, a veces, por qué estas niñas y estos niños tienen reacciones tan exageradas. Necesitan un ajuste creativo —un síntoma— que les permita lidiar en un contexto relacional complejo, con esos sentimientos de no tener el control, no ser protagonista, no ser valioso y poder ser arrojado a la soledad y el vacío. Porque, lo que ellas y ellos viven —más a través de su cuerpo que de su mente consciente— es que, cuando se alteran, sus padres y sus madres, o las personas que les cuidan, se desconectan de ellos porque se van, automáticamente, al mundo de las soluciones y las ideas.
Un mundo de las soluciones y las ideas en el que las y los profesionales que les orbitan les han metido o les mantienen, a través de diagnosticos terroríficos que implican seguir determinados tipos de “tratamientos”, a través de formaciones que les dicen cómo hay que hacer las cosas, profesoras y profesores que les cuestionan en lo más íntimo, o a través de “intervenciones” educativas o familiares que, lejos de apoyarles en sus propios recursos y en las formas naturales que tienen de obtener seguridad, se afanan en imponerles formas ajenas de resolver los problemas.
Con el añadido de que las familias, desde su buena voluntad, tratan de hacer caso a toda esta marabunta —que, además, suele contradecirse—, experimentando que sus esfuerzos no valen para nada.
Y todo eso, amigas y amigos, lejos de ayudar en nada, lo que acaba matando es lo que quedaba de calidad en el vínculo, la frescura, alejando a las personas adultas de lo que importa, es decir, de la experiencia que acontece, siempre diferente, siempre única, en el aquí y el ahora.
A todas las personas que os sintáis identificadas con este pequeño texto: a veces, ayuda un montón tomar conciencia de cuándo logramos estar ahí, justo ahí, en el aquí y el ahora, y poner en valor lo que pasa justo en esos momentos. Porque, en muchas ocasiones, es eso lo que las niñas y los niños nos están pidiendo:
«Estate conmigo, en mi experiencia actual, que yo no puedo sola o solo con ella.»
—
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
