Un plan de seguridad pactado | medidas prácticas contra la violencia institucional

[…] Pero lo que sí podemos hacer es, contando con ello, pactar con las personas a las que acompañamos un plan de seguridad. Me refiero a elaborar con ellas y ellos un documento en el que figuren, detalladamente, las formas de violencia que han sufrido y el trato que necesitan para no volver a sentir la inseguridad, el peligro o la amenaza que tuvieron que sufrir. Y donde figure también el trato que merecen tener. […]

Por mucho que nos empeñemos en negarlo, es la maldita realidad: la mayor parte de las personas atendidas por los servicios sociales han sufrido diferentes formas de violencia, tanto personal, como estructural y/o institucional. Por eso, es normal y adecuado que desconfíen de nuestras intenciones; a fin de cuentas, somos unos desconocidos que les van a acompañar en lo más íntimo desde una posición de poder y, por tanto, desde la posibilidad y con la oportunidad de causar un profundo daño. 

Sin embargo, la mayor parte de las y los profesionales omitimos esta realidad. Partimos de la falsa premisa de que sólo nos mueven buenas intenciones y, por tanto, de que la gente vulnerada o vulnerable tiene la “obligación” de plegarse a nuestra voluntad y conocimiento profesional. ¿Cómo iba a ser otra cosa, si somos “chupiguays”? 

Qué burros somos, amá. 

Pero la realidad es que las decisiones profesionales no siempre están mediadas, guiadas o motivadas por el deseo de que al otro le vaya bien. A menudo, ponemos nuestra necesidad de protegernos por delante o, lo que es peor, priorizamos nuestro orgullo, nuestra comodidad y nuestros intereses profesionales sobre lo que ellas y ellos puedan necesitar. 

Pero no se trata de fustigarse. Somos humanos y trabajamos con personas. Es inevitable que nos invadan tentaciones como éstas. Pero lo que sí podemos hacer es, contando con ello, pactar con las personas a las que acompañamos un PLAN DE SEGURIDAD. Me refiero a elaborar con ellas y ellos un documento en el que figuren, detalladamente, las formas de violencia que han sufrido y el trato que necesitan para no volver a sentir la inseguridad, el peligro o la amenaza que tuvieron que sufrir. Y donde figure también el trato que merecen tener. 

Sí, algo por escrito. Ya sé que nos da pereza poner las cosas en papel, no vaya a ser que luego “se utilice en nuestra contra”. Ya sabes, priorizamos nuestra protección sobre las necesidades de la peña que sufre. Pero, oye, si estás segura o seguro de que haces lo correcto, no sé qué tienes que temer. 

Podemos fantasear un poco sobre cómo sería eso de PACTAR un PLAN DE SEGURIDAD, ¿te mola la idea?

Pues adelante, mis dodotis. 

Podemos empezar con una hoja de papel, situando en el centro la persona o personas a quien acompañamos, mientras le invitamos a poner en palabras todas las formas de violencia que ha sufrido, desde lo PERSONAL, pasando por lo ESTRUCTURAL y llegando a lo INSTITUCIONAL. Que si mi padre me pegaba con un palo, que si Lanbide me hace devolver una supuesta “cantidad indebida” cuando nadie me había avisado y no tengo un duro, que esta sociedad es racista que te cagas, que si el anterior educador era un gilipollas que sólo me daba instrucciones que era incapaz de seguir, que es injusto que no se le exija lo mismo al padre de la criatura porque alega que “tiene que trabajar”. Y un montón de cosas más. 

Y me va a dar igual que se trate de violencias supuestamente justificadas o que no sean “objetivas”. A mí lo que me interesa es que salga chicha, es decir, que la persona atendida las haya sentido así. Porque la violencia también se ejerce cuando allegados, profesionales o administraciones no se percatan de que están tocando material sensible o trauma: eso es RETRAUMATIZACIÓN. 

Colocado todo eso alrededor de la persona —cuántas más cosas mejor—, podemos pasar a graduar las jodiendas. Amarillo, para las que más o menos están superadas. Naranja, para las que se sienten todavía presentes. Y rojo para las que gritan completamente desreguladas ¡nunca más! ¡por favor!

Visto todo ello, y respetando el sentir y el criterio de la persona, es importante que le demos la oportunidad de ir, una por una, pensando en qué le hubiera gustado que sea, o la forma de reparación que siente que merece por lo que pasó. Y ahí, quizás, podemos ayudar un poco planteando ideas u opciones, o pidiendo disculpas, en nombre de otras y otras profesionales, por lo que no pudo ser. 

Hacemos eso por tres motivos: primero, por justicia; segundo, para intentar no cagarla; y tercero, para que, si la cagamos —cosa que es más que probable— podamos facilitar una reparación adaptada a sus necesidades y no, como suele ser el caso, desde lo que “se supone” que la persona pueda necesitar. 

Ya sabes, modo teleológico de mentalización. 

Y le decimos que, teniendo en cuenta el lugar que ocupamos, seguramente metamos la pata, pero, que, si eso sucede, nos vamos a preocupar en sacarla lo antes posible. Solos o con la ayuda de otras figuras profesionales con las que vamos a compartir ese plan de seguridad. 

Porque el plan de seguridad no es entre esa persona y nosotras o nosotros. No señor. Tiene que ser algo COMPARTIDO con todas y todos los profesionales que le van a acompañar, fomentando los buenos tratos que la persona ha dicho que merece tener. 

Porque, coño, no hay buen trato si no es PACTADO con las personas a las que acompañamos. No hay nada que me dé más asco que las y los profesionales que dicen que tratan bien a los demás, sin permitir que ellas y ellos expresen lo que necesitan, merecen o les sienta bien. 

Madre de dios, lo que acabo de decir. 

Te explota el cebollo, ¿no? Normal, en un contexto en el que las y los profesionales —muchos de ellos “gurutizados”— se sienten en el privilegio de dictar lo que es tratar bien a los demás. 

Venga, sigo, que me voy por las ramas. 

Ahora toca escribir ese plan de seguridad, quizás respondiendo a las siguientes preguntas: 

¿Qué formas de violencia he sufrido? En lo personal, lo estructural y lo institucional.

¿Cuáles son las formas de violencia que me siguen afectando y, por tanto, pueden estar afectando también a mis seres queridos?

¿Existe alguna forma de reparar ese daño a fecha de hoy?

¿Qué necesito para sentirme suficientemente segura o seguro en la relación con las figuras profesionales que me atienden?

Y ahora nos toca escribir a nosotros: 

Visto lo que ha dicho la persona afectada, y poniendo en valor sus aportaciones, ¿qué es lo que estamos dispuestos a hacer, reparar o aportar?

Y, sobre todo, ¿qué va a pasar en caso de que alguno de los profesionales incumpla este contrato? ¿Cómo se puede proteger a la persona afectada? ¿Cómo lo vamos a gestionar?

Si estamos de acuerdo, lo firmamos: tú, la persona con la que curras, y el responsable del servicio. Ese documento que podría titularse algo así como “nunca más”. 

¿Te imaginas lo que podría pasar?

No olvidemos que muchos procesos fallan por la violencia que ejercemos las figuras profesionales. A veces, siendo conscientes de ella; y otras veces, sin tener ni pajolera idea de la que estamos liando, entre otras cosas, porque el trabajo en servicios sociales atrofia la capacidad de mentalización. 

¿A qué sí?



Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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