No quiero ser fuente de seguridad

[…] «Es fundamental que estés bien, tienes que estar bien, no puedes estar mal, si estás mal vas a causar daño.» […]

Igual te has creído esa milonga de que “tenemos que ser un lugar seguro” para las personas a quienes acompañamos, ¿no? 

No te culpo. Yo también pensaba así hace un par de años. Eso sí, no creo que esa idea me ayudara en nada. 

Por de pronto, menuda responsabilidad. Si el éxito de los procesos dependía de lo seguro que pueda sentirme yo, y de cómo contagiaba esa seguridad a las personas que sufren, eso alimentaba enormemente mi autoexigencia profesional. 

«Es fundamental que estés bien, tienes que estar bien, no puedes estar mal, si estás mal vas a causar daño.»

Buah, chaval. Me da un chungo. 

Es decir, que metía un huevo de tensión a un sistema ya sobrecargado por el estrés implícito a este trabajo. 

Pero, por otro lado, ¿qué es eso de dar seguridad? ¿Hay algo más ambiguo? 

Yo que sé… ¿Significa lo mismo para todo el mundo? ¿Varía según el estado nervioso de las personas? 

No sé, como idea parece bonita, cojonuda, pero está más vacía que la cuenta de los que curramos en servicios sociales. No nos ofrece ninguna indicación sobre qué hacer o hacia dónde ir. 

Y luego está la culpa. La maldita culpa. Porque si algo no funcionaba como era debido, seguro que tenía que ver conmigo, porque no había “sido capaz” de vincularme de manera segura con la peña. Y eso decía de mí que era una mierda de profesional y, seguramente, también de persona. 

Automschaque guapo. A latigazo limpio. 

Hoy veo la intención o el deseo de los profesionales de “proporcionar seguridad” como una psicotrampa. Cuánto más esfuerzo hacemos para conseguir ese objetivo, más nos desregulamos. Y cuanto más desrregulamos estamos, pero reaccionan ante nosotras y nosotros las personas a las que acompañamos, más se refuerza la idea de que lo estamos haciendo de culo, y más esfuerzos hacemos para forzar esa seguridad que no llega. 

«Y dime, esa seguridad de la que hablas, ¿está en esta habitación con nosotros?»

No es extraño que se desesperen y desistan las personas que se inician en estos modelos. 

Sin olvidar que, cuando un profesional se sitúa como refugio o base segura, corre el riesgo de crear relaciones de dependencia o de impedir que la gente pueda generalizar lo obtenido en estos procesos; porque cuando la seguridad se pira, también emergen los recursos, estrategias y ajustes que sirvieron en el pasado. 

Para mí, encontrar la solución a esta psicotrampa ha sido como cagar un mojón bien gordo. Qué gustazo. 

Y ese alivio anal pasa por aceptar que yo no tengo que dar seguridad a nadie, cojón de pato, sino ayudar a las personas a que se encuentren o reencuentren con las formas naturales que tiene su sistema nervioso de sentirse seguras. Y dar espacio a esa “seguridad natural” para que, desde ahí, se puedan explorar si merece la pena enfrentar las dificultades o el sufrimiento de otra manera, o convivir con ello de una manera más amistosa y cercana.

Con la seguridad, valga la redundancia, de que, si las cosas se ponen chungas, se puede volver a los patrones anteriores, esos que sí pudieron dar algún tipo de seguridad en las circunstancias más complejas. 

Yo no quiero ser, ni querré ser jamás base segura para nadie. Mi trabajo consiste en resaltar la seguridad que emergen naturalmente desde el cuerpo, dándole el espacio que el sufrimiento y su narrativa asociada le han arrebatado. 

Y paradójicamente, esa negación del imperativo de la seguridad, me lleva a mí y a las personas a las que acompaño a una relación más segura. Una relsción en la sue pueden explorar, sin miedo a que cuando me vaya se tuerzan las cosas. 

Hostia tú. Cómo es la vida.

Chúpate ésa Aristóteles. Tú lógica no sirve de nada. 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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